EL SECRETO DE VILLAGUAY, POR MARIO NOSOTTI

 

La editorial de la Universidad de Entre Ríos reúne por primera vez la obra dispersa de Miguel Ángel Federik, poeta y ensayista entrerriano que tejió poesía tan secreta como contundente y singular.

---

Por Mario Nosotti


 

Hace unos años viajé a Villaguay tras los pasos de la infancia y la primera adolescencia de Juan L. Ortiz. A esa ciudad, ubicada unos doscientos kilómetros al noreste de su Gualeguay natal, llegó el poeta junto con su familia con apenas tres años. En el monte cercano, profundo y espinoso por entonces, experimentó sus primeros “asombros cósmicos”, y ya en la ciudad, la amistad, la escuela, la sociabilidad de un tiempo y un espacio que dejan una marca imborrable. Allí me reuniría con Miguel Ángel Federik, poeta casi secreto, ajeno a los centros de consagración, del que desconocía casi todo excepto que lo había frecuentado a Ortiz siendo muy joven. MAF (así le dicen los cercanos) es un conocedor de la historia y la cultura del espacio geográfico en el que se crió y en el que sigue viviendo actualmente. Así que después de intercambiar algunos correos viajé a verlo para ser iniciado por su mano y su charla generosa.

Recuerdo adentrarme en la comarca que se anticipa en la visión de los altos palmerales, la llegada a la casa de Federik, en una esquina, no muy lejos del centro, una casa con libros y gatos, con objetos curiosos, con galería y patio, muy cerca del que es –supongo– alguno de los cauces del río Gualeguay. Durante un par de días, casi sin conocerme me alojó en su casa, caminamos el pueblo, leímos poemas, cenamos juntos, y en el atardecer bajamos hasta el río a escuchar los ruiditos en que el monte se abisma. Apenas mencionó su labor poética –tan modesto es en ese sentido– y solo al irme me regaló un CD en que hacía poco había grabado algunos de sus textos.

Cuatro años después tengo en mis manos la edición de su obra reunida que acaba de alumbrar la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos, y recién dimensiono su estatura poética, el trabajo profundo y a la vez intermitente, constante en sus motivos y su búsqueda que abarca medio siglo de escritura (su primer libro, "La estatura de la sed", es de 1971).

En la estela escritural de Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz y Francisco Madariaga (al que lo unió una estrecha amistad), Federik nació en Villaguay en 1951 y fue parte de la bohemia de artistas santafesinos que en la década del setenta nucleó a un grupo de importante de pintores, poetas y cantores populares. El clima de amedrentamiento previo a los años de la dictadura lo obligó a volver a su ciudad natal, en una especie de exilio interior a fines de 1975. Instalado definitivamente en Villaguay ejerció la abogacía, se casó y tuvo a sus hijos, y luego de casi una década de silencio reanudó la labor compositiva de una obra tan elaborada como intuitiva, nutrida con las voces y la impronta de una geografía insoslayable. En 1982 y gracias a una beca pasó varios meses en España, primer destino de una serie de periplos por Europa y Latinoamérica, y también por el norte de Argentina, “viajes reales” que resuenan también en su poesía, que siempre vuelve sin embargo a esa geografía de fábula (la expresión es de Alberto Gerchunoff) resumida en un nombre: Villaguay.

“Tuve una Lettera 22 y soy un hombre común que vive entre gatos, pájaros y libros. O mejor dicho: entre más pájaros que ahora vienen a vivir en la ciudad porque están siendo devastados sus reinos naturales”.

Como cuenta Sergio Delgado en el extenso estudio inicial del libro, también él realizó hacia fines del 2017 un viaje similar al mío en busca de la casa del poeta, en este caso en compañía de la crítica e investigadora Claudia Rosa y del responsable editorial de la Universidad de Entre Ríos, Guillermo Mondejar, con el fin de rescatar y ordenar una gran cantidad de papeles dispersos, varios libros y plaquetas publicadas en pequeñas ediciones locales, y mucho material inédito, con el fin de iniciar el proyecto de editar su poesía completa.

Cuando en 2018, poco antes de fallecer, Claudia Rosa dictó en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER) un seminario sobre la poesía entrerriana, ya había puesto su lupa en “Esos raros nuevos: Juan Meneguín, Miguel Ángel Federik, Daniel Durand, Laura Estrin, Damián Ríos”.

Poeta del río Gualeguay, los palmerales, la intemperie de montes y caballos, de la imaginería y los andares de paisanos y también de inmigrantes, como ese “Tren con pájaros de fondo” que en un poema avanza por la historia trayendo a los judíos que huían de sus patrias en el centro de Europa - “jasídicos, talmúdicos, cabalistas y tolstoianos más de uno”- ricos en lenguas , saberes y tradiciones, “Descienden de este tren de más de 100 años de longitud” que también trae consigo la infancia del autor.

La complejidad del trabajo poético de MAF avanza y retrocede como el río Gualeguay, en tensión permanente, como dice Delgado, entre el poema y el poemario, trabajando una lengua llena de resonancias (dialectos de inmigrantes, sumado a los sonidos guaraníes que el autor escuchaba de niño pronunciados “como desde el fondo de la tierra”, y el castellano criollo de los entrerrianos).

Conocedor profundo de la historia social y antropológica, la geografía y el vasto imaginario de su espacio natal, la poesía de MAF abreva en nombres, personajes y costumbres, y trama con sus libros una forma de autobiografía que se extiende a sus antepasados y a la historia del mismo territorio. Escritura que traduce el efecto de un espacio vivido, caminado (“la purísima barbaridad / de una alegría recién llegada”), pero también leído, inventado en la mezcla de lenguas y leyendas.

Siguiendo una cronología inversa el volumen se abre con "Geografía de la fábula", conformado entre otros materiales por el libro inédito "Elegía con caballos" (escrito hacia 2017) y libros y plaquetas publicados o listos para su publicación entre los que se encuentran, "Niña del desierto y otros poemas" (2010), "Imaginario de Santa Ana" (2004), "De cuerpo impar" (2001), "Una liturgia para Némesis" (1994), "Fuegos de bien amar" (1986), "Los sepulcros vencidos" (1974) y "La estatura de la sed" (1971), en una agrupación compuesta en buena parte de material inédito. El libro está ilustrado con tintas del artista Artemio Alisio y se completa con una reveladora semblanza autobiográfica.

Con versos que cabalgan al ritmo de imágenes que caen como cascadas, pero que raras veces se desbordan, la poesía de Federik labra con virtuosismo y precisión un paisaje alejado de cualquier referente, que es de luz, de visiones, de seres tan reales como fantásticos. La alternancia entre la atención a lo minúsculo, el matiz, y la extensión del monte o las riberas, como la intimidad cruzada muchas veces por la Historia, son ante todo el fruto de una voz que rastrea y observa, que recuerda y decanta.

Y aparece, sobre todo en la producción de las últimas décadas, la conciencia de una naturaleza y un entorno arrasados, que incluye a las culturas de los pueblos nativos, pasado del que apenas nos llegan resonancias y que esta poesía intenta de algún modo preservar: “cuando no queden pájaros, perros ni caballos, / ¿amanecerá nuevamente?”.

 

De este arrozal o de estos trigales comerán los hombres,

pero las cigüeñas y las hadas

son como furtivas sombras chinas volando,

y ahora solo hay aviones y drones

volando por todos lados, donde antes

solamente volaban los caballos y los pájaros.

 

Atravesar los montes cerrados, pasar de una casa a otra, una casa de luz a una casa de sombra, “salir del laberinto con el hilo solar del atardecer”.

“De gurí tenía miedo a las sombras -cuenta Federik-, que mi padre me quitó haciendo sombras chinas con sus manos en las paredes de mi cuarto, antes de dormirme; pero nunca temí a las noches campesinas en las que el cielo parecía una bandera gigante y estrellada, como las recuerda Joan Margarit al otro lado del Atlántico. Aquí llamábamos el cine de los pobres a esa costumbre de mirar la circulación de las estrellas y los primeros satélites bajo las tórridas noches de verano, menos tórridas que ahora, por supuesto”.

 

Geografía de la fábula

 

6

No era aún todo de este mundo

y bajé a una patria de riachos y palmerales,

flotantes entre los cielos y la ex mar paranaensis,

pero nunca me apié del todo de mis caballos anfibios

-hijastros del trueno y de las caballadas del Calá-

para no ser jamás entera criatura del exilio.


 

Y los ojos del Jaguar me vieron en los veranos

juntar los nácares del río: mis primeros libros,

el espejo y los signos de la orilla iluminada.


 

7

Mujeres casi belgas, casi italianas o judías ya criollas

iban de labores entre paraisales suburbanos,

y en la hondura del monte el mestizaje bárbaro,

visible en las cejas de los hombres

y en el pelaje de sus caballos.


 

Cada una tenía dos lenguas para explicarse a sí misma

las bodas o los enterramientos en estos atardeceres de extramundo.


 

Ahora, solo tengo un caballo atado a mi ventana

que pasta en una amanecida república de extraños,

pero su galope sigue siendo pulso de universo,

casco campana que me aguarda para devolverme

a la ultra realidad de aquel gurí que temía soñar,

cuando soñar era irse en alma de la tierra.


 

Tengo un caballo atado a mi ventana,

y él, que ya resucitó, me mira.


 

67

Las realidades eran el cielo y la tierra: y las cruzaba trino.

El testimonio real es no hablar de este lado.


 

Mi caballo me lleva de riendas sueltas por delante.

Nado en la burbuja de dos lenguas

con la insolencia de mis ignorancias bifrontes:

de este lado lo ya dicho, del otro lo innombrable.


 

Sé de una música que me iniciara de selva

entre luceríos de lenguas y de ánimas.

Hablo de criaturas reales e irreales de mis montes,

Mientras floto en sus arroyitos perdidos,

sostenido al solo aire de mis pulmones,

y de todo cuanto es luz en el aire y en el agua.


 

Hablo de lo que no puedo hablar,

expulso la inexpresión de los significados.


 

---

Mario Nosotti

Es poeta y periodista cultural. Publicó recientemente el libro Dos poemas inconclusos (Caleta Olivia) y el ensayo biográfico La casa de los pájaros, notas sobre la vida y la obra de Juan L. Ortiz (UNL).

 

Tomado de: La Agenda.