Escribe el poema y déjalo dormir entre los otros
colócalo en el freezer, de costado, para que no ocupe
mucho
lugar en la heladera como aconsejaba Catulo;
después de un tiempo, una mañana cuando te levantes
con electricidad en los cabellos y sientas que él
te llama con una voz que se oye en la cabeza
y que es la de otro poeta más querido que tú,
vuelve a leerlo como si fuera ajeno
y sabrás si vale la pena corregirlo o romperlo,
o tocarlo para saber si aún está vivo.
No dejes que interfieran los otros escritos bajo
otras circunstancias psicoanalíticas de lo real, lo
simbólico y lo imaginario,
y sabrás qué cosas dice de aquello que no está
escrito.
Entonces si ese espacio vacío está lleno
sálvalo de la destrucción y engendra una fuerte
convicción sin pensar
en otra cosa que no sea el ritmo sagrado de los
planetas