Desde épocas muy remotas los tambores -en todos los continentes, en todos los pueblos- pusieron su vibración en la corriente de la vida, su floración sonora entre las ondulaciones del tiempo, su espuma de música sobre el oleaje de la historia.
Las más variadas peripecias, los más profundos dramas, las mas recónditas señales, lo perdido y remaneciente, lo que vueltea en el movimiento de los días, lo que se hunde en el abismo del misterio y cruza la inmensidad como un astro rumbeando la querencia, los ensueños fluctuantes en el combate de la vida, las ilusiones fugitivas y las esperanzas volvedoras, están en el simple, poderoso y sugestivo lenguaje de tambores.
En ellos vienen resonando todas las ansias humanas, los antiguos clamores de las sufrientes criaturas de todas las razas.
En su cósmico idioma, en su lengua telúrica y celeste, en su apretada cifra donde alienta la respiración de los siglos, crece un rumor nocturno de fuerzas en desasosiego, se ahonda la noche madura de constelaciones retumban vientos de los altos páramos y de la selva sombría, cruzan sonoros ríos y se siente el desperezo germinal de la aurora.
En su corazón inmensurable, donde en rescoldo de música está la memoria del tiempo sin memoria y se condensa el eterno drama humano, apuntan anunciaciones y convocatorias, se abren flores de misterio y de magia, se enlazan las tensiones de los viejos ritos y los júbilos de las fiestas populares, las glorias y las penas del amor, las celebraciones de la paz y los mensajes de la guerra, las palpitaciones de la vida y los decretos de la muerte.
Un día los tambores anunciarán la victoria del hombre, acompañarán el canto de la felicidad, celebrarán la gloria del pueblo liberado.
Entre los numerosos tipos de tambor que han usado y usan los pueblos americanos -desde el famoso tambor de guerra de los caverres del Orinoco hasta el extraordinario cambarissú de los catuquinas del Amazonas, que más que un tambor es un verdadero telégrafo- figuran varios, pequeños y grandes, portátiles y no portátiles, con parche de resonancia o sin él, tocados con mazos o palillos o simplemente con las manos, que se emplean para acompañar la danza y el canto. Así el huehuetl y el teponaztli o teponaxtle de Méjico y Centro América; la tinya y la huancara, o wankara, o huancar, del área incaica, de una y de dos membranas, que las actuales poblaciones del Norte y del Noroeste de la Argentina conocen con el nombre de caja; * el cultrún o kultrun del Arauco; el pim-pim del Chaco, etc.
El teponaztli es una especie de gran tambor cilíndrico, hecho de un tronco de madera dura, ahuecado, con incisiones y de dos a cuatro lengüetas vibrantes, que se golpean con pequeños mazos de madera revestidos de caucho en la extremidad. Su potente sonido se difunde a considerable distancia. Su uso es también tradicional entre los pueblos maya-quichés de la América Central, con el nombre de tunkul.
El huehuetl es otra especie de tambor, más aproximado a los tambores comunes, también de forma cilíndrica, recubierto en la parte superior con una piel preparada especialmente y que se puede estirar por medio de cuerdas. Se toca únicamente con las manos, los dedos o los puños. El huehuetl y el teponaztli eran los instrumentos típicamente usados en las danzas y cantares de los mitotes.
Parecidos instrumentos de percusión usaban en sus areitos los taínos de las Antillas.
La tinya o wankara, tamboril de los indígenas del Perú y Bolivia, está difundida por todo el Noroeste argentino con el nombre de caja, ocaja chayera, por ser infaltable en las fiestas de carnaval o haya. Cantores y cantoras acompañan con su son el canto de las coplas. Coplas para cantar con caja 1, se titula una recopilación de coplas populares de Salta. Y Fausto Burgos tituló un libro de poemas del terruño tucumano con el nombre del tamborcito indio: Wankaras.2 En uno de ellos se refirió a un poeta y cantor ciego que entonaba sus versos al compás de su tamboril inseparable:
Conocí yo un ciego
de cabeza cana,
de labios marchitos
y turbia mirada...
Componía versos,
y al son de su caja
tamborcillo keshua
que llaman wankara
con voz melodiosa,
sus versos cantaba.
Además de las provincias aludidas (Salta y Tucumán), también en La Rioja, Catamarca y Jujuy, la caja tiene profundo arraigo, acompaña el canto y abre cancha a la emoción de las fiestas populares. Otro tanto sucede en zonas de Santiago del Estero, donde la caja pone su conversado ritmo en las fiestas carnavaleras, acompaña vidalas, anima "telesitas" y "pandorgueadas". O integra pequeñas orquestas populares, junto al violín y la guitarra:
Ya oigo sonar en los montes
caja, guitarra y violín…
Ay vidalita de los amores,
santas memorias me traen así… 3
El kultrun de los araucanos -pequeño tambor de forma semiesférica o de cono truncado- suele acompañar, junto con la trutruka, las canciones de aquellos aborígenes. Asimismo, en distintas ceremonias, los machis entonan cantos religiosos y mágicos el son del kultru. 4
En ciertas danzas de los indígenas del Chaco (tobas y otros), con silbidos y cantos en coro, el ritmo está regido por el son del pim-pim opin-pin, tambor fijo que conserva su actitud de árbol, mutilado pero en pie, acompañando las pobres alegrías del indio. 5 Es el tronco de unyuchán o palo borracho, cortado a cierta altura y dejado en pie, ahuecado luego a manera de mortero y cubierto en la parte superior con cuero de vizcacha o de chivo para formar la membrana de resonancia. Otras veces se lo corta por completo, pero dejándole siempre una sola abertura, y sirve también de noque. 6
Con referencia a los mocovíes, Lázaro Flury dice que "en sus danzas giran en torno al tamboril y cantan todos juntos. Luego unos y otros, como si fuera una payada o contrapunto".7
Entre los yakamamarures del Guaviare, en territorio colombiano, el paiawa –trovador, improvisador, relator, cantor, portavoz- acompaña sus recitados cantos con la percusión de un pequeño tambor, quizá del tipo del tamboril tradicional del área incaica.
Tambores de todos los tipos, tamaños y formas- tambores de agua, tambores rituales, tambores de señales, timbales y tamboriles- han sido encontrados en toda América entre los bienes culturales del indio. Un estudio completo de tales instrumentos demandaría un grueso volumen. Aquí solo se trata de mencionar algunos de ellos, los que más directamente se relacionan con el tema capital de este libro.
* Según el musicólogo Nicolás Sloninsky, el huancar es un tambor chato de Bolivia y Perú, cubierto por un parche en ambos extremos, y la tinya un pequeño tambor chato peruano con una membrana. (La música de América Latina, pp. 354 y 372). Por su parte el musicólogo argentino Carlos Vega indica que las cajas que se encuentran en nuestro país tienen dos parches o membranas. “Huancar o Hatun-tinya o simplemente tinya -dice- llaman en quichua a estos membranofónos. En aymara, uancara. (Los instrumentos musicales aborígenes y criollos de la Argentina, p. 133). Por su parte, Julio Viggiano Esain, dice que a este tamborcito, llamado caja en la Argentina, "en Bolivia se lo llama con lengua quichua, wankar, y a los de menor tamaño y de un solo parche se los llama wankara-tinya o simplemente tinya". Agrega que " según Antonio González Bravo, los tambores, entre los indios del Perú, se llamaban y se llaman wankaras y wankaratinyas o tinyas, si se trata de los tambores de forma aplanada, el verdadero tambor indígena; y wankara si es de forma alargada". (Instrumentología musical popular argentina, p. 132). Cf. Félix Molina-Téllez: Tierra madura, pp. 87-91; Ana S. Cabrera: Rutas de América, p. 98; Rafael Cano: Construcción y bautizo de cajas chayeras, en Allpamisqui, pp., 131 y ss.
1- Edición de librería "El Estudiante", Salta, 1951.
2- Fausto Burgos: Wankaras, poemas tucumanos, Buenos Aires, 1928.
3- Félix Molina Téllez: Tierra madura, p. 91, Rosario, 1939.
4- Cf. R.E. House: Epopeya india, p. 291, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1940
5- Pastor López Aranda: Excelencias de la flora argentina. El "palo borracho”, “yuchán” o “samohú”, en la “La Prensa”, Buenos Aires, 18 de diciembre de 1938.
6- Cf. Dr. Esteban L. Maradona: a través de la selva, pp. 72-73, Buenos Aires, 1937
7- Lázaro Flury: tradiciones, leyendas y vida de los indios del Norte p. 59, Buenos Aires, 1945