Por Laura Erpen - De: Carrieguito - Editorial de Entre Ríos - Premio Fray Mocho Ensayo 2010.
Corrientes al 900. Aquí también estuvo nuestro Carriego, tomando café y recitando sus versos a contrapelo de los cánones modernistas. [1]
¡Quién sabe cuántas veces se habrán escuchado aquí los sonoros versos de Darío evocando la risa histérica de la condesa Eulalia, las preguntas retóricas de la sonatina, la promesa de una literatura propia y continental, independiente de las influencias de esa España que ya estaba lejos y hasta expulsaría a hijos dilectos, por esas cuestiones de los francos conjuros del poder! ...
Café de los Inmortales [2], lo llamaron. Dicen los que saben que fue Florencio Sánchez el que impuso el nombre.
Martínez Cuitiño aclara que…”el nombre de "los inmortales" no se refería a la gloria literaria, cosa que no concordaba con la modestia sin vueltas del autor de "Barranca abajo". Para Florencio Sánchez, la inmortalidad de la mayoría de los concurrentes habituales era la del milagro de subsistir sin comer...” [3]
Otros aventuran que el mismo Darío, en noches de perdidas copas celebratorias. Gerchunoff se lo atribuye. Hay quienes aseguran que fue nuestro Evaristo:
“El café a que concurría con mayor asiduidad, era el de los Inmortales, nombre que le dio él mismo, según la crónica contemporánea de una revista ya muerta, Papel y Tinta”. [4]
Corrientes angosta, entre Suipacha y la Calle de las Artes. Las dos primeras, persisten; la tercera hoy es Carlos Pellegrini.
El café se llamaba Brasil y ofrecía sustancioso desayuno por 15 centavos.
El ex vendedor de corbatas de Gath y Chaves que se había hecho cargo del antiguo local de don Milano suplía con compasión - no ausente del proyecto de ampliar la concurrencia… - la hambruna de bohemios, artistas y estudiantes. Café con leche con medialunas y manteca más de una vez fue la única comida, y alcanzaba.
Las paredes verdes recibían a los concurrentes y en la vidriera, un retrato del brasileño Santos Dumont sonreía con alas de libertad.
No era extraño: fue el primer hombre que voló en avión con circuito preestablecido y algunos marcaban sus ventajas frente a los mismos hermanos Wright .Además, había sido en París y ya se sabe que los ojos porteños estuvieron siempre ligados a la cultura francesa. No fue raro, por tanto, que la fama acompañara y el dueño – que de negocios sabía… - no la desoyó: bautizó al café con esa marca, haciéndose especialista en el rubro y obviando las bebidas alcohólicas.
Por ahí, es cierto, alguna grapita escondida para agasajar al poeta suizo Charles de Soussens, pero nada más.
Cuando algunos poetas famélicos precisaban abastecer sus voces con un poco más que literatura, don León Desbernat invitaría a sus preferidos – nuestro Evaristo y Florencio Sánchez, entre otros…- a comer puchero en el restaurante del catalán que quedaba ahí nomás, al lado.
El negocio se hizo de buena fama y además, el arte andaba de conversación en conversación. Varias mesas se reunían noche a noche y circulaban proyectos inacabados, nuevos emprendimientos, sueños siempre.
Florencio Sánchez era uno de los asiduos. Conversaba pero también escribía en el revés de formularios de telégrafo. (Después de todo hay ahorrar y eso hasta da un cierto tinte bohemio.)
Nuestro Evaristo, por esos tiempos, andaba tentado por el arte dramático. Las compañías habituales contagiaban de esa fiebre reinante en el café.
Algo le jugaba en contra: ¿quién pondría los dinerillos necesarios para que el proyecto funcionara? [5] Difícil tarea, por supuesto, la suya. Pero de eso conocía: no le salieron bien las cosas a Evaristo y la rebelión a veces se atragantaba y le hacía preferir modos de protesta parecidos a los de Alberto Ghiraldo.
No sólo en la vestimenta se asemejaban: la poesía de Carriego tendrá su vena declamatoria y altisonante, muy próxima a la del poeta anarquista que anduvo en la Revolución del Parque. Y también tentará el camino del teatro, - la forma preferida de los anarquistas para hacer llegar su mensaje… - ya que una de sus obras será llevada a escena dentro de algunos años. Y su estilo de vestir.
Carriego se ha vuelto huraño, toma mucho café, su aspecto es sombrío y el traje negro colabora. A veces, su decir es tan ácido que llegan a calificarlo de soberbio y prepotente.
Los objetivos de sus ataques son los Inmortales que por ahí andan, demasiado pretenciosos e ignoran esa otra cara de Buenos Aires que él ha descubierto caminando su Palermo y que ha legitimado en sus narraciones frente a sus amigos, esa otra cara que tantos ven y que muchos no quieren admitir. Sin embargo, los modos imperantes se le han pegado y por ahí, algún que otro canon modernista le juega la mala pasada y lo puede.
Como un Baudelaire porteño, como un flâneur que se desliza por los pasajes de la ciudad en creciente, Evaristo Carriego recorre Palermo cada noche.
A veces, hace un alto en conventillos y en bares de la zona. A veces, entable conversaciones con los seres del suburbio. Pero sus andanzas recalan, casi siempre, en este café con tanta vida y tanta charla.
En otras mesas de Los Inmortales, los políticos: “Perkins, Absalón Rojas, Felipe Torcuato Black, Elpidio González (a veces iba en alpargatas), Alfredo Palacios, el uruguayo Emilio Frugoni y el tucumano Mario Bravo.” [6]
El mismo Palacios ha llevado a Evaristo, en su auto, a su casa de calle Honduras. Habla de lo que él conoce y en él se reconoce. No es extraño pensar que don Alfredo le sirve de espejo para descargar tanta mala sangre.
Aunque hay quienes dicen que lo vieron, es raro que Lugones anduviera por esos sitios.
Común era ver comprovincianos por ese escenario: Alberto Gerchunoff, Luis Doello Jurado, Andrés Chabrillón, Monteavaro, el concordiense Juan José de Soiza Reilly [7] y el atrevidísimo y singular “vizconde” Emilio de Lascano Tegui.
La diáspora imprescindible para acceder al éxito los ha hecho dejar cuchillas y pajonales, arroyos y costas, para buscar la celebridad que sólo la capital permite, aunque vaya si es mezquina y dura la tarea de alcanzarla.
La mesa de escritores, bullanguera y provocadora, tuvo hasta su propia representante femenina, Ángela Quesada, la artista uruguaya que se animó a fumar en público.
Las otras damas, empleadas de la “A la ciudad de Londres”, en lo suyo: siguen hablando de modas mientras apuran el café en sus horas de descanso.
Hacia 1910, los festejos del Centenario llevarán a los visitantes a mezclarse en el contrapunto de ideas, la amplitud del discurso, la variedad de estilos y ese encanto bohemio y “atorrante”…
[1] Rubén Darío fue habitué al Café.
[2] Nos basamos en crónicas de Antonio Requeni. En Internet: <http://www.todotango.com/Spanish/biblioteca/cronicas/inmortales.asp>
[3] Kraken , Edmundo. Seudónimo del periodista Jerónimo Jutronich. Publicado en Revista Vea y lea.1960.En Internet < http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/don-leon-padre-de-los-inmortales.htm>
[4] Gabriel. José. Evaristo Carriego. Una vida simple . Op.cit.
[5] “Los que pasan”, es una obra de teatro dramática escrita por Carriego y estrenada en el teatro Nacional, poco después de su desaparición. La interpretó María Gámez.
[6] En Internet: <http://www.todotango.com/Spanish/biblioteca/cronicas/inmortales.asp>
[7] Era entrerriano, nacido en Concordia, aunque el hecho de haber estudiado en Paysandú moviera a error.