MASTRONARDI Y BORGES

Mastronardi y Borges

Tomado de http://losparrafistas.blogspot.com/ (Extracto)

 

 

Dos Hugos, dos Carlos

A Jorge Borges le gustaba este:

“La alta mujer dolorosa
venía del sur y estaba muerta.
El cansancio era dueño de su voz
cuando presenciaba la esperanza
creciendo hacia las tardes
en cuya luz indescifrable
el solitario anhelo perduraba
como un reino sin púrpura ni cetro.
Alguien la empobrecía desde lejos.
Ignorando las llaves
que franquean las ricas esperas
y los mecidos cielos,
tal vez era la sombra de una antigua delicia.
Las manos, las manos olvidadas,
las unidas y suaves perdiciones
y los queridos ojos sin codicia,
que ganaban y perdían el mundo,
serenos, y sabiendo.
Recuerdo aquella voz apenada y amiga,
y la ciudad, de pronto, incierta y decaída
bajo un cielo gastado y entre adioses.
Entonces parecía que cesaba una música.
La alta mujer, la rosa desganada,
tal vez aquella tarde
miraba desde un tiempo recóndito y futuro,
y un lúcido silencio se volvía,
un desierto esplendor, un descuidado mundo.
Para que la tristeza tuviera un hombre
yo me ofrecí a esa luz cordial, a esa callada.” (1)

El poema se llama “Ultimas tardes” y pertenece a Carlos Mastronardi, el poeta entrerriano tan amigo de Borges. Así cuenta don Jorge Luís sobre esa amistad:

“Mastronardi es uno de los primeros escritores que yo conocí cuando volví de Europa, al cabo de una larga ausencia, el año 1921. Nos hicimos muy amigos. Y él me dijo después que él en primer término había buscado mi amistad porque sabía que otro poeta entrerriano, Evaristo Carriego, había sido muy amigo de nuestra casa. De modo que lo que él buscaba en mí, al principio, era una suerte de reflejo de Carriego, ya que yo, siendo chico, lo había conocido a Carriego, pues habíamos compartido el mismo barrio, las orillas de Palermo (de ese Palermo cuyos guapos y cuyos conventillos él cantó en ‘La canción del barrio’ y en ‘El alma del suburbio’). Pero, después, ya encontramos otros temas en común. Nos hicimos muy amigos y nos dimos al curioso vicio de descubrir la ciudad de Buenos Aires. De suerte que yo recuerdo muchas noches y muchas madrugadas pasadas con Carlos Mastronardi, desflorando los fondos de Palermo, el bajo de Saavedra, el barrio de la Chacarita, el puente Alsina, las largas y apacibles calles de Barracas, y discutiendo siempre sobre problemas estéticos, ya que la poesía era nuestra pasión. Felizmente, no estábamos del todo de acuerdo: podíamos discutir, siempre amistosamente, se entiende. (…) Con Mastronardi tengo una amistad de tipo peculiar, porque es una amistad que puede prescindir de la frecuentación. Vivimos cerca uno de otro, él vive en el hotel Astoria, en la avenida de Mayo. Podemos pasar meses enteros, muchos meses, sin vernos, aunque ahora nos vemos en la Academia Argentina de Letras, pero eso no significa que nuestra amistad haya disminuido en modo alguno. (…) El caso de Mastronardi me parece raro en la historia de la literatura, porque, aunque ha publicado varios volúmenes, y últimamente un admirable libro de recuerdos titulado ´Memorias de un provinciano´, él sigue siendo una suerte de homo unius libri, (hombre de un solo libro): él sigue siendo autor de ese poema dedicado a Entre Ríos, a la nostalgia de Entre Ríos. Y yo diría que una de las razones que hacen que Mastronardi viva, solitario y noctámbulo, en Buenos Aires, es que en Buenos Aires puede sentir mejor la nostalgia de su Entre Ríos, que él quiere tanto.” (2)

En estos últimos años, a su vez, se publicó un libro sobre Borges recopilado de los papeles dejados por Mastronardi. De allí (de un extracto que encontré en el sitio de La Nación), copio este fragmento:

“El interés que en él despiertan los libros, nada tiene de sistemático. No se somete al orden sucesivo que fijó el autor, sino que saltea páginas o vuelve sobre las ya leídas, según las exigencias de su curiosidad y de su gusto. Se detiene aquí y allá, retoma la marcha y a veces prescinde de algunos capítulos, pues su naturaleza le impide hacer de la lectura una grave ceremonia, y mucho menos un deber fríamente impuesto a su espíritu. Quizá no leyó todo el Quijote; quizá no leyó todas las cláusulas y períodos que integran El mundo como voluntad y representación, pero vuelve siempre a esas obras, con las cuales mantiene íntimo trato desde sus años mozos. A lo largo de lustros y decenios, muchas noches lo vieron repasar las páginas de aquellos libros que, si ya no le traen sorpresa, hoy como ayer responden a sus apetencias profundas. Regresa a los pasajes o las líneas que lo tocan de manera esencial. No asume la obligación, pongamos por caso, de estudiar todo Berkeley, todo Hume o todo Carlyle, pero siempre está con ellos. Por lo demás, Borges separa con prontitud lo principal de lo accesorio. Su agudeza inquisitiva le permite discernir y desprender, aun de los textos más farragosos, la virginal riqueza que nos traen. Esta pericia de rastreador merece destacarse; es sabido que muchos lectores se pierden en la maraña de frases digresivas y de proposiciones incidentales que acumulan filósofos y ensayistas. 
“Respecto de las novelas, Borges estima que, a diferencia de las narraciones breves, son obras para entrar y salir, pues en ellas importan los quietos caracteres o los graduales ambientes, no los hechos que se precipitan hacia un fin determinado. El deleite que encuentra en Proust y en Joyce es de tal índole que no puede seguirlos con el solo afán de informarse acerca de ellos, como si fueran dos objetos de solemnes estudios monográficos. Borges los llama y convoca desde su propia intimidad, sólo atento al noble agrado que le dispensan. De ahí que pueda hablar de estos escritores y de muchos otros, clásicos o modernos, con la misma soltura con que habla del reciente acto literario o del amigo con el cual acaba de encontrarse.”
Y también había incursionado en el tango el poeta. Encontré esto:

Sabor de Buenos Aires
[Tango, 1966] 
Letra: Carlos Mastronardi 
Música: Miguel Caló 

Anduve solo y perdido
en la neblina del barrio.
Cuando en cada café y en cada esquina
se me ganaba al corazón un tango. 
Buscando sabor de Buenos Aires
pasé por unas calles que hoy cambiaron
y en los mismos cafés vi hombres solitarios
que de su juventud vinieron con sombreros,
y así nomás quedaron
leyendo un viejo diario.
Sentí todo el sabor de Buenos Aires
llegando del pasado
caminando por las calles de recuerdos palpitantes
y en un umbral, sentado, igual que antes
oyendo un viejo tango,
vi un hombre silencioso;
callado, parecía misterioso
cantando, era el patrón de Buenos Aires.

(...)


Reservé para el final algo más sobre Carlos Mastronardi. Esto lo copio de un libro de Luis Gregorich, otro de aquellos valiosos hombres de Humor. El volumen se titula “Tierra de nadie”. Es una recopilación de artículos y reseñas sobre libros, autores y diversos asuntos culturales. El subtítulo es “Notas sobre literatura y política argentinas”. Está editado en 1981 por la editorial Mariano Moreno, que, a juzgar por el logo en la tapa, tenía que ver con el conocido Instituto Superior Mariano Moreno. Lo encontré hace un par de años en la librería “De las luces”, de avenida de Mayo casi Bernardo de Irigoyen. 
Copio la primera parte del artículo titulado “Un caballero rural en Buenos Aires (A propósito de la muerte de Carlos Mastronardi)”, donde se cuenta la característica del poeta que más me gustó conocer.

“Ahora será fácil evocarlo como un dulce poeta angélico, como un provinciano tempranamente demorado en Buenos Aires, con su blanco rostro clownesco que animaba la silenciosa comedia de la noche porteña. Será fácil escudarse en la anécdota: recordarlo en las interminables tertulias del Tortoni, o cruzando cansinamente, a la madrugada, la avenida de Mayo para irse a dormir -como los actores y las coristas- hasta las dos o tres de la tarde, cuando el sol empezaba a ser menos crudo. Pero también otra imagen es lícita: una cortesía perversa, un temible candor eran capaces de clavar rotundos alfileres en la piel del mundo y de los seres que lo rodeaban. Ni siquiera sus mejores amigos -ni el amigo que él, sin duda, más quería- quedaban a salvo de algunos chistes atroces. Poseía la mayor destreza para profesir ciertos elogios que terminaban por devastar al destinatario: aquel poeta sobresalía por su “recatada imaginación”, aquel otro ensayista se destacaba por su “ingenio cauteloso”… Ni angelismo ni malignidad: sólo una acerada inteligencia poco común en estas playas pródigas en efusión sentimental.
Carlos Mastronardi había nacido en Gualeguay (Entre Ríos) el 7 de octubre de 1901. Su padre era agrimensor y amante de la matemática: ahí habrá que arraigar la pasión por la exactitud del futuro poeta. Hizo su bachillerato en el tradicional Colegio Nacional de Concepción del Uruguay; los estudios de abogacía en Buenos Aires hubieron de ser previsiblemente abandonados. En su provincia, se hizo precozmente amigo de Juan L. Ortiz; mientras éste hasta hoy sigue siendo fiel a Entre Ríos, Mastronardi se radicó en la capital Federal ya a comienzos de la década de 1920, y rápidamente se integró al grupo de la revista Martín Fierro, aunque sin ser nunca uno de sus militantes asiduos. Allí comenzó su larga amistad con Jorge Luís Borges.
“En 1926, el gran año de la literatura argentina, publicó su primer libro: “Tierra amanecida”, en cuyos bucólicos y tersos poemas vibraba una reacción antimodernista y una afinidad con el estallido metafórico del ultraísmo. De 1930 data su segunda obra, “Tratado de la pena”, que él mismo retiró de circulación inmediatamente. En 1937 publicó su mejor colección de poemas: “Conocimiento de la noche”, al que pertenece “Luz de provincia”, su clásica pieza de antología con el inolvidable final: 

“Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto 
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia. 
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro. 
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.”

(…)

También me gustó esta frase de Mastronardi, encontrada por ahí:

"La poesía lírica, para muchos de sus cultores locales, excluye todo plan y no supone sacrificio alguno. Permite seguir la línea del menor esfuerzo: todo consiste en dejarse llevar”



(1) “Conocimiento de la noche”, 2ª edición -definitiva-, Raigal, 1953
(2) “Siete conversaciones con Jorge Luís Borges”, Fernando Sorrentino, Casa Pardo, 1973
(3) Soledad Quereilhac, La Nación, 28 de noviembre 2004.