LA TRADICIÓN PAYADORESCA

La poesía payadoresca, con escasos representantes en la actualidad, pertenece más bien a la historia. Pero sus fermentos no se han extinguido, su profunda fuente no se agota y aún fluye de modo abundante y diverso en las anchas áreas de la poesía popular.

Tenemos necesidad de seguir prestando atención al espíritu que informa la poesía payadoresca y a su influencia, tanto en el ámbito popular como en la esfera de la literatura culta, en procura de establecer las conexiones e interrelaciones operadas en el complejo y dramático proceso de  la cultura, para seguir una línea de continuidad y superación, aunque en este capítulo solo se trata de rápidos atisbos y algunas sugestiones.

De cualquier manera, si no nos dejamos extraviar y persistimos ni renovar exploraciones y experiencias en lo más vital de los contenidos literarios, seguramente podremos descubrir lo que hay de positivo en la tradición payadoresca.

En primer lugar es preciso reconocer la fundamental importancia que la poesía tiene para los pueblos. Para todos los pueblos, empezando por las culturas primitivas. Y el valor que corresponde asignarle en el cuadro de los elementos funcionales de la cultura popular. La poesía está ligada a la vida de todos los pueblos, a la historia entera de la humanidad. En lo que respecta a los pueblos nuestros y a su poesía, hay que reconocerle al payador el cumplimiento de una función cultural -y por lo tanto social- de primera importancia, en su calidad de tipo representativo brotado del pueblo, dentro de las condiciones de época y de ambiente en que se formó y actuó. Ponía en la vida de su canto lo que estaba en la vida de su pueblo. Descripciones, pero también energía militante. Sentimientos, pero también opiniones.

La voz de los cantores gauchos, por su resonancia viva, directa e inmediata en el ámbito popular, tenía una eficacia extraordinaria como vehículo de sentimientos y opiniones, de información y militancia, de agitación del aura colectiva. Durante todo el siglo pasado es bien visible, en nuestra historia, la huella del paso de los payadores por todas partes: fiestas y trabajos, estancias y ranchos, pulperías y postas; donde hacían noche las tropas de carretas y donde acampaban las tropas de los ejércitos.

El canto popular sube y se desparrama en la voz de los payadores campesinos, analfabetos por hallarse lejos de la escuela, pero de espíritu vibrador y despiertas intuiciones, por encontrarse siempre cerca de la poesía. Y la tradición que así se forma, en el campo de la  literatura poética oral y al son de las guitarras, alimentada y revertida en el ambiente popular, toma múltiples caminos en el terreno de la literatura culta, en el documento literario y en el teatro, pasando por sucesivos períodos hasta llegar a nuestros días. Es computable aún como vibración popular, como punto de partida y como sugestión atendible hacia nuevos desarrollos y nuevas proyecciones. Sin aferramos, desde luego, a lo que ha sido superado en nuestra evolución histórica y literaria.

La actitud del que canta opinando estaba dentro de la tradición payadoresca que en el Río de la Plata tiene en Hidalgo su primer hito importante y que después Hernández coloca en su máxima eminencia. La poesía de Hidalgo, cuyo valor ya había advertido en su tiempo don Juan María Gutiérrez, despunta con doble carácter revolucionario: proclamaba la independencia política y era punta de lanza de la independencia literaria.

Señalado lo que antecede, corresponde también observar que Bartolomé Hidalgo no fue el único cantor que puso su voz al nivel y la temperatura de los tiempos para cantar la lucha formidable de los criollos después de "la voz de áhura" de 1810. Además de no estar absolutamente probado que todas los cielitos que se le atribuyen se debieran a su pluma, cuando él empezó a diseminar sus guitarreados mensajes también los payadores, que habían forjado ya toda una tradición poética en el ámbito popular, iban "llevando hasta las muchedum­bres -como dice Moya- en cuartetas bravías o retozonas de cielito la informa­ción sintética de los acontecimientos".1 En verdad el cielito, de honda raigambre criolla, popular, payadoresca, histórica, ha sido cultivado con profusión desde antes de Hidalgo y mantiene su dilatado prestigio.

 

1 - Ismael Moya: Romancero, I, p. 309, Buenos Aires, 1941.