EL DELITO AMERICANO I

 

UN INVENTARIO DE VIBRACIONES, RESONANCIAS Y TRANSPARENCIAS

1

Vemos el vinagre que brota del culo y se deposita en una servilleta pringosa. Miserias a que nos tienen acostumbrados los ojos. Y un abanico desconsolado de clientes sosteniendo modernos globos de feria. Pesados, con el triperío lleno. Y chicos contentos de que les cuelgue y zigzaguee. ¡Que lujo! Puliéndose la "jeringa" con dos dedos. Temerosos de la cremallera del pantalón leopardo. Lavándose el cuerito. Quitándose el olor rancio que dejó la cloaca del camarero. El del culito de neón encendido, subrayado con una anchoa. El colega inoxidable que propone caminar pesado. El de los porros y la pistola de cocaína para romper todo.

El que lía el chocolate sonámbulo y golpea al camarero de estúpida risa de conejo. Ninfas que esnifan con la barriga inflada como un calamar.

 

2

Como un instrumento más de la extravagancia, el palco enfrenta a una multitud quieta como un grabado.

Fantasmas miserables parecidos a jovencitos, soplan flautas panzonas como pipas de opio. Trombas jorobadas y columnas de tambores son ejecutadas por niños emocionalmente quebrados y enfundados en gabanes.

Muñequitas greñosas y castañuelas desesperadas. Caprichos infantiles ciegos por la droga. Silbidos revueltos, estridentes, de frases telescópicas arrancados a la agonía del siglo. Guitarras húmedas de fiebre y delirio alzando el anfiteatro en el aire con estruendos rabiosos. Música epiléptica, lacerante. Concertantes de mirada feroz. Payasitos pálidos mirando el espacio íntimo con sus pupilas muertas. Un drama musical apropiado para este mundo.

 

3

HOY -"EL SEXO CON LOS MUÑECOS MARCONI"- HOY. -¡Mirá! gime Nuria cambiando de postura, cerrando y abriendo espasmódicamente su tapado. Moviendo las caderas y el bajo vientre como si empujara a un fantasma. El Padre Marconi la libera de ropas y descubre la bestia entre sus muslos. Ataca con todos los músculos. Habla en voz baja, con las pupilas lejanas, aliento ritmado y a la deriva. Se sumerge sin vacilaciones en la espalda amplia y lechosa de Nuria. Ella busca aire como una medusa palpitante. Llora en voz alta, se queja en un tono que comienza a arrancar la médula del Padre Marconi. Las piernas flaquean. Labios contra labios turbados. La carne dura estalla pegada al vientre y vuelve a su puesto entre las piernas abiertas. El chupa la pelambre húmeda con gemidos borrachos. Ella se arquea caliente como una fragua. Aletea. Ofrece las ancas, las abre con sus dedos y recibe los asaltos apretando los dientes. Gruñe, se sacude en olas furiosas de placer. Maúlla partida en dos. Ulula perdida, se marea. Ronronea enloquecida. Ahora se buscan las bocas y se apoyan en el telón. Él la muerde y la obliga a doblarse obediente, descendiendo la lengua lentamente por los muslos. Nuria expone su hendidura a los sacudones. Él da órdenes locas con su sexo en la mano y los párpados movedizos. Ella traga con avidez el producto de la tensa hipnosis. Lanza un silbido agudo que concluye en un suspiro. Con esto, se enciende como una lamparita y se desmaya. Con los últimos proyectiles, el Padre Marconi se derrite y estalla el aplauso.

 

4

¡Desnúdense rápidamente! Ustedes son los únicos donantes (¡Ah-ah!). Con ustedes haremos fortunas genéticas. Raza superior y hambre rusa para todos. Polvos elitistas de plástico irrompible en una caja fuerte que cría (heladamente) a nuestros muchachitos. Nuestros galguitos que producirán doscientos millones de espermatozoides diarios.

Precisiones, mediciones, curvas. Bomboncitos ovulares empaquetados en satén. Piececitos rubios exudando olores profilácticos. Coladas de oro y secos S.O.S. desde el Banco de Identidades. Luego todo se arreglará con carmín y coloretes. Carnets de charol para las mamitas que son un gran bocadillo. ¡Qué pantorrillas! ¡Qué contoneos! Atletas que se agachan y son cogidas in vitro. Las toallas dejan entrever los primeros fideos de mucosos de gran clase. Preciosos, maliciosos, negocios.

 

5

Soy el trifantástico de moderno peinado tecno. Cargado de matarratas, de veneno frívolo. Mi pelo cambia de acuerdo a la indiferencia. Vestido de cuerina verde eléctrico, bailo cada noche y me transformo en un manjar exótico para los perdidos. Uso drogas rococó que sientan bien a mi belleza marciana. Y peluqueros llorones y anfetas. Y mucha cadenita malvada para que muerdan los labios ardientes que besan mi nuez de Adán. Pero nada de mulas freak ni nada de caspa. Me gusta lo bueno y me cago de romántico. Vivo hoy y cambio de pellejo como las víboras. Cosméticos astrales me ponen a plomo en un video narcisista. Me montan en peliculas futuristas como la doncella ofrecida a la ciencia ficción. Una lánguida monada bisexual, llena de marcas, autómata y viciosa. Un americano melancólico y cansado de sí mismo.

Blindado, teatral e ingenioso.