un aura de hojillas
en nimbo
de primaveras de éter con el cual, acaso, un elegido
te quisiera redimir
del destino de abajo y del destino
de arriba...:
y cuál, di, la de ese tu silencio que trasluce
a tus pies
unos secretos de ceniza
que, se dijera, tú, aún no sabías
pero que libras
a la piedad, entonces, si cabe, de lo íntimo
de las lejanías
en unas urnas de islas...:
qué relación, pues, la vuestra, con esta recidiva
de setiembre, mía,
en algo que me une, casi mortalmente, a un imposible
de tiempo, que alguien,
en una religiosidad de oro, desearía
salvar, también, antes de que,
de encima
de él o del seno de él,
empiece como a negarlo en la figura o las figuras de una brisa,
una ilusión, al cabo, de siempre-vivas ?
Y qué, aún tu mirada, ésa de nilo
en iris
de nenúfares que, amarillamente, y del siempre, alguna ninfa
de Isis,
transfigurándolos, suspendería…:
qué, con las pupilas
que a través de los ojos que las llorasen a mi lado, todavía
me miran
desde el azoramiento en rocío
de la gatita (reíos)
al cubrir
los desechos, ya, de su cría,
y frente al tiro,
poco menos que de gracia que, a pedido
de la "graciocilla"
en celos de jurisdicción, y sin envaine, ay, Lamartine,
ultimase en mí,
simultáneamente, y hasta cuándo ? la amapola, ésa, que asiste
a los párpados del cariño...
o la mano, si quieres, de hermanita:
la que desvía,
a lo largo de los azares que nos enajenan la vigilia
a lo desconocido...
la que desvía
de los signos
que nos traen del jamás las interrogaciones por hundirse,
ya, de las despedidas,
y nos devuelven, en seguida,
nuestra respuesta, hecha estrellitas,
contra el vacío... ?
Y qué, por último lo que así
te sacraliza
un anhelo de verdín...:
qué con el latido
que no deja de dolerme, no, ni en esa palidez de clorofila
que, uno contigo, me orifica
también el suspiro
hacia no sé qué halo en no sé qué equilibrio
fuera, se creyese, de la circulación que desde las profundidades
me ritma
y hasta me responsabiliza,
al par que de lo mínimo y aún de lo invisible
asiéndose con desesperación a su sueño sobre el fin,
precisamente, de su pesadilla...:
al par que de ellos,
de la sangre sin nombre en la que abren, al abrirla,
con el relámpago de por ahí,
el asombro de vivir
al espanto de morir...
y de aquélla de pie, aunque en la maldición asimismo
desde la matriz:
de aquélla que al saltar, bajo las ráfagas, sus lindes,
no puede, tras de las hamadríades
de la complicidad que la llamaron y el rescate o los rescates a la vista
no puede aspirar, todavía,
la edad, ésa, en el aire que ya dora las agujas
y que la amanecerá en junquillos
aún, al transfundirla, ahora, justamente, a su camino:
la de tu color en el minuto
éste de la aureola que, al parecer, lo santifica...
y ello, inclinándose hacia las minas
de los espíritus
en un reflejo de Opires...
alzándose sobre sí y despertando con eso los soles de sus cimas
o los rayos de la analogía…
y desplegando sus cabellos por el vértigo, y así
ondulando la arenilla
de los Pactolos del infinito... ?
Qué relación, entonces, aún en la contradicción o en el atrás, todavía,
de tu espejo,.. qué
con unos hálitos
que ni siquiera, quizás, han de agrisarlo,
de, acaso, un Narciso
que, frente al agua, esta vez, sólo habrá de repetirlos ?
Pero sigues, y sigues
sin responderme, tú, ni por medio de los guiños
que gotea, ya, el lucerillo?
Eres un jardín
en pena
al que condenase a sonreír
una ausencia que fuera, a la vez, un dios en devenir
entre las agonías
o naciendo cuando éstas, hubieran ya sudado su camino
y se negasen a sí?
O es ese último de agua-marina
perdiéndose en un espectro de celeste el único en que puedes
algo decirme...
o con el que, mejor, puedes invocar a tu abismo,
pues más que responder preguntarías, a tu vez
lo que eres tú mismo
en el minuto
de tu mudez llamando al círculo
que en un misterio de resplandor ha de rodearlo y sugerirle
su sentido
antes de que fosforesca
y de que, luego, extinguiéndose en el viento que a todos nos extingue,
dé en una de campanillas
de islas
que flotarán, parpadeando, la iluminación de aquel país
que casi hemos conocido
y desconocido...
hasta que el mismo
viento, como a nosotros, hacia afuera, también, habrá de despedirte,
en la alternación, todos, de ese río
que la unidad respira..,
mas, por nuestra parte, sin dejar —has de presumirlo—
nunca de oír
los gritos
que se prenden a las raíces
o claman desde la orilla
de lo incomprensible:
río del que, si se le interroga, no cabe esperar contestación, semejante a esa vía
cuya aventura es sólo vía...
Pero tú vas, al cabo, a entrar en ti,
aunque a la deriva,
con el regreso del antes más, a la verdad, en lo incomparable de la dicha
identificándose a las otras, a la vez,
sobre unos linos
como de familia…
E igual que nosotros el amor requerirías
para el secreto de la visita
y la restitución, en una luz, de lo uno, a pesar de que esa luz
carboniza.. .
Y ha de ser, igualmente, la participación, la que, de algún modo, has de cumplir...
y la separación misma
la llevará consigo cual si fuese una semilla
de ese árbol que ha de abrir
simultáneamente, un día
las hojas de su vuelo y las de su caída...
Pues que habrás de saber, tú, que, aisladamente, nada existe:
que esa lisura
de un más allá de yemas no puede sino descubrir escalofríos
que, cósmicamente, la exceden...
que lo ardido y lo subido
no pueden pasar sin el amianto ni la hondura de los limos...
que hasta la deidad, sí,
tiene una sombra de frío...
que el mutismo
del ser no puede, tampoco, desembarazarse del rumor a cuyo origen
desde el cubil,
tendemos, por nuestra parte, el oído...
—Pero es el caso —me dirás— que tú me has atribuido
un circuito
que acaso no es más que ese "hado" que asimilan
a lo intransferible
de un peaje debajo de mis giros:
que quizás
es el de una peripecia que te atañe en cuanto te da casi las líneas
de la apertura a que aspiras...
Más yo no tengo nombre, al fin...
y aunque todo está en todo y el envés y el revés
te rezara para mi
rostro si él no fuese, por una eternidad, su propia huida,
tu no podrías referir
las series de una pasión que, occidentalmente se ensangrienta aún por
firmarlas,
desde siglos...
referirlas
a lo anónimo que deslíe
las noches y los días,
con antelación a ellos, si tu me lo permites. . .
y con antelación, entonces, al paraíso
de ustedes, bien que éste, lo sepa, es cierto, por la maldición de esa porfía
que me rubrica
el más allá, ahora, de mi mismo...
Tal me dirías…
pero el véspero, sólo, lagrimea las primicias
de una nevada de mirtos
en, acaso, una reserva de Citeres sobre el ruido
o los ruidos
que, con el sacrilegio de los míos,
habrán de espumarles, indiscretamente, asimismo,
los arribos…