Allí estas, querido Panrayado, con las papelas de la cana. Todo encima, con cara de liebre muerta. Midiendo la calidad de tu revólver. Amenazando al cajero. Tartamudeando sin poder decirle qué debe hacer.
La nuca del "vigi" le justifica el sueldo ¿qué tal un cohetazo en el culo?. Los clientes están con la cara pegada al suelo y Panrayado los atiende con el corazón hecho una piedra mientras escucha risas en el taller del diablo.
Panrayado, el chico de los astilleros, está por vengar sus sueños. Bailar como un pato mareado en una merienda de lobos. Bailar con un hueco en el lugar del corazón. Con la angustia más primitiva.
Zumban las primeras moscas. Una voz de megáfono grita que estás perdido. Ese pelituco picotibio, puto como un sol, es el secretario del juzgado. Tiene la piel tostada y es muy joven. ¿Un último pico para la relamida? ¿Podrás negociar con rehenes recién chutado?
El pelituco te mira las marcas de los brazos mientras su mambo te aprieta con severidad. Hace un discurso exhibicionista en el que baraja los minutos. -"Pibe... la manteca ya no está los Bancos"- Y sigue haciendo tiempo y te relame con palabras y sobre todo te promete que va a soplar la brasa ahí afuera para que no te apaguen los federicos.
Panrayado baja el "seisluces" (un "perro" viejo y con el número mal limado). Imposible mayor desnudez. Mientras tanto la calle es una bolsa de ratas.
"A un perro se lo cura como se cura a un perro" dice el himno de Tangópolis. Robar la vida es el robo final. Unos guiños traidores te anuncian que la bella señora te espera en un baldío. Te espera con el beso de Panrayado. El beso de todos nosotros.