A
Domitila Rodríguez de Papetti
Alfredo Uriarte Rebaudi
Susana Giqueaux
COMO el primer día de fiesta del mundo
te coronas con una rama de abejas y orquídeas.
Sientes pasar a través de tus piernas, como una ola,
el amor y los vientos.
Y una mariposa se queda aleteando mientras el sueño
te roza los párpados
con un haz de adormideras.
Así te veo, mujer nacida de los vahos de los antiguos
ríos
y de la tierra de enormes flores,
envuelta todavía
en el resplandor del polvo del caos aquietándose.
DESDE EL OTRO LADO DE LA COLINA
VUELVE a mí desde el otro lado de la colina
cuando hayas terminado de morir.
Tráeme una brazada de asfódelos rociados por el
Flégeton,
y el santo y seña de la coronada guardiana del
Tártaro.
Pero vuelve a mí desde el otro lado de la colina.
Dicen los abejarucos que las muertas hermosas
tienen un halo blanco rodeándole los ojos,
y respiran como una paloma enamorada.
Nada hay con tanta blancura que pueda aclarar
la oscuridad espléndida en la que has desaparecido.
No es de este mundo el frío que pueda helar las
llamas trémulas, azules, flotantes, de tus pechos nocturnos.
Vuelve a mí desde el otro lado de la colina.
Un hijo de la Noche no le teme a los lemures ni a las
larvas,
ni a Hécate, con su hueste ululante de perros amarillos
y cuervos azules.
También yo he de saber que no hay límites entre
la luz y la sombra
cuando vuelvas a mí desde el otro lado de la
colina.
Soy tu rehén en este mundo.
La muerte no podrá hacerte daño porque te has ido
rodeada de amor,
como un héroe guardado por el escudo de su sangre.
Esta noche hay un misterioso viento que arrastra
las luciérnagas,
y las ranas cantan a coro la partitura del miedo.
Pero yo te aguardo de este lado de la colina
porque sé que aparecerás.
Si la muerte es radiante como la cabeza de un dios,
la vida es resplandeciente para el que está esperando
a la mujer amada.
Vuelve a mí desde el otro lado de la colina
con la rama dorada que crece en las Puertas del
Otro País.