EL ENAMORADOR DE TODAS LAS MUJERES: LAS DAMAS DEL VIZCONDE

 

 

«Es de oírle el relato fácil del cazador de emociones,

sembrado de anécdotas, en las que, como en todos los artistas

verdaderamente refinados, se descubre al gustador exigente

de todas las cocinas y al enamorador de todas las mujer»

(Benjamín Carrión)


«Las mujeres son pájaros que se cazan con metáforas-»

(Vizconde de Lascano Tegui)

 

 

«Te quiero» es el título de un artículo firmado por el Vizconde en diario El Mundo (Op. cit.) «Diario manuable e ilustrado como una revista», según la propia definición del diario.

 

«Al ser enamorado le parece poca cosa decirle al otro: te quiero. Y como una afirmación incontrovertible de su yo ególatra y jactancioso, adelanta el pecho de la frase diciéndole víctima: yo te quiero. No sólo en lengua española. El verbo amar se emplea siempre de manera agresiva en otra latitudes: je t' aime, en Francia; I love you en Inglaterra e Ich liebe dich, en Alemania».

 

El autor desde su más temprana juventud rehusó el plagio y esta frase tan copiada le pareció un delito editorial:

 

«Yo sentía, indudablemente, al iniciar la carrera de mí vida — parado en las esquinas del barrio — que la frase "yo te quiero" era común y vulgar hasta parecerme un robo intelectual o un plagio literario utilizarla.

»Se presentaron en la vida de este conejo de experimento que repasa sus memorias, otras oportunidades en que pude decir: je t' aimeI love you, Ich liebe dich, ya que iba atravesando, en mi bohemia, por países extranjeros. Y a medida que vivía, más reacio era a emplear la frase consagrada —la moneda de diez centavos del amor— y cada día se me hacía más ajena, menos mía, pues entendía que el afecto iba cambiando de formas y debía para estar conforme con ellas usar de otras palabras».

 

Continúa su hermenéutica del te quiero:

 

«la frase de la que se ha hecho mayor número de emisiones legales y clandestinas, es, sin embargo la más nueva cuando no se puede hallar otra que sea más espontánea frente al ser querido».

 

Relata allí, la historia de los primeros versos que escribió muy jovencito; fueron para enternecer a la hija de una fiambrera de la calle Corrientes:

 

«iba al verso no queriendo emplear la vieja frase y prefería un ruido verbal armonioso para endulzar el oído de la niña que de tan bien alimentada tenía el cutis terso y el arrebol de los lechones (...)».

 

Con elegante sabiduría aborda la exégesis diacrónica del te quiero y establece una estética para cada edad:

 

«No niego el amor porque la edad nos desdibuja y nos castiga. Pero creo que el amor en ciertos instantes estéticos carece del idioma condigno que lo haga respetable. Emplear las frases de los veinte años cuando se tiene cincuenta es como emplear un idioma testigo falso y relatar un sentimiento que a fuerza de ser hondo, prolongado y efectivo no tiene el derecho de ir a buscar lejos de él, hacia tras, hacia la pubertad, las palabras y los gestos que lo denuncian, pues no es la pasión de esta edad temprana, »sino una dulce tristeza que nos despierta la belleza física o la belleza moral del ser privilegiado que pasa generalmente insensible al sentimiento que despierta.

»El hombre de más de cuarenta años ya no puede emitir moneda falsa. No le queda tiempo para sincerarse o para excusarse. Y las frases de su sentimiento atribulado pueden ser tiernas, pero no atrevidas ni osadas, ni jactanciosas».

 

El caballero de la edad serena tenía 59 años cuando escribió esto y no pudo evitar un broche de cierre de mecánica dental con aires de sarcasmo:

 

«Ya no le es dado decir —pues usa algunos dientes falsos—yo te adoro, je t 'aime, I love you, ich liebe dich. Y si lo dice para desarmar su boca de toda la mentira debe sacarse el paladar postizo».

 

El folio 2 de su legajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina expresa:

 

«Nacido el……..19 de mayo de 1887

Nacionalidad de origen……argentina

Nacionalidad de naturalización……..

Estado civil... casado

Número de hijos...

Nacionalidad de la esposa... francesa»

 

Acerca de este matrimonio de su primera juventud, 23 años, el autor hace mención en su artículo «Solo palatino» (El Hogar, 1950): comenta que en París allá por 1910 cobraba esporádicamente sus colaboraciones periodísticas y hacía ingentes esfuerzos para llevarle algunos ingresos a su esposa. No tenemos su nombre.

Luego aparecen los datos de Sofía Simona, de nacionalidad suiza, quien lo acompañó hasta su muerte. En el folio N.° 44 de su legajo personal con fecha abril de 1937 se lee:

 

« ¿Es soltero, casado o viudo? Casado

Fecha de casamiento: 23 de julio de 1931

Apellido de la esposa: Zarlhy…….Nombre: Sofía Simona

Fecha de nacimiento: día 4………mes: julio……..año: 1897».

 

Más allá de la formalidad oficial hay una biografía del espíritu y una pinacoteca literaria. La galería femenina que describe despliega variados tipos de mujer que afirman sus títulos de hombre experimentado; a los veintitrés años escribía a Lulú:

 

«La mañana que llega sonriente sorpréndeme unido

a ese cuerpo de gata flexible que gasta Lulú,

y esperando dormir mucho, mucho, en mis brazos,

la loca chicuela reclama enfadada ¿Por qué usas tanta luz?

Y corriendo la sábana, loco cual sátiro joven,

le levanto los senos y detrás le coloco un espejo: al trasluz

Se presiente la vida que pasa animando las rosas,

Y le indico ese plano plateado que copia las curvas y roba la luz...».

 

(La Empusa..., p. 27,28)

 

La imagen de bon vivant que se le atribuye continúa:

 

Caso

Era una viuda mi dama,

Todo un pasado aún en flor:

Erudita de la cama,

Como debe ser la dama

Que ha sabido otro señor

 

(La Empusa..., p. 48)

 

 

La historia de mi Marcela

 

Una historia que coincide con su foto de parisino barbudo que aparece en la anteportada de La Empusa se publicó en 1913:

 

"Mía, como se dice: mi sombrero, mi mesa o mi libro, fue en mi época de cristo melenudo en el barrio latino del amor, Marcela. La Marcela que en el sorteo del destino habíame tocado por ser poeta y bohemio y que todos los de mi estirpe han poseído. Marcela, "mi Marcela", era todo cerebro, como la mayoría de las mujeres francesas. Era inteligente en su sensibilidad. Marcela, vistiendo su sencillo y sempiterno traje negro, que hacía aún más intensa la palidez de su rostro, me miraba como mirarían las solitarias mujeres de Barba Azul».

 

La historia de un romance en la bohardilla del poeta, la inminencia de una confesión femenina entre lágrimas, una separación de meses y luego una carta de despedida:

 

«Vivo en Salónica. Me he casado con un comerciante griego. Un hombre bueno y sencillo que se te parece mucho aunque no sabe nada de versos. Es un poeta malogrado».

 

Y una revelación sorprendente:

 

«Él me insinuó esta carta de adiós, que debí haberte escrito antes de dejar París. Él te respeta como todo lo que fue querido para mí. Al fin, tú eres el padre de Marcela porque así la llamé a nuestra hija. Como se llamó tu amiga la confíterita de la rué Vavin. ¡Y cómo se le parece!... Sería la novia ideal de un artista. Peut étre la inimitable, como tú me llamabas. Pero no. Mi hija no conocerá ese París que me costó tantas lágrimas y me tuvo aprisionada de hambre tantas veces...

»En una palabra, mi hija ignorará lo que es un poeta. No quiero que sepa como yo que son inalcanzables las estrellas».

 

Lo que parecía ser una bella ficción aporta un dato inquietante que promueve la duda: nombres de los amigos del Vizconde por ejemplo: Félix, como Fernán Félix de Amador...

 

«Dile adiós a nuestros amigos, a tus camaradas, a Luisa, a Fernán, a Andrés, y que tú seas feliz, como lo son estos seres tan lejanos. Vizconde de Lascano Tegui».

 

Las viejas: el no lugar

La libido concupiscendi en compensación de la libido principiandi

Estas categorías han sido comparadas en su relación en estudios críticos de otros autores a cargo del doctor Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, nativo de Gualeguaychú. Aplicadas a este tipo de personaje del Vizconde, la solterona o la beata, pueden explicar las extrañas transacciones psicológicas que se operan.

Inhibida la libido concupiscendi, en tanto plenitud sensual y sexual, opera la libido principiandi, entendida como poder manipulador de la vida ajena. Se concreta con la aplicación consentida de juicios sociales o castigos corporales, determinación de restricciones de comportamiento de los otros.

 

Al aquelarre

«... viejas feas, solteronas,

viejas viudas y lloronas;

esencia de la mezquindad

que van de negro vestidas

pues deben luto a las vidas

de los pobres de horfandad [sic]

que mató su caridad:

hostia!

»carne de la disciplinas,

cogüelmo de los errores;

que en los solos corredores

dejan a los confesores

la carne de sus sobrinas,

viejas sacras celestinas,

que hablan bajo de Jesús

en las frías catedrales

y sienten rabias sexuales:

comprendiendo los misales

y admirando a media luz

al Cristo que está en la cruz:

rezad, cuando hoy todo muere,

y es escoria de lo que fuere

premisa del mundo antiguo

Por vosotras, en exiguo,

el diablo reza un ambiguo

Miserere».

 

Robinson, Sceaux, 1909.

 

Y la alegría de ver morir a esas ancianas centenarias:

 

« ¿Sería el placer de la vida que se traducía en mí satisfacción al saber que esas viejas no iban a manosearlas más? He ido a sus entierros con emoción [...] y sobre todo esas mujeres me emocionaban porque habían sido vírgenes durante noventa años. Mucho más que Juana de Arco. Tanto como una estatua de Juana de Arco». (De la elegancia...)

Algunas mujeres se describen por la reacción que causan en sus amigos y vecinos. Muy joven, en 1916, planteó un caso de humor elegantemente sarcástico al describir en el cuento Madame de L'lle (Plus Ultra, Op. cit.) cierto matrimonio:

«Monsieur y Madame de L'lle, sexagenarios de común acuerdo, vivían frente a mi casa».

 

Cansado por su lacrimógena y quejosa señora, que se encontraba peleada con los cuatro hijos del matrimonio, el señor L'lle pescaba desde el amanecer hasta que entraba la noche.

Cierto día, al regreso, el señor se enteró de que había enviudado. Con espíritu pragmático el viudo que asistió al cortejo fúnebre de su esposa con atuendo de pesca, inmediatamente después del entierro se fue al río:

 

«Por fin llegaron los clérigos y los monaguillos. Sacaron el cuerpo, y cuando todo el acompañamiento notaba con extrañeza que el señor de L'lle no aparecía, arreglando su casquete y equipado como todos los días, con su caña, su red, su bidón y su paraguas dentro del tétrico traje alquitranado, haciendo sonar sus zuecos salió de la casa y se colocó grave y ceremonioso detrás del féretro. La hilaridad del vecindario fué grande, y yo observé que uno de mis vecinos acercóse a consultar al señor de L'lle. Por los ademanes de éste conocí su respuesta: —aprovecho lo cerca que está el cementerio del río, para irme luego a pescar.

Chatou, 14 de marzo de 1916».

 

 

La solterona

«De todas la perversiones sexuales la

más incomprensible es la castidad»

Oscar Wilde

 

Un doble nivel de inclusión, el cuento dentro de otro, que narra el reencuentro con un viejo amigo, Benítez, quien refiere su triste convivencia con su hijito en total estado de enajenación con la sola compañía de un ternero en su habitación. El relato concebido dentro de un diálogo de amigos cede paso a una variante de la historia de la loca de amor que el autor pone en boca de Manuel Ortiz, quien analiza el derrumbe de la personalidad en otro caso de locura:

 

«Malas lecturas. Locos», revista Martín Fierro (Op. cit.)

 

«Conocer la causa de su locura, ver llegar al fantasma gris, al «horla» de Mauppassant, escaparse a su abrazo, huirle varias veces y no poderlo luego... eso es lo terrible. [... ] Un carro de mudanza, trajo más tarde, camas de todos los tamaños. Otro carro muchos roperos. ¡Llegaría el vecino! Pero vendría con una gran familia. Y llegaron lavatorios de porcelana y otros adminículos de toilette, en exagerada proporción. La casa continuó deshabitada. Sólo la cuidaba un portero que se le veía bajo un luciente jopo de cabellos que peinaba femeninamente. Sentado en un discreto reparo de la avenida de árboles que conducía hasta la casa, el portero tejía o trabajaba al crochet.

»Nadie entraba a la casa. Olimpia lo sabía bien, pues no dejaba su puesto de observación. Una tarde, como un bólido vio llegar subiendo la calle, que era en cuesta, un automóvil. Dentro vendrían dos recién casados, pensó ella. Eran los nuevos inquilinos. Entró el automóvil decididamente en la casa mientras un beso unía a los dos amantes.

»—Ya llegaron los nuevos vecinos, dijo Olimpia esa noche en la mesa, y salió después de cenar al balcón. En la calle sola lucieron los faros de un automóvil. Vio volver a los novios como en la tarde. Ella en las rodillas del galán, besándose.

»[...] Mientras bajo sus ojos castos se extendía el espectáculo ininterrumpido de tanto ser que ayudaba la ciudad pudorosa a lo lejos y que iban a parar a ese rincón, detrás de un muro, entre los árboles del viejo jardín, Olimpia sentía que su balcón quedaba sellado, emparedado para siempre. Que ella quedaba presa para el resto de la vida del «que dirán» de la moral burguesa, de las «conveniencias de los hombres que nunca habían reparado en ella para darle un placer, pero que podían censurarla desde ese día si saliendo ingenuamente a su balcón, se obstinaba en ignorar lo que pasaba frente suyo, frente a su balcón, único marco donde poder esperar la dicha que pasa y que no llega.

» [...] En este duelo entre la virgen sola y el derecho a ser felices que los otros a gritos pedían, ella fue derrotada, ultimada, concluida, deshecha. La elocuencia de la sensualidad, de ese ejemplo latente y constante, de ese canto sin intervalo del amor de un millón de seres, frente a su estúpida parcela de humanidad, la amilanó. ¡Era posible que de tanto ser tan locamente feliz no le alcanzara a ella ni las migas del festín! Si alguien me invitara, decíase entre sí, nadie lo sabría, puesto que yo soy la sola, la única que ve quien entra en la "casa discreta".

»El problema fue ahondándose más en la conciencia, en la carne, en la cabecita triste de la infeliz enamorada.

»Una noche, entró sola en el "hotel discreto". Estaba loca».

 

La mujer marmórea

 

 

Leyenda de un tiempo mejor

 

«Laura Bertina de Pallardi Cozensa era profundamente piadosa. Entre la iglesia de Santa María dei Fiori y su casa, que formaba el ángulo de Longo l'Arno y el puente de Santa-Trinitá, camino que hacía varias veces al día, sus ojos, que eran terribles y hermosos, no miraron jamás hombre alguno. Ni a su mismo marido. Un joyero de la Piazza Della Segnoria tuvo la desgracia de ver que esos ojos reacios a la vida, lo miraran al azar melancólicamente, y se enamoró de ellos. Paulo de Santeferino hizo cuanto era humano para que Laura de Pallardi volviera a mirarlo igual con igual melancolía que aquella vez pasada. Fue inútil. Cerró su tienda de joyero y vivía como un alma en pena sobre el puente de Santa-Trinitá al que daban las ventanas de Laura. Jamás ninguno de sus vidrios empañóse con la respiración de la dama hermética, que no se acercó a la ventana ni para mirar despectivamente al enamorado, al que la lluvia calaba los huesos, y el viento limpio que el Arno lleva consigo en el invierno le arremolinaba las ropas y los cabellos haciéndolo aparecer como un harapiento. Las viejas devotas se persignaban al verlo, porque —lo decían—Paulo de Santeferino estaba loco. El loco de amor habíase adelantado a Laura arrojándole en el camino que seguía habitualmente, no flores sino las piedras y el oro que hacían toda su fortuna de orfebre. Una noche, puso toda su vida en la última alhaja, un escapulario de la Virgen y lo tiró a los pies de la impasible que lo deshizo bajo su tacón. Paulo de Santeferino al sentir el vidrio y las hojas de oro reducirse en polvo bajo el pie indiferente, dio un grito espantoso...».

 

Otro caso de mujer decorativa, de alma marmórea es el retrato aparecido en Caras y Caretas (Op. cit).

 

Eleonora

 

«Ella comenzaba a hacer conmigo lo que con sus otros conocidos. Me rehuía, se alejaba y ya no volvería otra mañana a leer en el jardín, ni a conversar con su amigo.

Nada más doloroso que la despedida de los que se alejan así, desencantados. Los seres que sufren por no volvernos a ver. Los que se hallan a pocos pasos nuestros y se ocultan con pesar. Los monjes del afecto, recluidos por no caer en la tentación.

»Al irse, dejaba en mi espíritu un problema pendiente. Su partida señalaba un fracaso para el amigo. Había sido débil, estaba enamorado. Había permitido a la persona mimada, hacer de la mía uno de sus juguetes y me revelaba en la derrota. Entonces, no siéndome posible otro vehículo, recurrí para acortar las distancias al teléfono. Oía cuando menos su voz, conocía sus cuitas, sabía de su salud y de sus lecturas.

 

 

 

 

 

 

ILUSTRACIÓN PARA «LEYENDA DE UN TIEMPO MEJOR» DE LASCANO TEGUI REVISTA PLUS ULTRA (AÑO II N° 13). BUENOS AIRES, MAYO 1917.

«Mujeres equívocas que tienen el encanto particular de lo entrevisto. Sugestivas siluetas que evocan las heroínas galantes y que son en la realidad, simples, indiferentes, bien vestidas o enfermas que en la soledad se curan de neurastenias y que... de sus espíritus fracturados entre... extremos, y que... indecisas, luego... mueren de dudas.

Vizconde de Lascano Tegui».

 

En sus complicados vestuarios fastidiaba el alma como un emperifollo inútil: el alma en una paradoja de sus mecanismos literarios pasa a fastidiar como un detalle de pasamanería vana, un alamar suprimible en el atuendo.

 

El Figurín

 

«Carmen siente que en ese preciso instante, que una puntilla, o la seda se le ha rasgado en su traje. Es un dolor suave que no la deja suspirar. Mira con curiosidad el sitio en la pechera y lo encuentra intacto. Entonces. Comprende que la herida está en otro traje, en el de su espíritu y que la desgarradura en seria. Con tristeza que la marchita un tanto la ropa, da unos pasos y se pregunta: ¿Para qué tendré alma?».

(Vizconde de Lascano Tegui, Caras y Caretas, op .cit.)

Esas mujeres tan insensibles, tan de figurín, hacen que algún hombre prefiera admirar los ojos de un maniquí de tienda como propone en:

La moda en Longchamp por el Vizconde de Lascano Tegui:

por el Vizconde de Lascano Tegui:

 

«Y después de unas horas de amable observación, que fue estudio, podemos decir que el señor aquel de marras tenía razón mientras mostraba la capa del maniquí a su mujer y él se reservaba los ojos del maniquí que eran efectivamente lindos».

 

Esas mujeres marmóreas que llevaron al Vizconde a escribir en La Sombra de la Empusa:

 

Eres la incomprensible de mis cartas,

la que no me comprenderá jamás.

Si floreció tu sentimiento una tarde

fue por un misterioso «no nos veremos mas»;

tenemos de transitorio, todo

lo que es verde claro, rosa, esperanza e ilusión

ayer; ibas vestida de lila como aquellas nubes

de los cielos de decoración;

 

Y no es amor, es una lucha,

somos dos guerreros en blanco por azar;

yo quiero hacerte sabía en un amor sereno,

y tú hiperestesiada, quisieras verme épico con el mar

quisiera; que te incautaras de las tardes,

como los pájaros negros en la meditación;

y tú desearías, convertirme bendijera

a una ilógica religión;

con algo, que tu cabecita especula

y que no alcanzarás jamás a definir;

el amor que aleve concibió una burguesa

que no quiere ser común y no quiere morir...

 

Eres la incomprensible de mis cartas:

tú no me comprenderás jamás:

Envío

Si floreció tu sentimiento una tarde;

torné hoy a florecer:

«no nos veremos más».

 

Buenos Aires, 29/1/909.

 

Flores efímeras

 

«Sí no hay lugar para ti, niña, en este mundo yo te llevaré en mis ojos por la eternidad» (Prov. árabe, compilado por Juan Meneguín)

 

La joven huérfana que había quedado embarazada debía cumplir la voluntad de Dios. Se entrecruzan en este piadoso fragmento tópicos semánticos recurrentes: los ojos, la madre soltera condenada a la inasistencia, las solteronas.

 

«abril 8...

El hombre más escéptico ve pasar sin embargo en una mirada de mujer a la felicidad, que tiene, como dicen los árabes, los talones dorados. Conocí, en mi infancia, una mujer cuya mirada era dulcísima. Su belleza provenía de su debilidad a la vista.

»En el asilo de religiosas, la tuberculosis, que es una de las formas amables del hada de Cendrillón, se dijo: "Voy a hacer una obra de caridad" y la niña que me miró con los ojos de un ángel en el trayecto del cielo, esa mujer que había aspirado al enorme título de madre, como las niñas que se ponen almohadas bajo las faldas y se dicen embarazadas, murió una madrugada rodeada por los tiernos cuidados de las religiosas, que estaban "seguras" de que debía morir. Al fin mis tías respiraron. —La voluntad de Dios se ha cumplido —dijo mi tía Javiera—, que nunca tuvo senos y usaba batas de entrecasa con alforzas sobre el pecho».

(De la elegancia...)

Madres solteras

 

La madre soltera, a quien todos condenan y nadie ayuda, recibió su mirada de comprensión en una época que la sanción social pesaba inflexible sobre su falta. Excepciones poéticas como las de Evaristo Carriego no eran frecuentes.

 

La Pequeña Embarazada

 

Pálida eres,

entre todas las mujeres;

y la luna:

pálida como una muerta,

como una tísica boquiabierta,

como ninguna...

 

Tú tienes

palidez de los cerezos

al dar flores;

y de esos saltimbancos

blancos

por lo trasnochadores.

 

Palideces de sayal

que dio la luna abadesa

a los planetas desiertos;

palideces de la cal,

esa

con que se cubre a los muertos.

 

La joven mucama Telésfora había sido seducida por un novio de esquina que la abandonó luego.

 

«Era un mulatito nieto de un mayoral de tranvía y una negra mazamorrera, pero prefería aducir su origen indio. Más allá el parentesco se perdía en las noches de África, que son muy negras, y si le decíamos a Telésfora que era negra nos aseguraba que había quedado así por fuerza de tomar baños de sol en la terraza, que su novio se había torrado al aire».

» "Telésfora, que era elegante como las cañas de azúcar de su Tucumán natal" había perdido la línea y como fruto de su romance a escondidas cargaba en brazos un mulatito exigente como su padre, que le demandaba cuidados». (Por la escala de Romeo)

 

¿Simone Zarhly?

 

El relato de Caras y Caretas, «Los juguetes de Simona», N.° 1433, año XXIX, 20 de marzo de 1926, abre una incógnita. ¿Podría ser la Simona que protagoniza este relato la segunda esposa del Vizconde? Según varios testimonios, Francisco Luis Bernárdez, entre otros, Simone y Emilio ya se conocían en 1926; por lo pronto, Simone tenía nacionalidad suiza, y sus hermanas eran mayores que ella. ¿Una simple casualidad o algo autobiográfico?

 

Los juguetes de Simona

 

«Cuando mi madre murió, yo era el menor, y sólo tenía tres años —dijo Simona—. Mis hermanas mayores recordaban sus muñecas y conservaban algunos restos... pero con mi madre se fue toda mí infancia. Nuestro padre nos olvidaba. No sabía tratar niños. Felizmente, el invierno nos aislaba en Suiza de los otros chicos y no podíamos ver cómo eran de lindos los juguetes que les traían a nuestros vecinos el niño Jesús y los Reyes Magos. En la escuela nos los describían. Juguetes impalpables, desteñían su leyenda en nuestras almas y reaparecían en nuestros sueños de niñitos pobres... Pero cuando soñábamos, tengo la seguridad de que nuestras muñecas eran más hermosas que las que tenían en su casa las niñas ricas de la clase... Luego nos quedaba el consuelo de hacer peleles de nieve y paja de escoba, que destruíamos con nuestras manos amoratadas a tiros de nieve.

»En vísperas de una Navidad remota, el lechero que nos proveía ofreció a mí padre llevarme al chalet que poseía en la montaña, en medio de los prados nevados. En su casa vivía una extranjera con dos niños. El lechero y su mujer recibían huéspedes, y eran casi siempre enfermos del pecho que se aislaban en la altura, en medio del silencio, para curarse, por una alimentación celosa, un sol pálido y un aire puro, los pulmones apolillados, como las alfombras de los húmedos y pequeños departamentos de las ciudades. Mí padre consintió, y en su trineo me llevó el lechero cuesta arriba. Durante el viaje me habló de los amiguitos que hallaría en casa suya, dos príncipes cargados de juguetes.

»El cochero apuró el caballo. Al rato llegamos a la casa. La mujer del lechero se adelantó a recibirnos. Dos vecinos estaban mudos en la puerta del pesebre. En un coche, por entre los vidrios; se veían dos niños.

»Mientras se ocupaban de hacerme fiestas, no dejaban de hablar con recelo de algo que allí había pasado. Hoy me doy cuenta de que la extranjera había muerto, que un pariente había venido a buscar niños y que en aquel baúl negro, que parecía un ciprés a lo largo, iba el cuerpo de la bella señora que tenía los ojos muy negros y muy grandes.

»Cuando llegó la Navidad, la mujer le dijo al marido:

—Pero, al fin, mientras no vienen por ellos, Simona puede jugar con los juguetes de los chicos.

»Era la primera vez que tenía juguetes. Y no tenía uno solo, sino un centenar. Parecían todos míos...

«Quise tomar cuando menos la máquina de coser y darle vuelta al carretel, continuar la camisa de muñeca interrumpida... y hacia ella fui... Un juguete cambió de postura sobre la cama. Era un arlequín. Nadie lo había tocado y se movió por su cuenta. Si un temor me embargaba, vino este hecho insólito, este arlequín que perdía su cuerda, a retenerme el brazo. Sólo uno de mis dedos tocó la máquina de coser.

»Mi deseo, mi sueno de tener un día un juguete, fue menos fuerte que el peligro que vi posarse en ellos. Mi dedo guardó algo de esos juguetes bañados por el drama. Una ligera aspereza, una especie de callo ligero en la yema. Y estuve muchos años sin poder tocarme la cara con ese dedo que había recorrido temeroso el juguete prohibido. »El único juguete que tuve cuando niña...».

Vizconde de Lascano Tegui

 

 

EL MOTIVO DE DON JUAN

 

 

 

 

 

«El monólogo de Don Juan» (Caras y Caretas, op. cit.)

(, op. cit.)

 

Mi amor es como el agua de las formas no salió.

Mi amor es como cera a toda mano blanda.

Mi amor es bohemio que en la tierra no cabe.

Mi amor es un judío muy pálido, que anda....

 

Por todos los caminos la ilusión voy sembrando.

He dado en dar quimeras como un doncel de ensueño

y en el don milagroso, yo sé, pues voy llorando,

que pierdo el oro en polvo de que creíame dueño.

 

Siempre el lance del fauno, siempre el beso que pasa

moviendo las cenizas y animando la brasa

y haciendo, alma, el camino de rosas doloroso...

 

¿Dónde estará la amada, esa paloma herida?

¿Dónde estará el albergue de esta noche florida,

amor, que tienes canas y no tienes reposo?

Vizconde de Lascano Tegui

 

El autor siempre estableció intertextos con sus propias producciones. Comenta en 1950 un texto de 1914:

El Hogar N.° 2122,14 de julio de 1950.

N.° 2122,14 de julio de 1950.

«Imágenes del camino». Por el Vizconde de Lascano Tegui

 

«El convidado de piedra

Una noche llamó a mi puerta un desconocido y se excusó por visitarme sin prevenirme y sin conocerme. Era de la familia del convidado de piedra. Dijo haber leído un soneto mío publicado en una antología y le agradaba —añadía— repasar conmigo la vejez de Don Juan, que era el tema de mi poesía.

—Cuando Don Juan era joven... le aseguro, era un trabajo de Hércules conquistar una dama... Yo le diré el secreto de muchos de sus fracasos, y no muy alto, al oído, para que el vulgo no nos escuche: Don Juan, todavía no peinaba canas...

Poniéndose de pie, mi interlocutor me excusó de haberme visitado así, tan de buenas a primeras reclamando lo perdonara por que la culpa de su gesto eran los versos míos del poeta que repetía: "Amor que tienes canas y no tienes reposo". Todavía encontró algo más que decirme en el fondo de su saco, y mirando por encima de mí hacia la biblioteca, con sus puertas cerradas al mundo y el gran silencio que apretaban los libros, agregó: - Cuando Don Juan era joven, no conocía aún los éxitos que conquistara, entrado en años, con las mujeres que deseaba...

—Era una cuestión de edad, probablemente, de experiencia, de arte...

—No. Cuando Don Juan era joven, no tenía, todavía, mala fama».

 

 

Algún donjuán ostentaba aval histórico:

 

«El único amor de Mademoiselle, la hermana de Luis XIV, fue Lauzun. El primer dandy en fecha y un hermoso Don Juan. Usaba en el blasón un cohete abriendo sobre un cielo de azur y por lema llevaba la divisa "Siempre arriba", que hubiera hecho feliz a la Pompadour. (Plus Ultra)

 

Pero a veces Don Juan se limitaba a la conquista epistolar:

 

4 Julio 18...

No era el don Juan que se llamaba Lauzun y se acostaba con la hermana de Luis XIV. Era un hombre alto, de andar majestuoso, de cabellos castaños y ojos verdes. Carecía de énfasis. Nadie lo hubiera señalado por lo exótico. No podía decirse que su físico fuera hermoso, ni sus ropas elegantes. Era un hombre—tan simplemente un hombre que no seducía ni desagradaba. Se retiraba temprano a sus departamentos de solteros. Sus noches parecíanle largas. Bajo era tranquilidad exterior el conquistador de otros tiempos no envejecía. Había concentrado toda su ciencia y era tan discreto y terrible como son los laboratorios perdidos en el fondo de los terrenos baldíos, o bajo los árboles del hospital.

» ¿Qué podría hacer ese don Juan en los silencios de su vida? Escribir y soñar tan sólo. Acumulaba el tiempo sobre las cartas. Solía hacer borradores que se leía a sí mismo y se enamoraba de ellos. Luego los copiaba y enriquecía de adjetivos partiendo de una idea fija en ese hombre que poseía un estilo literario tal vez de no muy buena ley, pero que le proveía de las imágenes que necesitaba, ya que "las mujeres son —decía— pájaros que se cazan con metáforas"».

 

 

 

 

(De: "FAUÉ, María Eugenia; Travieso Vizconde – La sonrisa alada" – Vida y obra de Emiliano Lascano Tegui", Eduner, 2007) ", Eduner, 2007)