AH, MIRAS TU TAMBIÉN.
Ah, miras tú también, querida…
miras, querida, de qué manera Marzo, al morir
profundamente fija
un alma como de cirio
que al anochecer, aún, al propio anochecer, niega
y nimba a la vez.....
Quién tras ese celeste que, espectralmente, le amanece
lo abisal, diríase,
de los jardines de él mismo:
quién
para recibir su silencio?
Y oyes, acaso, que asimismo pide y pide,
pide por estos minutos
que ya nunca jamás, nunca, ha de volver a redimir
de las simas ?
es que ya los destilas
en esa estrellita que una de tus pestañas, sensitivamente, perla...
pero que moja, ay, tu sonrisa
cuando ésta quería darle un a modo de raicillas...
mas en qué tiempo,
en cuál,
de la onda... ?
Y no te roza,
ahora, aquel azoramiento, aquél
de limo ...
que las luces, al ceñirse,
ciñen,
y ya hasta el cuello,
a los aparecidos de entre los taludes,
o de esos sobrevivientes de los baldíos da los que ninguno sabe, todavía,
cómo flotan sobre los junios:
aquel imposible, por ejemplo, de faldas, más sin paño
para enjugar a la "colilla"
que tropieza en sus tosecitas...
y por una sobra de sendero a la que en seguida ha de engullir,
con esos residuos, también, del día,
al precipitarse, a su vez, sobre los que quedan en el lío:
a la que ha de engullir
un hueco, aún, de la sombra, por allí,
o del apetito de lo invisible en la franquicia más del nadie
que una taperita ha de abrir...
y el que luego habrá de obstruirse, atravesándosele ellos,
ellos, todavía, todavía...
con espinas de escalofríos
tras unos hipos de lengüillas que no llegarían, entonces, a. decírselos,
sino muy humosamente,
paralizándose, de súbito, en ramizas de condenación
o de tizne,
o apurando, cenicientamente, su nada
o su mudez... ?
Mas no sientes, también, a las criaturas que gritan a este olvido
de que, es cierto, vivimos,
y al que, a continuación, por supuesto, los dos, asimismo,
habrémonos de remitir,
al encenderlo doblemente, y más literalmente, aún,
en un miedo, al fin, de bujías,
y en un escape, al fin, de entre-líneas,
pero de adormideras de isla, ellas, y además, palideciendo en una islita a la deriva
de un flujo sin luna,
o bajo, aún, quizás, lo inconfesable, en la inminencia, así,
de naturalmente esparcirla... ?:
no sientes
a esas criaturas que, sobre sus crías, se desgarran en el filo,
por ahí, de una orilla,
ante la crecida de ese desconocido que, no obstante conocían
de antes sus huesecillos:
de cuando el tiritamiento, allá, de un plasma, y ellos, aún, no armaban en un seno
sin defensa contra la neblina,
la pesadilla que extremarían...
no las sientes, dí,
desde el estremecimiento de que todos, por igual, todos,
lo queramos o no, venimos
a lo que, al cabo, ha de cubrirnos
subiendo de la oscuridad de las fibras o de la oscuridad de una avenida...
y esto, desde luego, a pesar
de que ese engreimiento que se nutre de los compañeros de planeta o de navío
o de cascarilla hacia el este
huya hacia el oeste y blinde sus cabinas de tal modo que ni el hielo
de las tinieblas
lloraría a las ventanillas…?
Pero quiénes, dirás tú, quienes
para asumir el estupor aquél que anudaría hasta el galillo
a unas casi ánimas.....
o en los limbos de un juicio que oscurece más su frío,
más todavía...
y quiénes para asumir, a la vez,
unas llagas de voces que únicamente llagarían, llagarían,
únicamente, a los ecos...?
Quiénes para acudir a esos ojos ahogándose
y sentarlos sobre las rodillas...
y a esas guturales que regresan y regresan y regresan,
las mismas, del cielo?
Quiénes para tomarlas, así,
o en esa piedad, más bien, que extravía sus especies y su especie
entre las agonías
que extraviaran las suyas
al llamarse entre sí, y aún, por encima de los límites,
desde la niebla del último,
sin percibir, así, ni siquiera la sospecha de otra respiración por el confín
que las que lo cortaban
al cortárseles, ubicuamente, el ahilo?
Quiénes, quiénes, — seguirás inquiriendo— quiénes?
Pero si no vuelves oído
has de sentir, igualmente, a los que vienen de puntillas
detrás de su luz
y de su corazón mismo.,.
a los que vienen de los milenios, si se quiere, o de aquel amanecer
que surte el amanecer…
y a los que vienen, también, de los países
que, con todo, lo reciben,
y eucarísticamente, casi,
en los pétalos de las "florecillas", aún...
y de los "locos de Dios", aún…:
y todos a la cita
de los gemidos que no tienen rostro y que podrían ser los de las hierbas
que sangraran bajo sus pies...
o los de una hojita
que desespera ya, ya, de dormir sobre los soplos
sin anémonas…
o los del aire
que se esfuerza y se esfuerza, tenazmente, por zurcirlos
en la fe de un ángel...
pero a los que no pueden, sino volviéndose, llorarles,
ahora, su silencio...
más sin llegar nunca,
oh, nunca,
ni aún cuando la noche los tropiece, inoportunamente, al medirse
sin llegar nunca
a empujarlos fuera del sueño...
Vienen de debajo de los ruidos y del revés de las seguridades,
de los "de él"
y de los "para sí"...
y llegan de las bienvenidas del amor
que no tiene despedidas,
y eso que todo debe de herirlos...
Vienen
a esas escrituras en que alguien, más inmediatamente, o
[en su cuerpo, o poco menos,
les quemara el mensaje…:
Vienen a entenderse
sobre las maneras de alinear, pero muy flexiblemente, sus reservas, ya, de siglos
en las milicias, al fin,
de la ligereza de mochilas o de "árbol alguno de Porfirio"
en la zapa hacia la semilla
de la selva de los linajes, y aún, de la pureza de ese loto y ese lirio
de los Budas y de los Cristos...:
en las milicias
de las consumaciones sin fin, y de las integraciones sin fin
en las relaciones que duelen
más abajo de la raíz, y en las titilaciones
que aparecen y desaparecen
buscándose, y buscándonos
por un cabello, siquiera, que las ligue humildemente
a la aspiración del abismo...
y en las que, a la vez, unos a otros, nos iremos
descubriéndonos el sueño
que más o menos, felizmente, todos suspiramos,
o mejor, agitamos...
aunque, por otro lado, allí, no llegaríamos, no,
a tocar fondo
en esa gracia de perfección que, comparativamente, y en su línea,
secase a nuestra medianía...:
en las milicias
de las sensibilizaciones del alma a sentir igual a un clima por las mismas
jerarquías de la fascinación
que acomodan, ya, su coreografía a las presiones, por ahí,
de un aire de paraíso...
sin disputa del espacio, en sí, compartido por las vidas, por la totalidad de las vidas...
las milicias
de la adhesión y la colaboración en las cosechas
del aire y de las rocas,
para una alimentación de sílfides,
sin el retorno sobre sí ni de siquiera una gotita
de un verde de brizna
y sin ese tufillo de matarife que no deja de untar hasta los dedos
que juntan la ojiva
lubricándoles hasta el ángelus...
sin que se pueda saber, ciertamente, qué edad del porvenir
aquello, al fin, doraría...:
en las milicias
pero, desde luego, en las milicias
del golpecito del agua, y del despliegue de las hilas y el abrigo
y del agenciamiento de los víveres,
y de la mano de unción sobre la cabecita
que rinde hasta el suelo:
de los que han menester, en fin, a la vez que la mirada o ese fluido
que reencuentra la relación,
todos los segregados de entre los pasajeros de un minuto
a través de la eternidad...:
a los que se persigue, aún, por los rebordes del vahído hasta las cimas
casi, del frío,
para especular, abajo, con lo que justamente a ellos, él,
les enguanta el señorío...
y del granito...
a los que se arroja por el oro del cereal, hacia las dunas
de las riberas del mundo,
o del otro mundo,
desde los médanos que evoca, despidiéndose, la ceniza de las dríades
que armonizaban la economía
de todos, allí...
y las que han de sepultar, compensatoriamente, a las ramas
de los sacrílegos de las otras
si no recobran a tiempo el sentido...
mientras aquéllos trotando, y rozando todavía, unas sequedades en idas
ya, de cosmogonía
que se pulverizan, y hasta llegan a fluir celestemente
negándose,
estallan, ahora, en unos cuernos y unas ramas que se hincan, por ahí,
hacia la veta de los espejismos,
las costillas, en un tris de descubrírseles
pero sin ceder, aún.
a los tecleos del viento,
ni a las recorridas, a fondo, del buitre-..:
a los que se condena, todavía, a tirar, perpetuamente, de una tempestad,
y de la tierra misma,
por la delantera, sólo, de unas ruedas de misterio y de unas rejas de misterio,
a las que únicamente revela
un escocimiento de centellas restallándoles la pena,
y de avispas
aguijándoles la fatiga...:
a los que se arrea, embretándoles el terror, para sumirlos,
definitivamente sumirlos,
en la civilización, ésa, del cadáver, que ha de llegar a las divisas, aún,
de las mariposas de los ataúdes...:
a los que, el espanto por tierra,
con el mugido en los ojos, blanqueando más, si cabe, al volverse a una nube,
luego de girar en torno
una apelación, ya, de yeso,
se les obliga a sisear, prematuramente, y al apuro, todavía
sobre unas brasas
de australopitecus de villa,
unas delicias de infanticidio...:
a los que tienen que proveer a ese coraje y ese hastío
que sale a los domingos
de un derrocamiento de vuelos y del festín que los deshoja, irisadamente, con el tiro,
apurando el atardecer
de la aguada en niña...:
y del debate, aún,
en los desgarramientos del arponcillo
pero que trasmite al sedal los sobresaltos, ya, del triunfo que ha de consagrar el regocijo
de una palpitación, todavía,
por desprender de la luz...:
a los que se impone el vertir, sangrientamente, el balido
que apenas se ha desatado,
para llegar desde la caricia de unos pies hasta las espaldillas
que le gorjean la alegoría...:
a los que se reduce, codiciosamente, a cal, por una perspectiva...
de generalitas a vestir
sus fantasías en sol en una jungla que, por otra parte, le destilara
al sol los espíritus...:
a los que se encadena “a lo corto” de sus días, aún,
y directamente, a las llamas
y al gris…
y estos siendo las sombras que desaparecen en el cenit
sólo
con sus sombras
o cuando su adoración acuesta
sobre unos coágulos el destino...:
a los que se abandona como hijitos de las comunicaciones con la luna,
a la leche, únicamente de la luna…
o de la nodriza de Júpiter...
cuando no se les "papilla" en una bolsa, junto con la bruja
en una vergüenza del adoquín...
o más creciditos, ya, en carboncillos de una rama,...
sobre un recuerdo de pira,
cuelgan unas mancillas a la "urbanidad" que se ha compuesto por allí...:
a los que se sentencia a soñar, desde los suelos o pisos,
o lechos, del tiempo,
la gravitación del útil,
para los buenos días, únicamente, del útil...
y todo ello,
todo ello, tal vez, por los derechos que uno de los lenguajes de la tribu,
de pie, también, sobre el puente,
le ha concedido a la articulación por ella misma y en un título
que, por lo visto, no obliga...:
todo por esos derechos sobre estos sin número que esperan, también, se les
[devuelva a sí
o a la corriente de animación
que asciende de la piedra, oh Nerval, y que, probablemente, nos excede
hasta modos de existencia
que no podemos ni siquiera imaginar desde ésos que a la vida
le es dable evocar
aún sobre lo invisible...
porque ya no le atañerían,
en el más allá de la duración y del alma, quizás, ellos...
aunque los avalarían las virtudes, por sí,
de la contemplación del alma...
todo por esos derechos,
sobre los que esperan, sin embargo, con los otros que desesperadamente
[les infligen
su impaciencia de uncidos
o de medio apátridas al azar de los días que se cierran
o del todo, sobre los restos
de su esperanza, ya, por los tembladerales del país...
a la intemperie de su país...
que esperan tender en común, ante todo, o primeramente, igual al lino
que se pone la amanecida,
la liberación de las galeras, y las varas, y de los cotos y los circos,
y de las dehesas y las pistas...:
o de ese azul, inicialmente, a beber,
que se debe a cada uno de los hijos de la tierra y del espíritu,
en la sed de la condición:
juntos, desde ya, y no después, no como Nervo concedía,
para la participación de todos
desde su lote del principio en el cultivo ése que ha de ir
descubriéndoles, arriba,
cada vez más de cera,
las liliáceas de la unicidad, ganadas, sucesivamente, así,
a la savia de los abismos,
en esa aventura de invertirle o de subirle en una llama,
toda de dedicación,
el origen, quizás del origen...
Más ello no sin las respuestas que, de lo hondo, obligarían a las víctimas,
como victimarios, a su vez,
que, impotentemente, volvían hacia abajo los reflejos que debían
remontarles la humillación...
y los reflejos de reflejos en que les tocaba, aún, asistirse
bajo los estímulos de la orilla…:
no sin pagar la deuda por una esclavitud de eternidades que no abrían
ni siquiera un cielo...
y por las mutilaciones en sí,
pero también por eso que unos intercambios, a menudo, bajo el mismo
cruce del látigo,
les habrían ido incorporando, con el arrastre de los siglos,
algo de esas alas que, a pesar de todo, nacían
y no nacían...
esos fantasmas sin redención que se resisten
a morir, adentro,
y que no acuerdan, contingentemente, los pasos
con la danza...
y esas andaduras de desfile, o casi,
que si bien les han dejado, poco menos, que sin remos
para correr las arenas,
no han de impedirles, por cierto, en la manumisión ésa que a
[la par, precisamente, de aquellos
que les quebraran el hipogrifo,
arrancarán para todos los forzados, sin excluir
a espalda ninguna,
así se le vea, ya, únicamente,
el silencio. . .
no han de impedirles que ellos jueguen en el viento,
más para el arca del fin,
las quimeras del apocalipsis...