CACTUS

 

Los cactos pueden clasificarse en obesos y flemáticos. Los flemáticos son, sin duda, los que pudiéramos llamar delgados. La palabra flemática es profundamente inglesa y la flacura también. Van tomadas de la mano. Los cactos obesos son las higueras de tuna y los higos chumbos sus frutos ariscos con su sombrerito de gasa rosa sobre el testuz maduro. Y sobre todo el higo, una cota de malla de espinas. La tuna es uno de los muros sarracenos que los árabes llevaron de África a España. Los soldados del Islam iban agazapados detrás para saltar por sorpresa sobre el inocente cristiano. Los tunales, por su aspecto hirsuto, evocan las montoneras de gauchos alzados. Se les ve como borrones desde el cielo. Son las avanzadas de un ejército vegetal, una partida de soldados que se aventura lejos del ejército de la selva virgen. Las casas de posta de las Mensajerías nacionales estaban fortificadas con tunales.

        El cacto flemático pertenece ya a la montaña argentina. Se le ve irse de Córdoba con rumbo a las travesías de San Luis, de La Rioja y Catamarca, merodear las piedras de San Juan y Salta.

        Las pencas son cóndores verdes subidos en una arista de la roca, pastores silenciosos de un rebaño ausente. En medio de las quebradas, los brazos espinosos, los velones del cacto, montan la guardia. Esperan una señal o un siglo que vendrá. El viento los entretiene —como que es un chasque indio— con sus noticias de ultratumba. Sólo el viento codea al cacto. Tan alargado como espinoso, tan hostil como distante, su hora apocalíptica no ha sonado. Las haciendas cimarronas se han refugiado en la montaña. El cacto es el único vegetal mayúsculo que se alzó de los campos buscando la libertad, huyendo del tirano. La piedra que lo sustenta lo admira. Lo ve erguirse cada vez más, vigilando las pistas desiertas de la montaña por donde bajan las piedras buscando el agua que, después de arrancarlas a la entraña del mundo, las olvidará a los semidioses vagabundos, esos mozos de cordel, pretenciosos, que ya no tienen nada que levantar sobre sus espaldas atléticas, después que se encontró un punto de apoyo y se descubriera la palanca.