Me lavé la cara en la luna nueva.
Toda en subida venía desde los eucaliptos, dejando su aseo al otoño sucio de quemarse. Y se le distrajo el iris en aquella subida con la luna hasta la casa una nochecita, y nos dimos vuelta para no dejarla demasiado atrás, mientras las niñas musitaban beruberu distraído con el labio. Cuando aún no acabábamos de atrasarnos oímos voces que se dirigían hacia nosotros. Cantaban. Eran los artistas del circo que todavía andaban a campo traviesa, ansiosos de más baile. Una armónica nos dijo que no tuviéramos miedo. La luna grande en medio, nos cruzamos mirándonos mirándonos.
Las muchachas casaderas se reían detrás del camino Real masticando flores de leche y una lucecita respondía en el bajo la primavera.
Allá se ve una luz, dijo el avestruz.
Adonde, dijo el conde.
Allá en la loma, dijo la paloma.
En aquel rancho, dijo el carancho.
Habrá baile, dijo el fraile.
Habrá vino, dijo el zorrino.
Habrá caña, dijo la araña.