Yo anduve como un talismán entre tus harapos multicolores
gozando sepulcros donde duermen huracanes de savia,
momias arcillosas, descastadas vírgenes,
hipogeos inclinados a las arenas que broncea el río.
No era un sueño la tardía señal de los amuletos,
ni esos salmos crueles donde caen las ramas de un címbalo
desangrando la belleza. Heredero victorioso, la dulce antigüedad
disolvía la piedra con vesánica imploración susurrante.
Comprendí las endechas del arpa y el sonido de tus tambores,
el milagro reverdeciendo con poéticas transparencias
donde la noche es un bello cacique lloviznado de eternidad.
Hueso de miel para esas arañas que tejían rostros vagabundos,
toqué los trágicos alaridos jadeantes,
hurgué tus vasijas llenas aún de un líquido de guerra,
de una sed donde el río invoca tus cazadores
alucinados de sombra
mirando aún el hechizo de la arcilla en sus cantos.