A Ana María Mañé
y Amarú Oropeza
ANTES de la ceniza o de la nieve
yo habré de arder: me vestiré de hoguera.
Fuego en otoño y brasa en primavera
no quiero que la llama me sea leve,
De a poco iré trastocándome en madera;
seré la savia lenta que se mueve
hasta el confín del árbol, y se atreve
a despedirse en flor, antes que muera.
No es muy arduo ser flor, pero madura
por el día solar que la ha templado
y en corola metálica perdura.
No es difícil ser fuego enamorado,
que al tiempo de quemar a la hermosura
crea otra flor de fuego a su costado.
ENAMORADO estoy de lo que pasa,
por eso sé que mi durar termina.
Como la llama, espiga de la brasa,
seré una flor fugaz que se ilumina.
Me arranqué de la carne cada espina
y las eché a volar…Nada me abrasa.
Mi paso con el Tiempo se acompasa.
Tengo su mismo andar, su misma ruina.
Y si me voy, no volveré a este mundo
con una rosa en cruz en mi costado.
Una pena de amores me destierra.
Volveré, volveré, transfigurado
como un canto en el viento vagabundo.
No me conocerán: seré de tierra.
QUIERO tu llama azul quemando plena
y enrojeciendo toda mi ceniza.
Para tu leve lentitud, mi prisa;
mi olor clavel cubriendo tu azucena.
Vives eslabonada a mi cadena,
espiral en mi viento que te riza.
Corazón pedernal que no se triza
sino para mezclarse con tu arena.
No siendo yo lo que tú eres, formamos
ese milagro espléndido y profundo:
el indistinto aroma de dos ramos.
Y cuando en sombras de alma yo me hundo
tú asciendes con el alba, y conformamos
la redondez magnífica del mundo.
YO, que bajé del olvido, enamorado
de un dolor tan hermoso como amarte,
por tu gracia subí transfigurado
en música de amor para cantarte.
Aunque baje dolido y desollado
de la sangre no pude separarte.
Toda una piel de amor me ha resguardado
del riesgo de quererte y olvidarte.
Escucha de mi piel el resplandor.
No necesitas que te diga nada
porque todo lo sabes por amor.
No digas nada, nada, nada…Cada
recuerdo de tu boca es una flor,
y ya tengo la boca iluminada.