PASTOS

        Todos los pastos del campo son elegantes. Es la opinión de la hormiga. Cebadilla, gramilla, porotillo o trébol llevan en sus nom­bres las eles suficientes como para alargarles el talle y darles el aire de gráciles doncellas. El trébol es necesariamente el más chato de los pastos criollos. Sólo tiene una ele...

       Pero hay un pasto que dejó en sus huellas el megaterio. Lo había sacado de entre el barro de la laguna Iberá. Lo llevaba entre sus pezuñas el enorme dictigrado y vegetariano convencido. Es el pasto correntino, cáncer del campo en el que se anidan la ga­rrapata y la tristeza. No es la paja brava con hojas aserradas y raíz perfumada. Es el pasto que forma lamparones en la cebada y está agazapado entre la alfalfa. Es una fortaleza inexpugnable. Los animales lo evitan. Los bueyes mismos lo cornean al pasar. En el mar recordaría al cangrejo que se come a sus hermanos. Los otros pastos se entumecen a su sombra.