PUBLICACIONES: POLIEDRO ARTÍSTICO LA SOMBRA DE LA EMPUSA, PARÍS, 1910

 


«Mi libro apareció con los cierzos de mayo, con pie de imprenta de París. Se llama La sombra de la Empusa. Quince años después se le ha llamado "el creador de una nueva sensibilidad". Lugones lo trató despectivamente de libro abracadabrante y se le tildó de obra de un loco y un extraviado, colocándolo en ese segundo estante de las bibliotecas prohibidas [...] No es un libro para todo el mundo. Es joven aún. Podría ser publicado mañana, como es un libro excesivamente moderno y original con todas sus faltas y todas sus erratas a cuestas. Es un libro pretencioso. Como su autor. 
»No fue un éxito literario pero fue un escándalo literario que pasó las fronteras y se hizo americano».

(Vita efímera, 1941, Op. cit.).

Logogrifo
«Y lo terrible es que logogrifos tan asombrosos como los de La sombra de la Empusa de Emilio Lascano Tegui, se escuden tras el lema de la sinceri­dad a todo trance. ¡Oh, la plaga de los versificadores espontáneos, que dicen lo que sienten, así no más, como lo sienten, que se exprimen el corazón como si fuese un forúnculo!». Se horrorizaba Roberto F. Giusti, director de la revista Nosotros, (Op. cit.) ante el naturalismo en verso.
La definición de logogrifo dice: (del griego: palabra, lenguaje y adivi­nanza) enigma que consiste en hacer diversas combinaciones con las letras de una palabra, de modo que resulten otras cuyo significado, ade­más de la voz principal se propone alguna oscuridad.
Esta crítica fue premonitoria porque, años después en Álbum de fa­milia nuestro escritor retomaría significativamente el vocablo logogrifo.
Conocido por el innovador y corrosivo poema Al aquelarre, el libro es considerado por académicos de la estatura de Antonio Requeni como el fundador de «la nueva sensibilidad» en el Río de la Plata. José Gobello (Op. cit. de bibliografía digital) en su análisis del tango La violeta de Nicolás Olivari (1900-1966) apunta con justicia la influencia de La som­bra de la Empusa y sus originales subtítulos:
«.... la poética de Olivari tiene antecedentes y, entre ellos, uno que nunca oí mencionar. Se ha mencionado a Laforgue a Corbiére y por supuesto a Villón. También al Valle Inclán de la pipa de kif, a Borges y a Silva Valdés. No, en cambio, a Emilio Lascanotegui [sic] o, más precisamente, a sus poemas de La sombra de la Empusa. La primera parte de este libro lleva el título general «La buena pata» y la penúltima, «La mala pata» (el segundo libro de Olivari se tituló La musa de la buena pata). Allí hay mucho, me parece, de ese cinismo poético de cultivó Olivari; quizá porque Olivari y el Vizconde abrevaron en la misma fuente».


Al aquelarre
Viejas caducas, sumisas,
Polvo de las congregaciones,
Que numeran los sermones
Y las peregrinaciones;
Y que han perdido sus risas
A la sombra de sus misas:
hostia!
Viejas sátrapas, espionas,
aromas de los santuarios,
riqueza de los osarios,
viejas corvas, dromerarios,
viejas feas, solteronas, 
viejas viudas y lloronas; 
esencia de mezquindad, 
doctas en cosas prohibidas, 
que van de negro vestidas 
pues deben luto a las vidas 
de los pobres de horfandad [sic] 
que mató su caridad: 
hostia!
El primer poema que inaugura La sombra de la Empusa y que se transcribe a continuación, abordaba tópicos infrecuentes en aquella primera déca­da del siglo XX: la muerte sin romanticismo, con visos de degradación:

Las dos novenas 
Generatotius

A diéresis amarga, aquel diptongo 
De nuestras fatuidades postrimeras 
Se abrió; sin más alarde que un rezongo 
Sobre todas las cosas venideras. 
Y, hasta, tu extenuada fue pilongo 
El daño de sus manos hechiceras 
Cuando, húmeda, al irte, como un hongo 
Sahumó una flor de noche en tus ojeras 
y os resignasteis [sic] a seguir la Empusa.
                                                 (p.9).


Envío (parturae tempus)

¡Euménide! Tú fuistes [sic] esa musa 
Sempre pulchra, que dísteme de Orpheo
un pensamiento obscuro; una alimaña 
Un hijo que aún con pringue de la entraña 
hecho [sic] al mundo lindamente feo, 
lírico al canto augural de su deseo. 
Y hechos flor, sus tentáculos de araña
engarce de un soberbio camafeo.
                                         (p.10)

Bernardo Ezequiel Koremblit (op.cit.) en un magistral ensayo escrito en 1996 explicó el valor de esa obra de acuerdo con los cánones de su tiempo.
Comprendió las novedades y las culminaciones, las restricciones y las elaboraciones creativas de 1910 y explicó su corpus en relación con la sensibilidad y las ideas de época.
«Es posible y probable —no son sinónimos pero ahora podrían serlo— que el Vizconde de Lascano Tegui, de quien fui amigo en aquella mítica Crítica, en cuyas galeras remábamos como galeo­tes de la impecunia, con más sed que Ben Hur a la hora del relevo, haya escrito La sombra de la Empusa en 1910, como si dijéramos ayer, para mostrar y demostrar que una nueva sensibi­lidad era probable y posible en este mundo que se resiste a sacudirse, como el perro cuando sale del agua, de hábitos invete­rados y arraigadas rutinas, anquilosados sistemas y monótonas y aburridas formas de la poesía que rima tul con azul, estricnina con mandarina, liebre con fiebre y luna con aceituna, entre otras rimas que aceleran el corazón y obnubilizan la mente».

Los dos Crepúsculos: Frente a los pescadores

Olía acre la chusma que, en la riva, 
Habíanle tirado su destino 
Las manos de una estirpe primitiva 
Parienta del gitano y del beduino.
La tarde se moría pensativa,
Como una iluminada en un camino.
La luna, era el farol de un bonzo chino
Que con las pagodas de las nubes iba.
Lleváronse las redes con tristeza
Escondiendo en las sombras sus figuras
Cual, los deudos contrictos [sic] de un entierro.
Perdiéronse en el barrio. Y mi condesa,
Me hablaba de sus múltiples locuras
De su blasón y de su cruz en hierro,
En tanto, que, entre copos de basuras
Nos ladraba, al ir, decorativamente un perro.
Barcelona, 1909 (en La sombra de la Empusa)

Fe de ratas

En el título de uno de sus sorprendentes libros, el argentino Jorge Asís parodió así, el inevitable apéndice o adefesio conocido como fe de erratas. El español Ramón Gómez de la Serna, quien vivió largo tiempo en la Argentina y a quien la generación del Vizconde criticó y dedicó más de un epitafio satírico, escribió:
«La errata es un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable. [... ] Hay que hacerlo todo con convicción y supri­mir la fe de erratas, que demuestra un espíritu timorato, y en medio de todo, sobrecogido de miedo a los otros. La errata es inextricable».
                                                        (En «Ramonismo II»)
Acerca de las erratas señaladas con la advertencia sic, propias de una ópera prima brillante con ropaje de pecado de juventud, el autor escribió treinta años después:
«Fue viajando a pie por África, Italia y Francia, entre 1908 y 1910, que encontré la razón, el ritmo y la música de la poesía. Hice versos para caminar acompañado de mi mejor amigo: yo mismo. Vuelto a Buenos Aires, en 1910, varios melenudos me aconseja­ron que publicara un libro con lo que era tan personal y tan distanciado del gusto del ambiente. Fue un libro lleno de faltas de ortografía que se llaman luego erratas. El librero editor acu­muló a las faltas del original, las que cometí más tarde corrigien­do las pruebas».

(«Saeta», Op. cit.)

A un mundo modernista de torres de marfil, paraísos exóticos opone el Vizconde elementos prosaicos como el hongo, sustantivo poco prestigia­do por la rima y motivo recurrente en su obra (p. 9,150 y otras).

(De: “FAUÉ, María Eugenia; Travieso Vizconde – La sonrisa alada” – Vida y obra de Emiliano Lascano Tegui”, Eduner,  2007)