“PAPELES DE ANA”, DE MARÍA INÉS KRIMER: LA ESCRITURA COMO FORMA DE RESISTENCIA
La nueva novela de la escritora argentina, que publica Obloshka, es una gran pregunta sobre el origen, que se despliega en distintas direcciones. Pero a la vez, una meditada reflexión sobre el acto de escribir, como apuesta vital e ideológica, como ejercicio de la memoria.
Por Verónica Abdala.
Papeles de Ana (Obloshka), la nueva novela de la escritora María Inés Krimer (Paraná, 1951) es una gran pregunta sobre el origen, que se despliega en distintas direcciones, y, a la vez, si cabe la expresión, una meditación literaria sobre la escritura, como oficio pero también como apuesta vital e ideológica, como ejercicio de la memoria, e incluso como una forma de la acción.
La trama tiene como punto de partida el entorno familiar de Ana, la protagonista: una joven de familia judía nacida en Paraná en los años 50, que ya en su adolescencia, viaja a Buenos Aires, propulsada por el deseo de convertirse en escritora profesional.
Corren los años 60, cuando se instala en la casa de sus tíos, en el barrio porteño de Caballito, para descubrir que las mayúsculas, en el ambiente literario, son siempre masculinas y a las autoras mujeres les cuesta horrores que se las tome en serio (en aquel tiempo, descollaba Abelardo Castillo como cuentista, que es mencionado en la novela como otra decena de personalidades de la vida cultural de entonces, entre ellos Pino Solanas, Marta Minujín, Mercedes Sosa, Víctor Heredia.) "Pobre Virginia Woolf si hubiera nacido en la Argentina", piensa Ana.
Krimer (Sangre kosher, Siliconas express, Sangre fashion, Noxa, Cupo) consigue que ese trasfondo histórico sumerja al lector en un clima de época y entrega un fresco detallista que sirve de marco a la trama y los conflictos de su personaje, que se debate entre las tensiones familiares, sus primeras experiencias amorosas, el entusiasmo de la militancia política y una conciencia íntima de la feminidad.
Esa década, la de los 60, es la otra protagonista de esta novela. “Qué pasa cuando somos mujeres, cuando somos provincianas, cuando no somos geniales”, planteaba la autora días atrás, en la presentación de la que, acaso, sea su obra más personal: un bordado narrativo que se despliega en el tiempo, construido con palabras siempre sensibles, certeras.
El libro -que se se divide en tres partes que a su vez se corresponden con tres escenarios distintos; la calle diamante, Caballito y Capilla del Monte, un buen lugar para esconderse durante los años 70- abarca más de treinta años de historia. Y allí están sus tías de sangre; sus tíos socialistas; sus padres –con la madre, mantiene una relación más distante-; su amiga cubana, Valentina, a quien conoció en un viaje organizado por el partido comunista en Moscú; su novio de la juventud, Norberto Groissman.
Es esa trama doméstica e íntima la que se conjuga, como en otras de las obras de la escritora, con “la historia grande”: es por todo eso que pasa fuera de ellos, que sus personajes, se ven impulsados a actuar e involucrase, bajo la certeza implícita de que nadie se salva solo, que la posibilidad de la resistencia y de lucha necesariamente involucra a otros y también nos compromete con el destino colectivo.
A ellos, a los personajes –y ese es uno de sus rasgos de originalidad de la novela-, los conoceremos solamente a través de cartas que intercambian: miradas y versiones que van desgranando a lo largo de los años; lo que convierte a esta obra, también en un homenaje al género epistolar, en virtud de su formato. Algo que, por otra parte, no parece casual en un momento en que la tecnología cobra presencia inédita en nuestras vidas y esa forma de la intimidad compartida, la que habilita el cruce epistolar, parece perder peso o, definitivamente, morir en pos de los intercambios, siempre más acotados y fugaces, que proponen las apps y las redes sociales.
También a Ana la conoceremos a través de estos intercambios escritos, y a las cartas que intercambian, hacia el final de la novela, quienes la conocieron en el pasado: visiones que complejizan al personaje y suman puntos de vista que se combinan o bifurcan.
La escritura, aparece, como posibilidad de autoconocimiento y como una forma de resistencia frente al olvido. Es también lo que le da a Ana un sentido de vida.
Escribió Gloria Peirano: "Novela de iniciación, novela epistolar, memorias: Papeles de Ana, como corresponde, se resiste a cualquier rótulo. Se trata, precisamente, de una resistencia. De aquello que resiste en una mujer que escribe. (...) Papeles de Ana es una obra de un rigor inusual a la hora de desandar los caminos infinitos que llevan a una mujer hacia la escritura. Lo hace de modo tangencial, como si la periferia que implica, para los grandes mundos masculinos de la política y de la literatura, el hecho de ser mujer, provinciana y escritora en una época determinada, fuera la condición de existencia de su singularidad. Profundamente narrativa, en el sentido más delicado del término, Papeles de Ana apela sin aspavientos, sin subrayados, a una lectora o un lector en cuyo oído resuene el murmullo del pasado como un río, la amistad entre mujeres como una calle sin tiempo, y la escritura, siempre, como una casa adonde nunca se llega".
Tomado de: Clarín Cultura.