Ni el folklore puede prescindir de la historia literaria, ni ésta, aunque se haya dicho así, del folklore. En todos los pueblos, en grados variables según las épocas, hay incesantes corrientes de lo popular a lo individual y de lo individual a lo popular.
Arnoid Van Gennep
Allá por 1930 y 1931, en la panorámica ciudad de Paraná, antigua capital de la Confederación Argentina, se editó un diario titulado Entre Ríos, bajo la dirección del doctor Ernesto Sammartino, su fundador y propietario, quien me confió las tareas de secretario de redacción.
El diario había incorporado a su última página una amplia sección humorística, con el encabezamiento propio de un periódico, que fue titulada “El fogonazo”. La sección y el título nacieron por feliz iniciativa de Pedro T. Coronel, amenísimo redactor de la página de deportes y, más tarde, ministro de Hacienda de Entre Ríos. Para matizar las breves y variadas secciones de “El Fogonazo”, además de los joviales raptos de la pluma de Coronel, contábamos con algunos colaboradores espontáneos, aunque no tan asiduos como era de desear. Por lo cual, frecuentemente, en razón de mis funciones y ante el reclamo urgente de las linotipos, me veía precisado a iniciar o completar los materiales destinados a esa exultante sección.
Entre otras cosas pueriles e improvisables a vuelapluma, solía redactar imaginarios y retozones lenguajes de las frutas, las hortalizas, las legumbres y otras yerbas reideras.
OTRO LENGUAJE DEL MATE
En uno de esos humorísticos apremios linotípicos, brotó también este lenguaje del mate, de espíritu claramente intencionado, como se apreciará al primer vistazo:
Brindar un mate muy caliente, significa: Yo también estoy ardiendo... de amor por ti.
Un mate frío: Me eres indiferente.
Muy dulce: ¿Qué esperas para hablar a mis padres?
Amargo: Llegas tarde; estoy comprometida.
Tapado: Te expones a un bolsazo.
Lavado: A tomar mate a otra parte.
Espumoso, exquisito, fragante: Te quiero con todas las de la ley.
Si bien este lenguaje, improvisado al calor exigente de las linotipos, contiene algunos elementos tradicionales de la preceptiva popular del mate, está claro que en su texto intencionado predomina lo arbitrario, por natural reclamo de su destino humorístico. Carecía de toda otra aspiración que no fuera la muy circunstancial e inmediata de llenar una fracción de columna, en la correspondiente edición de “El Fogonazo”.
INFLUJO DE LA LITERATURA FARMACÉUTICA
El diario Entre Ríos tuvo vida precaria y, muy pronto, hasta sus redactores habíamos dado al olvido las celebradas ocurrencias de su satélite “El fogonazo”. Pero, evidentemente, tuvo también atentos lectores fuera de la provincia homónima y hasta en la Capital Federal, puesto que aquel improvisado lenguaje del mate encontró igualmente sus Mantegazzas, que comenzaron siendo humildes y anónimos...
En efecto: pocos años después y con nuestra imaginable sorpresa, el lenguaje de “El Fogonazo” circulaba en ciertos folletos impresos, titulados “almanaques” y distribuidos a raudales, en el país, por algunos laboratorios farmacéuticos, como propaganda de las virtudes de sus emulsiones o linimentos. Con el texto o con ligeras variantes, nuestro chacotero lenguaje del mate se difundía copiosamente, pues, año a año, a todos los vientos del territorio nacional, folklorizado en serio al influjo de... la literatura farmacéutica. Y, como su texto apareciera anónimo en el satélite del diario Entre Ríos, nos resultaba imposible reclamar derechos de autor, para destinarlos a aclarar, siquiera, con igual poder difusor que el de los laboratorios, que se trataba de un lenguaje inventado al calor de las linotipos y prevenir a nuestros folkloristas, de ese modo, contra las asechanzas del excesivo tradicionalismo.
El riesgo era casi imprevisible espontáneamente porque, como ya dijimos, aunque improvisado y jovial, ese lenguaje contiene elementos de la preceptiva popular, es claro que arbitrariamente reelaborados por nuestra briosa inspiración de aquel momento ya lejano. Los significados atribuidos al mate frío, al lavado, al tapado y al espumoso se concilian, mutatis mutandi, con los que les reconoce la tradición de la costumbre, según se podrá comprobar cuando estudiemos el auténtico lenguaje popular del mate.
VARIACIONES LITERARIAS
Dicho riesgo aumentaba, todavía, con las modificaciones que se le introdujo al insertado en los “almanaques” que lo difundían a todos los vientos del país, algunos de cuyos textos se hallarán reproducidos entre los grabados que ilustran este volumen. Vale la pena, como se verá, detenernos un poco en la apreciación de esas variaciones textuales.
El lenguaje incluido en el “almanaque” Scott, del año 1938, es casi idéntico al de “El Fogonazo”, aunque ha desaparecido el mate tapado, con su correspondiente simbolismo, y comienza sin los verbos de expresión formal. Pero es digna de observar la sagacidad que revela la corrección introducida en el significado inicial, cuya escabrosa intención hacía evidente el tono humorístico del conjunto: donde decía “estoy ardiendo...”, se puso “ardo”, suprimiendo los sugerentes puntos suspensivos. Y el renglón inicial quedó, decorosamente, redactado así:
Muy caliente: Yo también ardo de amor por ti.
Con lo cual desapareció la impronta del espíritu jacarandoso de todo el texto y el lenguaje adquirió entonces formalidad social... y hasta folklórica. Debemos convenir en que esto revela el ojo clínico del autor de tan certera corrección.
En el Libro del destino, como se titulaba el “almanaque” de Sloan, edición de 1935, las modificaciones introducidas demuestran, en cambio, que su redactor prefirió atenerse al espíritu original del lenguaje y acentuar su desenfado, en vez de imponerle folklórico recato. Sin quitar ninguno de sus elementos significativos, modificó la redacción de los últimos significados, con ánimo retozón:
Ofrecer un mate amargo: Quítate todas las ilusiones; llegas tarde.
Ofrecer un mate tapado: Calabazas, amiguito, calabazas...
Ofrecer un mate lavado: Se acabó la yerba...
Brindar un mate espumoso, exquisito, fragante: Así te quiero, con todas las de la ley y como Dios manda.
Si bien el cambio de redacción modifica el significado del mate lavado, no puede negarse la socarrona gracia del se acabó la yerba...
Otra variante registra un lenguaje del mate de que nos proporcionó copia don Carlos Mackinnon, en 1939, y en el que ya el buen humor primitivo del de “El Fogonazo” se ha trocado en romántico retoricismo, signo de una tardía aspiración de restauración de los salones. Helo aquí:
Un mate muy caliente: Mi corazón es un volcán. ¡Si supieras cuánto te amo!
Un mate frío: No puedo amarte, soy de otro.
Un mate muy dulce: Habla a mis padres.
Un mate amargo: Estoy comprometida.
Un mate vacío: Todo ha concluido entre nosotros.
Un mate tapado: Te expones a un bolsazo.
Como se advertirá, sólo se salvó el tapado. Y si bien es cierto que el primer significado, en su nueva versión, peca de retórico, también lo es que el del mate muy dulce gana en austero laconismo. Lo curioso del caso consiste en la sustitución del mate espumoso y del lavado -extremismos que desaparecen- por ese mate vacío que se incorpora como novedad y cuyo ofrecimiento resulta un acto inconcebible en la práctica social de la costumbre. Pero si el caso es inconcebible, su simbolismo -evidente traslado retórico del de un mate lavado- no deja de ser divertido... como excusa para eludir el compromiso de regalar un mate de plata, arguyendo que ofrecer un mate vacío acarrea rompimiento de relaciones. El resto va por cuenta de la superstición...
ASCENSO A LA LITERATURA FOLKLÓRICA
A comienzos de 1943, Kraft lanzó al mercado del libro el Vocabulario y refranero criollo de Tito Saubidet, en una cuidada y lujosa edición, copiosamente ilustrada por el autor. Hice el gasto, por cierto. Y, al llegar el momento del mate, mi antigua sorpresa de los “almanaques” se renovó al paroxismo, cuando leí el lenguaje registrado por Saubidet. No era para menos: sin salvar distancias, había injertado el de “El Fogonazo”, tomado seguramente de la literatura farmacéutica, en la añeja cepa del recogido por Mantegazza y traducido por Heller. Pruebas al canto, helo aquí, en su conjugada expresión:
Mate amargo: Indiferencia o quitate todas las ilusiones, llegas tarde.
Mate dulce: Amistad.
Muy dulce: ¿Qué esperás para hablar a mis padres?
Mate con toronjil: Disgusto.
Con canela: Ocupas mis pensamientos.
Mate con azúcar quemada: Simpatía.
Con naranja: Ven a buscarme.
Con melaza: Tu tristeza me aflige.
Con leche: Estimación.
Con café: Ofensa perdonada.
Muy caliente: Yo también estoy ardiendo de amor por ti.
Frío: Me eres indiferente.
Tapado: Calabazas.
Lavado: A tomar mate a otro lado.
.
Espumoso, exquisito, fragante: Te quiero con todas las de la ley.
Para hacer más viable su reconocimiento visual y adecuarlo al estilo de los anteriores, al transcribirlo hemos modificado la disposición corrida con que este lenguaje aparece en la obra citada. Y aunque el autor no hace mención alguna de sus fuentes, el lector habrá podido reconocerlas al comprobar el injerto.
De paso, se habrá podido observar la amena derivación a que da lugar el comentado lapsus de Heller en la traducción de Mantegazza: su ignota melisa ha sido desplazada, en efecto, por la melaza, más conocida de los folkloristas. Es ésta la que asume aquí significado:
Con melaza: Tu tristeza me aflige.
En un país productor de azúcar, el tránsito no podía parecer más lógico, seguramente...
Este lenguaje mechado por Saubidet ha hecho fortuna, sin embargo; con melaza y todo, figura en algunas obras de autoridades de nuestro folklore. Y ha transpuesto las fronteras del país.
ALLENDE EL MAR DULCE
Pasaremos al Uruguay, porque de aquel lado del Plata, donde se rinde verdadero culto civil a la yerba, se conoce también, claro está, el lenguaje del mate.
La vida rural en el Uruguay -título con que se editó en Montevideo, en 1961, ordenada y prologada por Lauro Ayestarán, una vasta y minuciosa obra postuma del doctor Roberto J. Bouton, muerto en 1940- contiene una multitud de apuntes interesantísimos, relativos a las tres primeras décadas del presente siglo, sobre las costumbres del pueblo hermano. Entre sus apuntes referidos al mate, como ya se supondrá, también registra Bouton un lenguaje que, aunque enunciado en otro orden, coincide con el que Mantegazza rescató del olvido. Sólo difiere en dos detalles: la melisa no aparece, ni siquiera disfrazada de melaza, y se incorpora el significado del mate“frío: desprecio”.
En cambio, ya iniciada la actual mitad del siglo, Isidro Mas de Ayala acogió el mechado lenguaje de Saubidet, en una de aquellas joviales notas que, con el seudónimo Fidel González, lanzaba a todos los vientos de la popularidad desde “La torre del vigía”, notable sección humorística que animó, hasta su muerte, en las columnas del diario El Plata, de Montevideo. Una selección de esas notas dio cuerpo al ameno volumen titulado Montevideo y su cerro, que Santiago Rueda editó en Buenos Aires, en vida del autor, en el año 1956. Allí están las relativas a la tradicional costumbre y, en la que tituló “Grandeza y decadencia del mate”, se pueden leer estas líneas, con que el fino humorista uruguayo precedió la transcripción del lenguaje de Saubidet:
Termo, bandeja con yerba y azúcar, vasos de vidrio, ¿qué queda del antiguo y romántico mate de nuestras abuelas? Hemos dicho romántico y ved, si no, el significado del lenguaje que en él está contenido y que recoge Saubidet...
Si ya no es el romántico de las abuelas ni tampoco el más auténtico, ese lenguaje del mate es, al menos, el más extenso. Pero Saubidet ¿recoge ese lenguaje o solamente lo registra? Tal vez pudo suponer Mas de Ayala que los elementos allí conjugados habían sido reunidos pacientemente por Saubidet y eran, por tanto, frutos propios de su laboriosa cosecha folklórica, puesto que -según ya observamos- se los registra sin mencionar las fuentes. Mantegazza queda eclipsado. Y para qué hablar de “El Fogonazo” o del Libro del destino, de Sloan...
VALOR ECUMÉNICO
Al calificar de “más extenso” el registro de Saubidet, no es que hayamos olvidado el del Cancionero del mate, de Luzán del Campo (seudónimo del Dr. Anselmo Jover Peralta), publicado en Buenos Aires, en 1942, con el sello de la Editorial Tupá. Pero este autor incluye dos versiones separadas del lenguaje del mate, en el capítulo titulado “Superstición popular”, de dicha obra. En una página transcribe el texto de Mantegazza traducido por Heller, tomándolo de Rojas, según nota al pie, aunque en su transcripción aparece también la melaza sustituyendo a la melisa... En otra página inserta el texto de “El Fogonazo” o de los “almanaques” de marras, adecuando el acento de algunos verbos a la prosodia popular e incorporándole tres significados nuevos. Lo mejor es transcribirlo íntegramente, a los efectos testimoniales:
Mate muy caliente: Yo también estoy ardiendo de amor por ti.
Mate hirviendo: Odio.
Mate lavado: Calabazas o “a tomar mate a otro lado”.
Mate con cedrón: “Consiento”.
Mate con miel: Casamiento.
Mate frío: “Me eres indiferente”. Indicio de desprecio.
Mate muy dulce: ¿Qué esperás para hablar a mis padres?
Mate amargo: Quitate todas las ilusiones; llegás tarde.
Mate tapado: ¡Calabazas!
Mate espumoso: Te quiero con todas las de la ley.
Debajo, entre paréntesis y en bastardilla de cuerpo menor, reza esta referencia al ámbito de su dispersión folklórica: Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. Con lo cual, si tampoco aquí se dan las fuentes de procedencia, ni siquiera respecto de los agregados, al menos se nos informa que la pieza folklórica es de valor ecuménico en el mundo de la yerba...
En cuanto a los tres significados que se incorporan (amén de las calabazas al del mate lavado), es claro que hacen más extenso el registro de Jover Peralta, si se suman los dos lenguajes que, separadamente, lo integran. Pero no estamos muy seguros -para sólo referirnos a su primer aporte- de que todos los materos sabrán diferenciar un mate hirviendo de otro muy caliente, que -teniendo temperaturas tan aproximadas- acusan significados tan opuestos... corroborando que “del amor al odio no hay más que un paso”.
MELIFLUO DILEMA
Contrastando los registros de Saubidet y Jover Peralta, llama la atención un sugestivo detalle, común a ambos: la aparición de la melaza, como sustituto de la melisa, al transcribir el texto de Mantegazza traducido por Heller. ¿Cuál de ellos tuvo la iniciativa, en la adopción del siruposo sustituto folklórico?
Aunque pueda parecer que la pregunta refleja una preocupación meramente baladí, no es así, sin embargo. De poder precisarse cuál de ellos introdujo ese cambio de voces -afectando simultáneamente el testimonio del sabio italiano, su versión a nuestra lengua y el decoro de la ciencia folklórica- lograríamos, simultáneamente también, un seguro indicio acerca del culpable de la promoción folklórica del lenguaje de “El Fogonazo”, que ambos registran igualmente, cada uno a su modo. Y eso ya sería algo importante y bueno de saber, por cuanto revela el criterio que informa ciertos métodos de trabajo.
No nos es posible establecer inequívocamente, empero, la primacía en la iniciativa. El Cancionero del mate, de Jover Peralta (Luzán del Campo), se terminó de imprimir el 26 de noviembre de 1942; el Vocabulario y refranero criollo, de Saubidet, el 1 de abril de 1943. Del simple enunciado de las fechas resultaría evidente que la iniciativa correspondió a Jover Peralta, cuyo libro pudo constituir la fuente donde Saubidet abrevara la melaza y lo demás. Pese a lo cual, si se considera el mayor volumen de los materiales que integran la obra de Saubidet y el mayor cuidado que su impresión demandaba, cabe suponer que los originales de ambos libros debieron haber pasado a las respectivas imprentas casi simultáneamente. Hasta puede admitirse, a este respecto, la prelación en favor de los de Saubidet, por exigencias del cambio de medidas en la composición, debido a los numerosos grabados que van incluidos en ella. Y parece cierto que Saubidet no abrevó en el libro de Jover Peralta, porque éste registra -como ya señalamos- algunos significados que no figuran en el registro de aquél. Pero esa coincidencia en la melaza sigue sin aclaración...
Pudo ocurrir que entre ambos autores se estableciera algún canje de informaciones, mientras preparaban los originales de sus respectivas obras, o que ambos contaran con una fuente informativa común, respecto de ciertos materiales, porque en sus registros del lenguaje del mate se dan otras coincidencias, si bien intrascendentes. Por ejemplo: en ambos, el significado del mate de leche es “estimación”, y no “estima”, como reza la traducción de Heller, reproducida fielmente por Rojas. Y, si en Saubidet, el del mate amargo es Uquitate todas las ilusiones, llegas tarde” (con desacuerdo acentual entre los verbos, pues el primero se ajusta a la prosodia vulgar), en Jover Peralta los dos verbos se conforman a esta última: “quítate todas las ilusiones; llegás tarde”. Hay coincidencia prosódica en el del mate muy dulce: “¿qué esperás para hablar a mis padres?”. Jover Peralta extiende esa acentuación vulgar al texto de Mantegazza, que -según informamos- transcribe por separado, pues el significado del mate con canela aparece así: “ocupás mi pensamiento”. En cambio, Saubidet le imprime otra variante, sin afectar el verbo: “ocupas mis pensamientos”. Coincidencias y diferencias aparte, en estos detalles se advierte una somera intención de vulgarizar las expresiones, acaso para infundirles mayor autenticidad folklórica. Aunque ninguno de ambos se le atreve al “uen a buscarme”, del mate con cáscara de naranja, ni al “me eres indiferente”, del mate frío...
Es visible, en fin, la presencia de un solo criterio estimativo, pues la coincidencia en la libre admisión del material se prolonga hasta la infundada destitución de la melisa, que no se produce precisamente por sospecharle sigilosa sinonimia con el toronjil... Tal identidad de criterio se refleja, por otra parte, hasta en esta singular diferencia de sus registros: Saubidet se aventura y mezcla irresponsablemente los dos lenguajes de curso biblio-hemerográfico; no incurre Jover Peralta en semejante actitud pero, a su vez, se aventura en la asignación de un desmesurado ámbito geográfico-folklórico al sonriente lenguaje de “El Fogonazo”, transfigurándolo en valor ecuménico, por arte de la farmacopea.
En tanto, el melifluo dilema sigue en pie.
CRÍTICA DEL TRABAJO FOLKLÓRICO
Estamos en presencia de la costumbre popular de mayor significación cultural en la vida argentina y de raíces más profundas en la existencia del hombre en América del Sur. Sus valores originales dentro de la órbita universal de la cultura, ya sean de orden científico o espiritual, pueden pasarnos inadvertidos, claro está, en la circunstancia familiar y normalmente cotidiana en que cultivamos la frecuentación de la yerba. Pero eso no debe ocurrir cuando investigamos, estudiamos o evaluamos reflexivamente cualquiera de los diversos aspectos de esa costumbre secular e imperecedera. Entonces corresponde ceñirse a severas normas de criterio, información y responsabilidad, personal y pública. Porque, en este caso, estamos ejercitando un derecho particular respecto de un bien que nos es común y cuyo resguardo nos compete a todos por igual. Debemos exigir, pues, a cuantos se dediquen a estas disciplinas, comportamiento y responsabilidad, máxime si aspiran a lucir o han alcanzado en ellas categoría de autoridades. No deben extrañar, en consecuencia, las expresiones irónicas y hasta sarcásticas que matizan el desarrollo de este trabajo. Ni son fáciles juegos de subestimación de la labor ajena, ni típicos desahogos de aristarco. Las provoca la comprobación reiterada de la superficialidad con que se abordan, por lo común, temas esenciales del folklore nacional, es decir, elementos auténticos de nuestra cultura, que corre el riesgo de quedar mediatizada bajo el malón persistente de la medianía.
Contrayendo la cuestión general al caso que nos ocupa: estamos estudiando esta perdurable costumbre en uno de sus aspectos -el lenguaje del mate- que, por constituir su preceptiva social, resume acaso siglos de relación humana y trasunta sutiles convenciones del espíritu popular. Pues bien: ¿cómo fue tratado, hasta ahora, un tema de tanta importancia como hecho cultural? Ya lo hemos visto: el primer testimonio que le concierne se conoce por la mediación feliz de un sabio extranjero que lo recoge y lo salva del olvido, evaluándolo discretamente como documento social y expresión de cultura. Un jurista y calificado intelectual mediterráneo lo traduce a nuestra lengua, medio siglo después. Y un eminente historiador de la literatura argentina lo interpreta, erróneamente, según vimos, quizá deslumbrado por su descubrimiento y absorbido, sin duda, por una labor ímproba que no le permite contraerse a un análisis más minucioso. Esa primera estimación data, como es notorio, del año 1917. Es medio siglo posterior al registro bibliográfico del testimonio.
Estamos al filo del centenario de tan señalado hecho bibliográfico. Durante el transcurso de este otro medio siglo, entre nosotros han proliferado los folkloristas, en sucesivas promociones, tanto al favor del desarrollo de esta especialidad científica, en el orden universal, como ante el reclamo del vasto movimiento popular orientado al conocimiento y el cultivo de nuestro folklore, que este período reconoce en el orden local. Entretanto, ¿qué interés ha suscitado, en nuestros folkloristas, aquel secular testimonio extranjero, al menos en sus secuencias nacionales? ¿Se lo ha traído ajuicio nuevamente, siquiera para contrastar la fidelidad de su versión a nuestra lengua o para apreciar la exactitud de las conclusiones de su estimación inicial? Nada de esto se ha hecho. Absolutamente nada. Lo que sí se ha hecho, en cambio, ha sido repetir, sin el menor análisis, en cuanta obra folklórica brinda ocasión para ello, el testimonio de Mantegazza, en la versión de Heller difundida por Rojas. De ellos no se toma la lección sino el fruto de su trabajo. Por lo común, sin nombrarlos y, a veces, como se vio, hasta alterando el testimonio, por graciosa atribución de la ignorancia. De modo que con el folklore se lucra solamente. Por la vía más fácil; sin gastarse... Pane lucrando.
No es otro, además, el proceso que también se denuncia a través de la historiada evolución del lenguaje de “El Fogonazo”. Y alguna vez hay que denunciar semejantes hechos, con la misma grosería que nos gastan quienes, tomándonos por tontos, manosean el decoro de nuestra cultura incursionando en su más acendrado acervo, que es el popular, con un desenfado que presupone impunidad. No es posible seguir recatando indefinidamente nuestra cuota de responsabilidad en la callada tolerancia, ni confiando en que el remedio vendrá solo, por espontáneo concurso del tiempo. Porque de los hechos expuestos se desprende -dicho sea con la necesaria pizca de buen humor- una prueba inconcusa del éxito, nacional e internacional, de la alípede improvisación. Fogonassus habemus...
En El lenguaje del mate