MUCHACHO DE SAN TELMO: EL MAL LEÍDO VIZCONDE

 


El Vizconde que escribió tan bien, fue laboriosamente mal leído. Aún en un libro de corte tradicional en formato de milongas como este, en cues­tiones de crítica se corre el riesgo de espléndidos ridículos.
Este libro escrito en versos octosilábicos está dividido en 33 cantos. Algún desprevenido podría pergeñar la cándida analogía con la edad de Cristo a la que aluden los 33 cantos del Martin Fierro. Sin duda el Vizconde nos descerrajaría una carcajada desde el empíreo de las heterodoxias para que releyéramos las reglas del truco que inspiraron este diseño:
«Con oros, copas y bastos 
Acabo de irme a barajas 
Si estaba prohibido el juego, 
A mí, la ley no me alcanza».
Sabido es que el valor más alto del envido es 33 en el truco, así como el de las cartas de espada cuyo as mata a los otros: por eso él se retira Con oros, copas y bastos. Las páginas 47 y 48 deMuchacho de San Telmo expli­can la mecánica del truco, juego que les da patente de criollos a los extran­jeros.
Puede leerse este libro como una cartografía literaria de la urbaniza­ción de la gran aldea que era Buenos Aires a fines del siglo XIX. «¿Por qué no leer El libro Celeste (1936) como una biografía de la patria encabezada por una autobiografía, o Muchacho de San Telmo como un ovillado entre su autobiografía y la biografía de la ciudad?» escribió en un valioso ensa­yo Celina Manzoni.
Sus primeros versos de orador político de oposición se compusieron en formato de milonga así como este, su último libro publicado:
«Ese modelo vicioso
me sirvió de guarda espalda [sic]
cuando he cantado milongas
en esta vida tan larga,
en donde juego, perverso,
ya que la ley no me alcanza».
En «Cien años después. El barrio del Alto» publicado en Caras y Caretas de 1923, ya desfilaba la galería de personajes de Muchacho de San Telmo: los fosforeros, las mazamorreras, Dolorcitas Cascallares, la flora munici­pal, ceibas, higueras, jazmineros y parras.
En El Hogar de 1938 apareció a doble página «Guía de 1895. Itinera­rios de infancia» (fragmentos) ilustrado en colores por Sirio: un frag­mento textual de lo que sería el libro de 1944. El diseño de los dibujos era el original del futuro Muchacho de San Telmo.
Cosmopolita, irónico, sensible y epigramático supo decantar los asibles ridículos y amenizar los textos. No olvidemos que en prosa perio­dística fue pionero del humor por el absurdo.
Las solteronas, tópico transversal que atraviesa toda la producción del Vizconde también están presentes:
«esperando el visto bueno
de la maestra cejijunta
nuestra señora del cero».
« ¡Pobres chicuelas sensibles 
quedan haciéndole señas 
al Destino que no vuelve 
y que las deja solteras».
Estos temas ciudadanos abordados con humor, fueron una constante temática de sus aguafuertes en El Mundo o sus notas en Patoruzú.
Su madre, doña Rita, modelo de docente creativa y numen tutelar de la obra de Emilio, ya había sido retratada en El libro Celeste: «yo soy la voz de mi madre. Es ella quien se sonríe y divierte». El origen del tango, de la milonga y del fútbol, los compadritos mulatos, la tisis, el cuarteador que propone abortos, la evolución de las imprentas y del transporte urbano, el truco, armonizan intertextos de miradas fragmentarias con formato cinematográfico. Su astillamiento de imágenes se adelantó en prosa a Macedonio Fernández (1874- 1952) en la técnica de lector salteado y se expresó en técnica de mosaico en verso.
Las páginas 72 a 74 denotan la nostalgia de nuestra luz de provin­cia: las alusiones a los tradicionales apellidos de entrerrianos amigos de su padre; la literatura insular de aguas fluye en los octosilábicos del mate:
«En medio Buenos Aires, 
hueles a frescor de planta 
húmeda, a caldén y a flores 
de Iberá, desmesuradas. 
En tu perfume de macho 
todo el olor de mi raza 
que arrastró bota de potro 
y las lloronas de plata; 
la que una estrella tenía, 
Igual que los malacara 
en al medio de la frente 
y era una estrella gitana 
Los indios nos entregaron, 
virgen guaraní, tu planta.
No supieron de escorbuto 
los que bebieron tu savia. 
Soldados y montoneros 
Si no comían, mateaban; 
que hacía hombres amargos 
la yerbita paraguaya. 
Y en sus labios despectivos 
que los barbijos cruzaban,
el dolor fue cosa dulce, 
curtidos con yerba amarga 
los labios febriles y verdes 
teñidos con yerba amarga, 
cuantos ríos se bebieron 
desde que llegaba el alba 
—que iba en el flete del día, 
como invitada, en anca— 
hasta que caía la noche 
a beber en las cañadas?... 
Si dios, pensado en el mate, 
que es solo perfume y agua, 
sembró de arroyos mi tierra 
e hizo el Río de la Plata».


Pecado de juventud: Muy joven, allá por 1913, en respuesta a la segunda encuesta de Nosotros«¿Cuál es el valor del Martín Fierro?.» refutaba los conceptos de Ricardo Rojas y de Leopoldo Lugones que opinaban que la obra de Hernández es la piedra fundamental de la literatura nacional. «Martín Fierro es un jalón aislado en medio de la pampa» o «El Martin Fierro, una de estas obras nacionales que, como el palacio del Congreso puede resultamos muy caro el día en que los jardineros del patriotismo cultiven el hasta ahora abandonado terreno»; «No se encuentra logrado en su ejecución. Ante todo el personaje es una abúlico. Apenas es un hombre que se defiende. No es el relato de la vida de un paladín, ensayo de la voluntad como pretende Lugones»; «No logra reunir alrededor de su infortunio la ola de entusiasmo de una porción de hombres que para realizar un poema épico hubiera necesitado. El gaucho Cruz es un escu­dero íntimo, leal, un amigo. Y fuera de él, nadie lo acompaña. Martín Fierro fuera de ser un tema para las conferencias de Leopoldo Lugones, es una interesante obra argentina abandonada en la pampa literaria».
Oponía el patriotismo al «patrioterismo, idea de la patria digna de ganaderos».
Tal vez se trataba de su espíritu de contradicción hacia lo que viniera de Lugones pero, ya maduro, habiendo andado más vida dejó en claro en los versos de Muchacho de San Telmo que Hernández (1834-1886) era «el poeta más grande que hemos tenido»
«Amigos tuvo mi padre.
Los sacaba bajo tierra.
Una mañana topamos
en la calle Independencia
con un hombrazo tamaño
barbas largas y melena.
Era un tipo de hombre antiguo,
más allá de la Edad Media.
lo fijé, mucho más tarde,
entre los sátrapas persas,
entre asirios y caldeos
y los leones de Nemea.
Habló de leyes y jueces,
chucanas y triquiñuelas.
mi padre le contestó,
y aquello sí que fue trenza...
Trataron de prescripciones,
de intrusos y viejas fechas
del viejo Vélez, de Alcorta,
de posiciones absueltas,
de «cujus» y de «ab-intestato»
codicilos y de hijuelas.
Por fin miró hacia mi lado
y me tocó la cabeza,
pero la halló muy chiquita
y no le dio trascendencia.
Cuando volvimos a casa,
mi padre fijó la anécdota:
—En la calle Independencia
me encontré con José Hernández,
venía del Paraná
que está de procurador
del estudio de Parera.
Siempre tan dicharachero,
al mismo diablo lo pela.
Me ha prometido mandarte
una canasta con brevas;
aunque tú sabes, Ritita,
que siempre en promesas queda ...
Y, así, como si tal cosa,
he conocido al poeta
más grande que hemos tenido,
que ofrecióme de su higuera
leche de higos, como Hornero
lo hubiera estimado en Grecia
en los tiempos fabulosos
de las Nike ateneas.
No sé si el lector comparte,
una alimentación poética.
Mi madre supo sus versos.
mi padre, comió sus brevas,
y yo lo veo alejarse
algo gambado de piernas».


Sirio en mayúsculas
En Muchacho de San Telmo hubo una feliz conjunción artística con el ilustrador Alejandro Sirio (1890-1953)
Escribió Eduardo González Lanuza en La Nación:
«Los académicos, verdaderos jefes de ceremonial de la tipografía y sus agentes consulares en las imprentas, los señores correctores de pruebas han dispuesto las normas [...] El poder de usar las mayúsculas debiera transmitirse por imposición de manos. La inicial de cada párrafo se yergue en mayúscula porque es necesa­rio su filo de proa altiva para hendir la dureza de la nada».
Las palabras aspiran a la presunción de señorío de la mayúscula como los nobles a la corona. Los vocablos puestos bajo su custodia reciben los destellos de su mecenazgo protector.
Proa a la palabra, esa fauna barroca que preside linotipias en medio de un tapiz selvático de minúsculas proletarias. Sirio, orfebre de caligra­fía, inaugura cada capítulo con el portal de sus mayúsculas dignas de la mejor taracea mozárabe, de las suras de alabastro y lapislázuli labradas en las paredes de Al Andalus.
Alejandro Sirio había ilustrado al Vizconde desde 1913, en Caras y Caretas y luego lo hizo en Plus Ultra. Posteriormente en 1931, fueron contertulios en la bohemia de París y Sirio recordaría en su libro De Palermo a Montparnasse (1948) lo que Norah Lange llamó las «delicuencias culinarias» del Vizconde. En Muchacho de San Telmo (1944) lo interpretó insuperablemente en letras aladas y en la orfebrería del detalle. El dibujo caligráfico de Sirio enmarca de herrería artística el texto al estilo de las rejas coloniales de San Telmo. La vida de Lascano Tegui estuvo relacionada en fusión de obra y amistad más de treinta años con Alejandro Sirio.

(De: “FAUÉ, María Eugenia; Travieso Vizconde – La sonrisa alada” – Vida y obra de Emiliano Lascano Tegui”, Eduner,  2007)