HOJAS DE PAPEL O DE TRÉBOL, POR LAURA GERMANO


Cuenta Juan Meneguín que su padre comía flores. Como una costumbre, el señor Meneguín “con una blusa azul ferroviario del ‘50”. Como disimulando, el señor Meneguín robaba pétalos y hojas al rocío de la mañana o a alguna tardecita, quién sabe. De aquí o de allá. Tal vez, a este hombre de trajines con fierros le creció un montecito de trébol en la sangre, tal vez. Una suerte de hojitas redondas con pequeñas flores blancas. Como una suerte escasa y de entrecasa. Seguramente, el señor Meneguín en su “samsara” habría mencionado el tacto de los billetes cuando pagó la heladera Siam o el ventilador Westinghouse. Es posible también que haya escuchado “la acordeón de Allá Iteé en una radio lejana” y ¿por qué no? a “Vera Lynn cantando We’ll met again” y, sin entender las palabras, sintió por todo el cuerpo la despedida de un soldado y su chica. “De qué hablamos cuando hablamos de nosotros?/ de qué imágenes sin palabras conversamos?” Ciertamente,  el padre no habría nombrado a Allen Ginsberg y el aullido que desencadena: He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura, famélicos, histéricos. Porque la histeria no pasa a través de la nervadura de una hoja de trébol, ni de los pétalos de los gladiolos o las rosas. La locura y la histeria se leen en las hojas blancas (de papel, claro está). Por lógica, escuchó sí  “en la radio a válvulas otro golpe de estado” en ese fluir nuestro de golpe en golpe y a los golpes ¿desde cuándo? Creo, también, que en su samsara no habría mencionado ni “pies de verso” ni “sílabas tónicas” ésas son cuestiones del hijo Juan y sus quehaceres con el  papel y la tinta.  Seguramente, el padre conservó “el olor empetrolado de los antiguos ferrocarriles”, el gusto de las “aceitunas retintas”,  “las mandarinas de las primeras heladas” (sin pensar en exportaciones o importación, claro),  y participó siempre en “la ceremonia del primer mate del día tan secreta y callada”. Intuyo que Meneguín padre no conoció “la estúpida fiebre por llegar a la fama”, ni el “despertar a deshoras en una habitación desconocida”, “ni la espera en las salas de espera en los no lugares” ojalá. Por eso, pienso que el padre de Juan Meneguín comía flores. Tréboles: esa suerte chiquita que mantiene al humano en lugares humanos. Tal vez, lejos de papeles y tintas, el señor Meneguín supo descifrar simplemente la nervadura de las hojas. Y ahora sonríe.

Laura Germano. 13 de enero de 2013

Entrecomillados de Juan Meneguín en “Cuando mi padre comía flores y otros poemas”. Ediciones Río de los Pájaros. Concordia. E. R. 2012