SAL, ALMA...
Sal, alma...
sal...
Sal al viento que pliega, en aparecido,
las diez...
Sal...
Qué, el vahído, otra vez, ante lo que Febrero, de improviso,
te abriera al atardecer?
Sal...
Sal, sencillamente, al servicio, y apúrate, aún, hacia los gritos
que no gritan...
Sal
por sobre las alitas que, por lo demás, te mojaran
unas pestañas, anoche...
Sal
a través de ese estupor que, abisalmente, no mira
o mira
desde unas algas...:
de qué sorpresa, entonces él, que no deriva
ni de la deriva
del duermevela... ?
Sal
y lárgate, si puedes, a nadar para cumplirte
en la otra, en esta
orilla
al sangrar, así fuese ahiladamente, tu ida
por los agujerillos
de una caña de escalofríos
en el aire que la trasmina pero que le apura, de una vez
sobreponiéndolas hacia el cielo,
esas agonías
que ha de transparentar, luego, en él...
en el aire que, al fin,
la explica
y que, acaso, la reavive, todavía, cuando él necesite
de tallos y tallos
para que suban sobre sí mismos
los soplos de la celebración...
o cuando no llore, él, sino exclusivamente, sus rocíos
desde niñas de turno
en la gracia de desleír los lucerillos
de conformidad con el aura
que sigue
a la travesía por los Aries
y los Sagitarios...
o cuando sólo le duelan esas frases que, por superposición, asimismo,
le dancen sus divinidades
o las golondrinas…
Sal al viento…
o sal, si prefieres, a tomar sobre tu hálito la huida
de esos ríos con sostenidos
y bemoles en lo imposible
de los llamamientos casi por encima de su filo
y por debajo de su sombra:
en un tris aquéllos de quebrarse y éstos en un tris de reasumir,
bajo el anochecer, su raíz,
hacia la liga de los silbidos
sin ecos
que volverían, entonces, a desesperar, espectralmente, ese tejido
de dedillos de anímulas
o de cieguitos que, por añadidura, jamás terminarían
de buscarse por los oídos
de alguna madre, cuál? de arriba de las islas...
y a los que apenas, si
entre eternidades, les teclease
el sonambulismo de quién sabe que deidad o qué hechicera por la luna
de la crecida
que las cortaderas despluman
y que descama, infinitamente, el confín...
O sal, alma mía,
sal a traspasarte, muriendo sin morir, aún,
de las corrientes que un día
dirán el día,
ése que, sobremarinamente, ha de invertir para las vidas
y las existencias sin límite,
los vergeles de los silencios y los fósforos, así,
de las profundidades...
O sal, todavía,
sal a la penumbra aún sin cejas o con sólo la que el grillo
le punzase por ahí:
donde "las ragines" de la intemperie, sin venir, empezarían,
sin embargo, a irse...
o sal, si cabe, a los milenios que de ti
piden y piden
tomarse de la mano a fin de jugar, enguirnaldadamente, el minuto
en el giro de su liberación
o de su levitación en el dios a años-luz
de los miedos
y de los fríos,
al igual de esa fiebre que no temerá pronto traslucirse
y amarillar y rozar en nimbo,
y de lo íntimo,
no sólo, no, toda la anochecida mas también todas las "vigilias"
hasta amanecer el delirio
que, por su parte, ha de desconocer el desafío
de la última a interrumpir
las arterias o el circuito, ése
de almas en pena y halos por aquí
y con el fluido
de rosas como de Siria
pero con el rubor, únicamente, de la cruz por lo fungible
de la descomposición del tiempo...
o tal vez
el frenesí de lo inavenido
dado en radiar póstumamente, o casi, los envíos
de ese espíritu de coralinas
que ha de iluminar, además, el no de los abismos
al propio descendimiento
en sí…
Mas sal, alma, a todo el viento, a las "hojas" que lo dicen
en todas las líneas...
a ésa, por ejemplo, que nuevamente, del "limo"
le enciende en maitines
todo, todo el "libro"...
en la humildad de la condición, de pie,
o reponiéndose sobre los pies, desde las plantas esta vez,
de la "dulzura" en fermentación,
tras siglos y siglos de grilletes y de "manumisiones" dirigidas
a tenderle el sino
de las zafras y las batidas,
bajo las "civilizaciones", en sucesión, que irrumpían
con los "títulos" de la piel...
Sal, también, pues, a ese "pétalo" que hoy de la cintura del estío,
abrasa la "flor", así,
y gana, con ésta, los mares del centro
y les espuma el motín
contra las playas del oro que debían, perpetuamente, pulir,
en cuanto engarce de los casinos...:
ese "pétalo" que toca, por su parte, las dimensiones todas de hasta aquí,
y las sin "medida", aún,
y estrella las del porvenir
de la piedad al consagrar, de nuevo, su radicación en las harinas
de la comunión del principio,
lo que ha permitirle arraigar, si me permites,
las ráfagas de las tuberías,
no sólo en los misterios a silabear por toda la "familia"
sino, además, en lo desconocido
que de lo inarticulado les precede y les sigue,
esperando por ahí
con el resto de la "compañía"…
Sal, pues sin excluir nada, nada, de la respiración en plenitud
del viento, alma mía...
Sal a la digitalia que, subidamente, abre la mano, o mejor, la amanecida
del viento, alma mía,
gracias a esa lámina en que, desde lo oscuro del mantillo,
llamea, menos lejos, la hora
aquélla en que nadie podrá llegar a ser, justamente, un Calibis,
sin derramar en un fratricidio
que enrojecería hasta lo invisible, los "reinos"
o el "reino"
sobre la propia matriz...:
aquélla en que no habrá, gravitación de hielos
en sí
sino con otra densidad que ésa del azar, con lo específico
atribuido al destino,
quemando los nudillos que insistieran a su largo cuando empuje
el vacío
en el mutismo de las estrellas...
o ardiendo, desde la pesadilla, aún,
al arrasarlos,
los ojos que lograsen cerrar, todavía
sobre la sed de las sombras...
aunque, por otra parte, ahora mismo, podríamos
todos dirigirnos
a las galaxias como a hermanitas,
y por ver de integrarlo, someterles, precisamente, eso que nos vuelve
del revés el olvido
y lo vierte sobre la almohada:
ello sin sonreír, aún, es cierto, de la fe en las relaciones que ya hubieran
azulinado sus "vías"
antes de la "leche"
en las chispas de unos torbellinos
que habrían vinculado, eléctricamente, así, al sueño, o poco
[menos, de
los signos,
los párpados que llorarían...
Sal a la comunicación, entonces, de la veleta con la nube
en el camino
a devenir, verticalmente, a las flautas, el mismo
del amor, el mismo...
Sal, alma mía…
Sal…
Sal, alma...
sal...
Sal al viento que pliega, en aparecido,
las diez...
Sal...
Qué, el vahído, otra vez, ante lo que Febrero, de improviso,
te abriera al atardecer?
Sal...
Sal, sencillamente, al servicio, y apúrate, aún, hacia los gritos
que no gritan...
Sal
por sobre las alitas que, por lo demás, te mojaran
unas pestañas, anoche...
Sal
a través de ese estupor que, abisalmente, no mira
o mira
desde unas algas...:
de qué sorpresa, entonces él, que no deriva
ni de la deriva
del duermevela... ?
Sal
y lárgate, si puedes, a nadar para cumplirte
en la otra, en esta
orilla
al sangrar, así fuese ahiladamente, tu ida
por los agujerillos
de una caña de escalofríos
en el aire que la trasmina pero que le apura, de una vez
sobreponiéndolas hacia el cielo,
esas agonías
que ha de transparentar, luego, en él...
en el aire que, al fin,
la explica
y que, acaso, la reavive, todavía, cuando él necesite
de tallos y tallos
para que suban sobre sí mismos
los soplos de la celebración...
o cuando no llore, él, sino exclusivamente, sus rocíos
desde niñas de turno
en la gracia de desleír los lucerillos
de conformidad con el aura
que sigue
a la travesía por los Aries
y los Sagitarios...
o cuando sólo le duelan esas frases que, por superposición, asimismo,
le dancen sus divinidades
o las golondrinas…
Sal al viento…
o sal, si prefieres, a tomar sobre tu hálito la huida
de esos ríos con sostenidos
y bemoles en lo imposible
de los llamamientos casi por encima de su filo
y por debajo de su sombra:
en un tris aquéllos de quebrarse y éstos en un tris de reasumir,
bajo el anochecer, su raíz,
hacia la liga de los silbidos
sin ecos
que volverían, entonces, a desesperar, espectralmente, ese tejido
de dedillos de anímulas
o de cieguitos que, por añadidura, jamás terminarían
de buscarse por los oídos
de alguna madre, cuál? de arriba de las islas...
y a los que apenas, si
entre eternidades, les teclease
el sonambulismo de quién sabe que deidad o qué hechicera por la luna
de la crecida
que las cortaderas despluman
y que descama, infinitamente, el confín...
O sal, alma mía,
sal a traspasarte, muriendo sin morir, aún,
de las corrientes que un día
dirán el día,
ése que, sobremarinamente, ha de invertir para las vidas
y las existencias sin límite,
los vergeles de los silencios y los fósforos, así,
de las profundidades...
O sal, todavía,
sal a la penumbra aún sin cejas o con sólo la que el grillo
le punzase por ahí:
donde "las ragines" de la intemperie, sin venir, empezarían,
sin embargo, a irse...
o sal, si cabe, a los milenios que de ti
piden y piden
tomarse de la mano a fin de jugar, enguirnaldadamente, el minuto
en el giro de su liberación
o de su levitación en el dios a años-luz
de los miedos
y de los fríos,
al igual de esa fiebre que no temerá pronto traslucirse
y amarillar y rozar en nimbo,
y de lo íntimo,
no sólo, no, toda la anochecida mas también todas las "vigilias"
hasta amanecer el delirio
que, por su parte, ha de desconocer el desafío
de la última a interrumpir
las arterias o el circuito, ése
de almas en pena y halos por aquí
y con el fluido
de rosas como de Siria
pero con el rubor, únicamente, de la cruz por lo fungible
de la descomposición del tiempo...
o tal vez
el frenesí de lo inavenido
dado en radiar póstumamente, o casi, los envíos
de ese espíritu de coralinas
que ha de iluminar, además, el no de los abismos
al propio descendimiento
en sí…
Mas sal, alma, a todo el viento, a las "hojas" que lo dicen
en todas las líneas...
a ésa, por ejemplo, que nuevamente, del "limo"
le enciende en maitines
todo, todo el "libro"...
en la humildad de la condición, de pie,
o reponiéndose sobre los pies, desde las plantas esta vez,
de la "dulzura" en fermentación,
tras siglos y siglos de grilletes y de "manumisiones" dirigidas
a tenderle el sino
de las zafras y las batidas,
bajo las "civilizaciones", en sucesión, que irrumpían
con los "títulos" de la piel...
Sal, también, pues, a ese "pétalo" que hoy de la cintura del estío,
abrasa la "flor", así,
y gana, con ésta, los mares del centro
y les espuma el motín
contra las playas del oro que debían, perpetuamente, pulir,
en cuanto engarce de los casinos...:
ese "pétalo" que toca, por su parte, las dimensiones todas de hasta aquí,
y las sin "medida", aún,
y estrella las del porvenir
de la piedad al consagrar, de nuevo, su radicación en las harinas
de la comunión del principio,
lo que ha permitirle arraigar, si me permites,
las ráfagas de las tuberías,
no sólo en los misterios a silabear por toda la "familia"
sino, además, en lo desconocido
que de lo inarticulado les precede y les sigue,
esperando por ahí
con el resto de la "compañía"…
Sal, pues sin excluir nada, nada, de la respiración en plenitud
del viento, alma mía...
Sal a la digitalia que, subidamente, abre la mano, o mejor, la amanecida
del viento, alma mía,
gracias a esa lámina en que, desde lo oscuro del mantillo,
llamea, menos lejos, la hora
aquélla en que nadie podrá llegar a ser, justamente, un Calibis,
sin derramar en un fratricidio
que enrojecería hasta lo invisible, los "reinos"
o el "reino"
sobre la propia matriz...:
aquélla en que no habrá, gravitación de hielos
en sí
sino con otra densidad que ésa del azar, con lo específico
atribuido al destino,
quemando los nudillos que insistieran a su largo cuando empuje
el vacío
en el mutismo de las estrellas...
o ardiendo, desde la pesadilla, aún,
al arrasarlos,
los ojos que lograsen cerrar, todavía
sobre la sed de las sombras...
aunque, por otra parte, ahora mismo, podríamos
todos dirigirnos
a las galaxias como a hermanitas,
y por ver de integrarlo, someterles, precisamente, eso que nos vuelve
del revés el olvido
y lo vierte sobre la almohada:
ello sin sonreír, aún, es cierto, de la fe en las relaciones que ya hubieran
azulinado sus "vías"
antes de la "leche"
en las chispas de unos torbellinos
que habrían vinculado, eléctricamente, así, al sueño, o poco
[menos, de
los signos,
los párpados que llorarían...
Sal a la comunicación, entonces, de la veleta con la nube
en el camino
a devenir, verticalmente, a las flautas, el mismo
del amor, el mismo...
Sal, alma mía…
Sal…