Ahora con la lluvia lo comprendo:
sumergido de aquí hasta los sermones
sumergido de aquí hasta los edictos
sumergido en engaño y engañado
el ímpetu locuaz, el ditirambo,
la paz meridional y las acacias,
sumergido en esgunfio y sin espalda,
me voy quedando solo como los retratos
como un furgón de cola o un desván o un culpable.
Es el esgunfio. Viene
como el ojo de un ciego mirando en el desierto
como un general perdido moviendo la cabeza.
Desorientado como el sombrero de un muerto.
Es el esgunfio. Viene
con toda su prosapia
con todos sus abuelos de archivos y expedientes
de amantísimos padres funerarios y muertos
del primer magistrado o el segundo
de refranes gastados en velorios.
Es el esgunfio. Se queda
como una cicatriz
como un andén de campo
como un teatro vacío, enorme, interminable.
Alguna vez alguna rata
lo surca raudamente
y hay un olor prudente a recintos nupciales
a tío muerto, a pasillo.
Entonces el esgunfio
como la sombra de un loco
va caminando libremente solo
o se queda mirando
como un gato embalsamado de museo.
Pero siempre el esgunfio es totalmente infame:
a la hora de la siesta desviste las mujeres
los domingos roba todos los clarines%3