Atravesando las disputas, o mejor, las disputillas,
no oíste
que los pájaros cantaban, cantaban por el corazón de la lluvia?
Yo los sentí…
Perdón, perdón, por no habértelo oportunamente, dicho
Oh si también los hubieras oído…
Es probable que, entonces, nos hubiéramos hallado en lo que es más
que la alegría
por ahí,
entre fibras de arpas, a una, pero en uno, los dos, con la caída
o la subida
en suspensión de la urdimbre hacia el tejido
que tramaban, infinitamente, los otros melodistas
del agua, en la línea
de flotación, al parecer, de los aires…
Dónde, pues, nuestro olvido
contado, líquidamente, en los rosarios de unos geniecillos
y respirado encima
en todas las familias de las flautas y en los tallos, todavía,
de lo desconocido
Pasándoles y sobreponiéndoles y complicándoles, aún, en una suerte de imposible
de hilos?
Dónde, mi amiga,
a un infinito
de la siesta, aunque más bien en ella, pues ahora, disminuida
de sus láminas
era ella la que daba en cruzar, así,
y desleír, así,
esos números de los silfos...
y en un acuerdo tal de pulsaciones y de hálitos, que haría
bailar ya sin pies
a Diciembre mismo?
Dónde, mi amiga,
a un infinito
de la siesta, aunque más bien en ella, pues ahora, disminuida
de sus láminas
era ella la que daba en cruzar, así,
esos números de los silfos…
y en un acuerdo tal de pulsaciones y de hálitos, que haría
bailar ya sin pies
a Diciembre mismo?
Dónde, mi amiga,
a un infinito
de la gravedad, sí, que a pesar nuestro, fue ciertamente, la que hizo
que nos desencontráramos un minuto?
Dónde, mi amiga...?