Vivo el barrio de San Telmo
y sus angostas veredas,
llenas de “infiernos” y “cielos”
para el tejo y la rayuela;
"la piedra libre", ''el mosquito
bombo”' -que anda en una pierna-
las bolitas, la escondida,
los carozos y las ruedas,
los barquillos, las pringosas
tortitas de azúcar negra;
la mancha, las cuatro esquinas:
''no hay pan en el horno, vuelva'
el ta-te-ti, la pandorga,
pororó, maní, grageas,
la Caperucita Roja,
la historia de Cenicienta;
el payaso Bebecito,
y el Circo Anselmi que llega.
-está en la calle San Juan
entre Solís y Lorea-.
Pongo pantalones largos
y uso blusa marinera.
El viento rudo de invierno,
bajo nuestras capas, cuela.
Al acostamos, nos ponen
los porrones de cerveza
con agua caliente dentro.
Y es el porrón que gotea...
En el recreo aprendemos
ristras de palabras feas
que ensayamos en la calle
para ponerlas a prueba
y al sentir que alcance tienen,
salimos a la carrera.
Vivimos un poco al margen
de leyes que nos esperan,
y salimos a la calle
como quien ya escapa de ellas.
No hay juego sin un disgusto,
ni ganancia sin reyerta.
En cada barrio un "pesado"
que anda buscando peleas,
trazando en el suelo un círculo
y mojándonos la oreja,
amenaza con sacarnos
"la chocolata" en su jerga.
Hay un partido de "ainenti"
en cada umbral de las puertas,
y de entregar "la costura"
en la Intendencia de Guerra,
vuelven las chicas del barrio
con un novio de "galera",
saliendo el galán corrido
bajo una lluvia de piedras.
Antes lloraban las madres.
Hoy las hijas lloriquean
porque somos los tiranos
de la calle y sus aceras.
¡Pobres chicuelas sensibles,
quedan haciéndole señas al Destino que no vuelve y que las deja solteras!
Canto el barrio de San Telmo
y su run-run de colmena
por donde pasó mi infancia
con botas de siete leguas.