No hace falta publicar para ser escritor, el escritor es anterior al libro

 

Entrevista a Sebastián González, por Sabina Melchiori.

Nació en Gualeguaychú, en 1985. Es escritor y maestro mayor de obras. Algunos de sus cuentos han sido publicados en diversas antologías nacionales e internacionales. En 2019 publicó Anotaciones sobre un cuerpo (poesía) y en 2020 su novela Alambradores fue distinguida con el Premio Fray Mocho, máxima distinción literaria que otorga el Gobierno de la provincia de Entre Ríos.

 

–¿Desde cuándo escribís y por qué?

–Arranqué a escribir a los 19, 20 años, más o menos; no estoy seguro. Pero sí recuerdo que fue por el 2004-2005. Me fui de Gualeguaychú a Rosario a estudiar arquitectura y en lugar de arquitecto me convertí en lector y en lugar de un título traje libros.

No sé por qué escribo, creo que nadie lo sabe en el fondo. Hay muchas respuestas para esa pregunta y todas son más o menos válidas, la que no me convence para nada es la típica “escribo para mí”. Uno puede escribir para sí la lista del supermercado, pero no literatura. Porque para que la literatura exista se necesitan por lo menos dos, uno que escriba y otro que lea. Ese otro puede ser inmediato, próximo. Es decir, yo escribo algo y se lo paso a los amigos, lo publico, etc., pero también ese otro puede llegar mucho tiempo después, años después, revisando cajones, por ejemplo, y entonces ahí, en ese preciso momento en el que alguien te lee, es donde nace la literatura. “Escribo para que me quieran", dijo (Alejandro) Dolina. Por ahí puede ir la cosa.

 

–¿Cuándo empezaste a considerarte escritor?

–Cuando me di cuenta de que le dedicaba más tiempo a escribir que a cualquier otra actividad. Ahí empecé a considerarme escritor, independientemente de si había publicado o no. No hace falta publicar para ser escritor, así como no hace falta largar un disco para ser músico. Tanto libro como disco son el resultado de un proceso, porque para que un libro exista se necesitó de un escritor que lo escribiera, lo mismo con el disco. Es decir, el escritor es anterior al libro. Esto es una obviedad, pero lo digo para las personas que sienten que todavía no son escritores porque no han publicado.

 

–¿Ya estás trabajando en tu próximo libro? ¿Podés adelantarnos algo?

–Hace tiempo que estoy trabajando en una novela que trascurre mitad en el campo, mitad en la ciudad; es la historia de un hombre, de un cazador de pájaros que trampea por la zona de la capilla de Veronesi… puede ser que algún día la termine o puede ser que quede en la nada, por ahora estoy ocupado en eso y en algunas otras cosas que van surgiendo en el medio.

 

La novela premiada

–Alambradores es una novela con fuerza, se nota en la obra un conocimiento acabado sobre los montes de esta zona, ¿de dónde viene eso?

–El conocimiento viene de la infancia y de la adolescencia. Íbamos mucho con mi viejo y mi hermano a cazar pájaros. Te diría que casi todos los domingos nos pasábamos la mañana y la tarde cazando pájaros con trampera. De ahí viene mi contacto con los campos y los montes de la zona, es por eso también que en la novela Alambradores se hace mucha referencia a los pájaros, porque es algo de lo que conozco bastante, es un conocimiento que viene de aquellos años que recuerdo con mucho cariño, aunque hoy sería incapaz de cazar un animal.

 

–¿Cómo fuiste construyendo a los personajes? ¿Por qué son alambradores?

–A los personajes de la novela los fui construyendo en base a lo que la trama iba pidiendo. Necesitaba un chistoso para que la obra fuera llevadera, entonces ahí aparece el Mono, necesitaba un calienta cabeza o un “gorra de lana” como se dice para generar tensión y ahí nace Mojarra, necesitaba un mesurado, un tipo capaz de pensar en frío y entonces ahí está el Rengo, necesitaba un callado para que todos los chistes fueran disparados contra él, y ahí aparece Ojedita, necesitaba un alcahuete que jugara un poco de pitín de los patrones, y ahí aparece el Fiero.

Que sean alambradores es también un requerimiento de la trama. En un principio creí que serían albañiles, pero cuando apareció la idea de la espera, pensé que el único lugar posible para que se concretara, era en el campo. Necesitaba que los personajes estuvieran lejos, aislados completamente.

 

–¿Encaraste la escritura pensando en presentarte al Fray Mocho?

–En ningún momento pensé en el premio Fray Mocho a la hora de escribirla. Cuando me enteré de que ese año tocaba género novela ya tenía más de la mitad de la novela escrita; el Fray Mocho fue la excusa para terminarla. En ese sentido puedo decir que escribí la novela que quise escribir y como quise escribirla, que no es poca cosa. A lo mejor si la hubiera pensado para el Fray Mocho me hubiera censurado un poco, lo que desde mi punto de vista hubiera sido un error porque le hubiese quitado fuerza a la historia.

 

Una editorial artesanal

“Palo Santo es una editorial independiente que llevamos adelante con mi compañera, la poeta Carla Olivera, y que surgió en el año 2019. Hasta el momento llevamos publicado seis títulos. En el corazón del patio, de Emilia Villalba; Intermitencia, de Melina Montenegro; Cacerías, de Carla Olivera; Aterrizaje de emergencia-La boca semillada, de Viqui Veronesi; Anotaciones sobre un cuerpo, de mi autoría; y El descenso, de Nicolás De Batistta; todos de poesía a excepción de El descenso, que es una nouvelle”, contó Sebastián. Fue ahí que explicó que “cada libro es confeccionado de manera artesanal, que si bien requiere de un trabajo extra, a nosotros nos deja con la tranquilidad de saber que cada uno de los libros que andan circulando ha pasado por nuestras manos y que hemos podido constatar la calidad, tanto de la impresión como del armado. Por ahora la editorial se centra en la publicación de autores locales y de la zona, pero en un futuro tenemos pensado abrir el panorama. Los libros se pueden conseguir mediante la editorial, comunicándose con los autores, o a través de algunas librerías de la provincia que generosamente nos han abierto las puertas, como es el caso de Librería Rayuela, de Gualeguaychú; Librería Jacarandá, de Paraná; y la Librería Mala Palabra, de Concepción del Uruguay”.

 

Tomado de: El Mirador.