CÁNTARO IMPERFECTO

Cuando niño, tenía
los pies descalzos y los sueños tibios.
Una ansiedad oscura de ser otro
me empañaba los ojos.
En mis horas insomnes
supe que no existía para cambiar las cosas
una lámpara mágica como la de Aladino
y no habría otro genio que no fuera yo mismo.
Los años sucedieron, y en ellos las mudanzas.
Los espejos externos me confirman
lo que espejos internos atestiguan:
estoy constantemente convirtiéndome en otro.
Soy una arcilla que no ha terminado
de constituirse en ánfora.
Quizás esto comparta con todos:
que los dedos invisibles de un alfarero cósmico
moldean nuestro barro inmaduro cada día.