LA HUERTA AZUL

 

 

A la huerta de mis abuelos, a la huerta en que hubo romeros y otras plantas en flor, le venían bien las coplas y las canciones más azules.
          Si abuela Bambina recogía en su regazo a aquel chico que ella adormecía en su arrullo,
—"La Virgen lavaba
Los ricos pañales;
José los tendía
En los romerales."
          No era posible el sueño, sin ver, sin descubrir allí en la huerta azul, la Virgen lavandera, entre los romeros en flor.  La Virgen, ¿saldría de las estampas, imágenes custodias de la bondad de abuela? Las manos de la Virgen, parecidas al jazmín de lluvia, ¿lavarían su manto color de cielo y huerta florecida? Y tío José, antes de irse al trabajo, ¿se encargaría de tender en el romeral aquel manto? Prenda tan delicada, rompiéndose en pedacitos, ¿se volvería aquel millón de flores?
          Y si en otra hora, alguna de mis tías —Roly o Né— se entregaba a la lectura, acudía a su lado mi niñez toda ojos, buscando láminas en el libro abierto. La tía, mostrándome las páginas, explicaba que las figuras solamente leyendo se veían y se oían. Y entonces, sus palabras me pintaban patente, la huerta florida; hasta con las abejas y la niña que vendría de visita, ya que
"Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel."
          Y esperaba a aquella niña, observando que las abejas ceñían sus patitas de polen parecido a la pulsera de la tía Né. ¿Por qué mi tía no usaba dos pulseras como las abejas?
          Mis preguntas eran respondidas con más besos que palabras. Y llegando la niña esperada, era para saber juntos que las flores del romero,
Hoy son flores azules,
mañana  serán  miel.
          Y a la mañana siguiente, tomados de la mano, íbamos a las flores, que eran no más, flores azules. ¿Cuándo serían miel? Convertidas en gotas celestes, acaso las hubiéramos compartido allí en la fiesta de las abejas.