Cuando recorre el jardín hablando con las plantas,
protege su secreto más íntimo.
Madre de los objetos sensibles, su pecho
en un arroyo, el uso que los insectos dan
a la falsificación del sueño,
casi el límite de los perdones consagrados.
Luego, cuando regresa, me toma como una carnívora
flagelante, y con un festón de prolongadas
cadenas recama esta medusa que me nutre
la boca.
A veces cae empujada por golpes que no alcanzo
a distinguir. Sella con su alquimia el vaso cerrado,
y por debajo y encima se humedece
desplegando un florero espectral.
Alerta, como un bandoneón de aleluyas,
toco su girasol encendido,
esa delicadeza cuya frondosidad
hace de la vida un milagro, una guerra
de sonoros provechos abismales.
(De: La ciega energía – Del libro: El caduceo- Profanación del soborno, Fundación Argentina para la poesía, 1971)