LA MUCHACHITA
La muchachita va por el anochecer y es casi el hilo
porque el respira el anochecer.,.
Inclinándose como él
y encegueciéndose como él...
Qué pena o niebla
le esconde, hasta a su adivinación, el caminito ése que debía
fluir su destino
aunque no palideciese ni contra el cerco
y eso que éste llegaba, fantasmalmente, a nevar
una aspiración al vacío,
o los vacíos,
mejor, de un sauce?
Ve muy poco pues ella, y ve muy poco esa agonía
de bruma
que le cuelga de los hombros o de líneas, ya, de aletas
la nada que desgarrarían…
Mas de improviso
se libera la congoja que ha debido de urgir
unas pupilas...
y las pupilas dividen y acercan y vuelven, infinitamente, a tejer,
pero en fosforescencias de aguapé,
los rocíos de la nebulosa,
y éstos flotan, a la vez, en idas
y venidas,
y se inclinan, aún, a detallar en miopía
las sendas que refluyen luego de disuadir y disuadir
del río…
Y hela a ella con cabellos de algas que de sí ahora giman
esas del exorcismo...
y helo a él, por asir de ese cielo a la mano
en que, por añadidura, derivan...
helo por asir
unas gotas más de verdín
para la diadema de esa Ofelia que frustrase y le devolviese, todavía,
el flujo, aún, de allí,
y en giros,
del enternecimiento que enjambrara, por otra parte, las anímulas
de los anegadizos de arriba...
y helos, a los dos, después, a la luz
de la zarzaparrilla,
enteramente, al punto, de novia…
Y henos a nosotros preguntándonos si
no viene de luciérnagas, también, la poesía, cuando la oscuridad
nos va ciñendo, igualmente, el nudo
del llanto...
y si en la "transmutación", acaso, a nuestra alma no le baja o le revela
lo que la asiste
desde el éter o de ella misma,
y que le redescubre, ojeándole, aún, espectralmente,
las proximidades del hechizo
en la ronda que emite:
que le redescubre
las huellas de su "compromiso" con el ser
que no tiene límites
pero que la incluye al definirse a su nivel y espera "aquí",
junto a su portillo
a que ella
de espaldas a las sirenas,
ocurra a darle el brazo, en seguida,
para asumir esos silencios siempre por cerrar, ay, sobre sí,
el de debajo la onda...
y ello antes del salto, está dicho...
hasta que, bajo un sereno de pestañas, empiecen a sentir
que como a los cardos, desde la raíz
del azul,
les sube el amanecer...
y hasta que en éste los timbres, contrapuntísticamente, les deslían
el del infinito mismo,
y les mojen la inmigración, todavía,
de unas vidalitas...
en el retorno a la voz de los encuentros en la orilla
del tiempo, de los hijos
del tiempo, que el tiempo, furtivamente, le libra…
pero de todos los hijos...
y de todo, en fin...