DESINTELIGENCIAS CÓSMICAS PARA VIDAS COMUNES, POR SÁNCHEZ SORONDO
"Desinteligencias cósmicas para vidas comunes" es una reseña escrita por Sánchez Sorondo de la novela "Big Rip", del escritor paranaense Ricardo Romero.
Narrativa argentina. En la irónica y onírica Big Rip, Ricardo Romero apuesta a una novela extensa e intensa.
Hay que atravesar al menos las primeras cien páginas de las ochocientas que integran Big Rip para reconocer sus mañas cíclicas: la licencia surreal aquí y allá, una oscilación tenaz entre ironía y sordidez y la pátina onírica en casi todo, al mostrarnos que las cosas siempre pueden volverse aun más disparatadamente terribles.
En el principio, aquí, más que el verbo, es el desorden. Concretamente, el de un cruce dimensional: “El ritmo de la ciudad había comenzado a enrarecerse aunque nadie pudiera dar verdadera cuenta de eso, un sobresalto en la madrugada frente a los reflejos en las vidrieras, un borboteo desafinado de tuberías haciendo cerrar canillas que ya estaban cerradas, una incongruencia en el estruendo del mediodía desorientando a las palomas”. Esa desinteligencia cósmica actuando en vidas comunes y no tanto, se manifiesta incluso con notas de aire profético: “La culpa fue siempre nuestra. Cada vez que alguien volvía para ver si había cerrado el gas de las hornallas o había apagado la luz del baño, la arritmia desgastaba el universo. Y ahora hay cocinas y baños flotando en el vacío a velocidades siderales, hornallas sibilantes y focos estrábicos. Nadie va a entrar y sobre todo nadie volverá a salir de ahí”. De ese entrar o salir relatado desde el cosmos post apocalíptico el narrador salta luego al flashback donde comienzan sus terrenales historias en seres de a pie.
Una galería es el hábitat primero y mustio de las vidas pedestres que aborda Romero. La vieja galería céntrica y descentrada: ámbito ideal para albergar el limbo en que hacen amistad dos personajes particularísimos, más amorales que inmorales, con sendas infancias sórdidas que eclosionan recíprocamente al conocerse. La galería gris, en decadencia, como todas, ¿qué espacio expresaría mejor ese anacronismo de recovecos yermos, ese hormiguero semivacío de lo que insiste en resistir para dar cuenta, finalmente, de los abrumados e inestables seres que se mueven en sus entrañas?
La chica dark y anoréxica, un empleado de correo parecido a Ted Bundy, un tatuador tartamudo parecido a Charles Manson: esas son las primeras señales, los chispazos anticipatorios del Big Bang metaforizado en una relación particular: “Tomás describe con precisión la imagen del decapitado que, aunque no ha vuelto a ver, permanece en su memoria con una nitidez desconcertante (…) Tomás describe y Alfonso dibuja. En algún momento las luces de los corredores se apagan. El local de tatuajes queda entonces flotando en la oscuridad”.
Otras y otros confluyen hacia la explosión: el guardia de seguridad lanzado a la búsqueda de su víctima, muertos que desaparecen, alguien cuyo colectivo desvía el bonaerense recorrido y acaba consiguiendo trabajo de difunto en una casa fúnebre. E intercalando esas vidas, un anciano: se diría que encarna al tiempo mismo, pero fuera de él: “Durante la noche, durante muchas y largas noches, mientras los edificios crujen y se balancean, mientras el vaso con lava burbujea con mansedumbre, el viejo cuenta historias como si fueran la suya propia. Abraza sus piernas, esconde la cabeza entre sus altas y filosas rodillas y reza con voz trémula”.
El rock, siempre el rock, banda de sonido omnipresente, ambienta las secuencias. David Bowie, Motörhead, Joy Division, Moris (este último apelado en una ironía que no muchos descifrarán, entre otras varias del mismo tenor que guiñan estas páginas) proveen atmósfera y referencia etaria evocando, además, el ánimo de Peter Capusotto y sus videos: lo sideral y lo doméstico, lo profano y lo sagrado afilándose mutuamente.
El colectivo, transporte público plural y popular por antonomasia, lleva y trae la mixtura de faunas y topografías. El conurbano puesto a brillar en su absurdo, el barrio en el cosmos, la fotocopiadora y el destino, la epifanía en la sucursal de Correo Argentino, los mocasines, el tartamudo… la parodia dramática de Romero teje, en suma, una implosión localista que reverbera rioplatense y ochentosa esparciendo, de a ratos, universalidad.