"HUGO LUNA: SOBRE LOS CIPRESES ES MENTIRA EL CIELO", POR GABRIELA SCHUHMACHER
Sobre Coreografía del absurdo. Hugo Luna. Lago Editora, Córdoba, Argentina, 2021. Libro digital, EPUB, 2020.
Coreografía… es el nuevo poemario de Hugo Luna escrito entre la incertidumbre y el canto invariable del río, canto que como la poesía, respira donde no se encuentra, mejor dicho, hacia dónde va.
Muchas veces al deambular por la ciudad que habitamos, nos sentimos atrapados en una escena diseñada para otros, como espectadores de una película. En ese pasaje de lo cotidiano al extrañamiento, advertimos que el lenguaje no representa el silencio que arrojan las formas que nos rodean. En Coreografía… el poeta Hugo Luna —inmerso en una época signada por la incertidumbre— traza movimientos, pasos, posiciones, diagramas (con entradas y salidas) de un registro personal que encabalga un largo, sostenido y único poema a orillas del río y las sombras.
Las acciones domésticas se van ensamblando a un ritmo vital que amenaza escabullirse: “El corazón se estruja / lavando cuchillos / (…) su jugo se escurre por el resumidero”. Sin embargo algo conocido envuelve y no renuncia a cruzar la frontera de lo propio, un canto invariable que retoma el contacto con el río: “lo puedo oír / es apenas un murmullo”, dice el poeta. Un giro lo empuja más adentro de la escena, al interior de su cuerpo. A partir de allí, la supervivencia se dispone a improvisar un perro que da vueltas, duerme o se hace el muerto, que practica su forma instintiva de parecer menos real. “Soy un perro” afirma la voz, y se mimetiza con el poema hasta ser “un ladrido en la tierra”. A medida que prosigue su desplazamiento, dice: “Adentro hay un perro muerto / (…) nada ladra dentro del poema”, “Es mentira / incluso la muerte / el ladrido del perro”. Al yo lírico —desbarrancado entre lo irracional y el desvelo— no le interesa el poema, pero el canto del río insiste, canto que como la poesía, respira donde no se encuentra, mejor dicho, hacia dónde va. El tiempo avanza, por momentos se detiene y, en otros, aparece como tercer punto focal, en el nudo de lo que no pudo ser y lo que se espera. Los días oscilan en medio de un existencialismo que da su guiño a lo incomprensible, y hasta “Dios parece despierto en el silencio”. Entonces, el poeta se anima a cambiar de posición, a quedarse donde las sombras dan prueba del desdoblamiento de la vida: “para bailar no es necesario ser”.
La pandemia y el aislamiento social atraviesan el libro. La realidad (desvanecida sobre camalotes o “bajo yuyos del lenguaje”) deja desnuda “la pena de un niño / el luto de una especie”. En ese instante, la mirada se acopla a la voz poética incorpórea, en estado flotante, capaz de escucharse en la otredad, de aprehender las cosas sin quedarse en la queja, con el respeto y compromiso de conservarlas “en su estado más puro”. La denuncia, la imposibilidad y la imaginación ensayan una sucesión esencial de cadencias hacia otro amanecer que nadie nombra: “la mitad del poema grita / la otra mitad cabe en una lápida / sobre los cipreses es mentira el cielo”.
Tomado de: El poeta ocasional