María Esther de Miguel, la escritora larroquense que pintó su aldea
Entrevista a Daniela Churruarín.
Sus novelas históricas (El general, el pintor y la dama; La amante del restaurador; Las batallas secretas de Belgrano) fascinaron al público interesado en la literatura y en el pasado.
Nació en Larroque (departamento Gualeguaychú) en 1925. Fue laica consagrada, pero también feminista, pionera en ideas y estilos. Se mudó a Buenos Aires, pero nunca se desprendió de la fascinación por las historias, las leyendas y, sobre todo, el habla de los entrerrianos. Eso se evidencia claramente en sus cuentos.
Daniela Churruarín, docente e investigadora, realizó una antología de sus cuentos que publicó la Editorial de Entre Ríos (Invitados a los cuentos de María Esther de Miguel). Laurentino dialogó con Churruarín sobre esta autora.
LOS CUENTOS
—¿Cómo fue tu acercamiento a la obra de María Esther de Miguel?
—Como siempre digo, María Esther de Miguel es la figura más importante que tenemos en nuestro pueblo. Dentro de la literatura, la única de nivel nacional. Como suele ocurrir en los pueblos pequeños, en Larroque se la conoce como una vecina más y era necesario construir contenidos tanto sobre su vida como de su obra o su museo. Para valorar algo tenemos que conocerlo. A mí siempre me gustaron mucho sus cuentos. Yo estaba en la secundaria cuando ella tuvo su mayor auge a nivel nacional, en la década del 90. Pero nosotros en esa época no nos daban a leer nuestros autores. Me fui acercando cuando ella tuvo el boom con la novela histórica, pero sus cuentos son su mejor producción. La novela histórica tuvo sus éxitos comerciales y se perdió toda esa primera parte que fueron los cuentos, que tuvieron mucho que ver con lo nuestro, además de tocar todos los temas. Además, yo siempre me he dedicado a visitar las casas museo de los escritores. Nosotros tuvimos la bendición de que ella donara su casa al pueblo, cosa que no ocurrió con otros autores. Fijate en la enorme cantidad de autores que tiene Gualeguay y no hay un lugar donde ir a visitar o conocer sobre esos autores.
—Ella es más conocida por sus novelas históricas. En sus cuentos hay otra escritora…
—Sí, es así. Es otra escritora, con muchísimos más recursos, con muchísimo más valor literario, ya sea por los tópicos, por el estilo de escritura, por la voz, por todo lo que recupera, tanto en los que tiene hombres como protagonistas como mujeres. También en la veta fantástica. Pablo De Santis me decía: “Para mí era totalmente desconocido que ella haya escrito algunos cuentos fantásticos”. Es un redescubrimiento.
—En el cuento El pueblo, hay un tono similar al que usa García Márquez al contar la fundación de Macondo.
—Tal cual. Eso es lo que dice el profesor César Izaguirre (ellos fueron muy amigos) cuando lo entrevisté en Concepción del Uruguay. Él decía que el realismo mágico es lo que en otro momento eran las historias del pobrerío y la crítica sobre el realismo mágico lo recuperó, le dio valor. Cuando se leen los cuentos de Rulfo también se ven esos puntos de encuentro. Hay resonancias. Esa frase de “pinta tu aldea y pintarás el mundo” es cierta.
—Y en El pueblo, todo lo que refiere a la fundación de Larroque es real…
—Claro. Eso nos pasa a los que somos lectores competentes, del lugar, que vemos eso. Le podemos poner nombre y apellido a cada personaje y ubicación geográfica a cada cosa. En ese cuento, la fundación del pueblo es una contradicción detrás de otra, sobre lo que va ocurriendo.
—¿Cómo tomaba el pueblo, en general, las continuas referencias locales en su literatura?
—En su momento, bastante mal. Algo así como sucede en la película El ciudadano ilustre. Hubo mucha condena a María Esther de Miguel. Creo que por eso no nos la dieron a leer porque la leyeron de manera literal. Las personas más grandes nos decían que ella no quería al pueblo de Larroque. Si lees a Juan José Manauta con sus cuentos sobre Gualeguay pasa lo mismo.
—O Manuel Puig…
—Sí, Puig. Ahora, en General Villegas levantan sus banderas. Pero en su momento, fue condenado. A pesar de que María Esther de Miguel en todas las entrevistas que le hacían siempre decía que era de Larroque, lo decía con mucho cariño. Las descripciones que hacía de algunos personajes, que para nosotros tienen nombre y apellido, son crudas. Pero el realismo es así. El mismo Abelardo Castillo en su cuento La madre de Ernesto, cuenta sobre una estación de servicios que a la noche es un club nocturno. Cuando leo ese cuento, que ubica el pueblo con la división de la vía, pienso que es mi pueblo. Eso pasa en Larroque con la división de la vía.
BUENOS AIRES
—¿A qué edad ella se va de Larroque?
—Se va a Buenos Aires en 1954-55. En 1956 hace los votos como laica consagrada.
—¿No era una monja?
—No. Era laica consagrada con inserción en la vida social. No usaba hábito y no vivía en un convento sino en una casona preciosa, en Córdoba y Maipú, camino al departamento de Borges. En la misma cuadra estaba la Biblioteca donde fue bibliotecaria, y también la redacción de la Revista Señales. Todo pertenecía a la obra paulina Cardenal Ferrari.
—¿Cuándo deja su estado de laica consagrada?
—Se va con una beca a estudiar literatura a Italia y cuando vuelve, después de conocer el mundo, ya no quiere estar más ahí. Cuando hablé con la mujer que quedó a cargo de la documentación de esa congregación que ya no existe más, me decía con un aire resentido: “Todas hacían lo mismo”. Porque era un lugar donde tenían formación, se podían quedar, podían estudiar y después dejaban. Los amigos de María Esther me dicen que siempre supieron que ella tenía otras motivaciones, pero que tardó en darse cuenta. Pero los demás veían sus inquietudes literarias.
—¿Ya escribía, por entonces?
—Empezó a escribir ahí. Publica en 1960 en la revista Ficción y en el diario La Nación. En La Nación publica el cuento La fotografía, que se publicó como La foto.
—¿Cómo llega a publicar en La Nación?
—Le escribe una carta a Adela Caprile, que era la directora del suplemento literario. Le dice en esa carta: “Soy pobre, soy petisa, soy fea, soy monja. Por favor, publíquenmelo”. La anécdota es que muy poco después de esa publicación, Caprile murió. Yo digo que todo se dio. Justo en esa época había salido el cuento Las babas del diablo, de Julio Cortázar y las temáticas son muy parecidas. Su primera novela fue La hora undécima, que fue finalista del Premio Emecé. Es una novela que a la luz de estos tiempos es un poco pacata (se ríe). Una mujer enamorada de un hombre casado, un amor prohibido. Hoy la temática sería muy ingenua.
—¿A partir de entonces desembarca en el mundo editorial?
—Con la publicación de ese cuento en el diario La Nación sigue publicando cuentos. Casi todos los cuentos que aparecen en el libro Los que comimos a Solís fueron publicados antes en el diario La Nación. Revisé todas las ediciones desde 1960 hasta 2003 y recuperé todos los textos. Es mi próximo trabajo de crítica. Empezó en el 60, de forma esporádica, después en la década del 80 arranca seriamente a hacer sus comentarios sobre libros, tanto en El Cronista Comercial como en La Nación. Tiene un trabajo muy intenso que no lo abandona hasta su muerte.
—¿Regresa a vivir a Larroque?
—En el 75 se compró el terreno donde construyó La Tera (su casa que hoy es un museo y centro cultural) y para el 78 ya estaba construida la casa. Empieza a venir los fines de semana o a pasar los veranos. Siempre vivió en Buenos Aires, iba y venía. Era como su lugar de descanso.
PUBLICACIONES
—¿Publicó en otras revistas?
—Escribía en todo tipo de revistas. Por ejemplo, en Vosotras escribía comentarios sobre libros. He encontrado publicaciones de todo tipo. Por ejemplo, una revista que se distribuía en Santa Fe. Eran revistas que tenían notas sobre bordado, tejido, costura y también un espacio para la recomendación de libros. Esos comentarios son distintos a los del diario y suplementos literarios, porque estaban destinados a otros públicos. A nada le decía que no. El estudio de su biblioteca, que en La Tera son más de 4.000 volúmenes, es apasionante. Dentro de esos libros guardaba las cartas, las presentaciones, pasajes de avión, dedicatorias, subrayados y comentarios sobre el libro. Se escribió con todo el mundo y todo el mundo le escribía. Les pedían que comente sus libros. Tenía muchos amigos escritores. Abelardo Castillo, Silvia Iparraguirre, Héctor Tizón. Hay una dedicatoria de Alejandra Pizarnik que me conmovió mucho. Ella era muy generosa con todos.
—A pesar de estar residiendo en Buenos Aires en su literatura se ve que seguía muy conectada con Larroque y con Entre Ríos.
—Sí. La voz de los personajes, los lugares. Se siente que ella está relatando el cuento en forma oral. Ella se va en cuarto grado a estudiar a Gualeguaychú y la secundaria en Gualeguay. Pero ella tiene muy arraigado todo.
—¿Se casó?
—Se casó vía Bolivia porque su marido estaba separado y no existía la ley de divorcio. O sea que para la Argentina siempre fue soltera. Se casó con Andrés Bravo, que pertenecía también al ambiente editorial, en Villazón, Bolivia. Era muy bonita, con ojos preciosos. Muy bonita desde chiquita y también siendo grande, y muy coqueta. En el trato era súper encantadora, muy habladora. Por eso metía muchísimo la pata, en presentaciones públicas.
HISTORIA
—¿Cuál fue su vínculo con la historia?
—Ella decía que la historia es una fuente inagotable de ideas para escribir. Siempre andaba investigando. Por ejemplo, Jaque a Paysandú, me contaba el profesor Izaguirre que él le comentó lo que había sucedido y así arrancó. Leía mucho sobre historia y hay mucho material en su biblioteca.
—Pero siempre desde un abordaje literario…
—Siempre desde un abordaje literario. Ella decía: “Yo escribo novelas. La crítica dice que son novelas históricas”. Bueno, el referente, el hecho histórico existió. Si bien ella era muy documentada para escribir, pero es ficción. Al público le gusta como lo cuenta.
—¿Se sabe si le quedó algún proyecto inconcluso?
—En el libro de sus memorias dice que tiene un libro empezado y que se va a llamar La damas de los arándanos. Eso nunca se encontró. Yo accedí a todo el archivo que me lo dio la familia cuando empecé mi trabajo y no hay absolutamente nada. Ella guardaba todo, inclusive hay un guion cinematográfico escrito sobre La amante del restaurador. Pero ese texto, no se encontró nada.
—¿Ella era feminista?
—En esa época no se hablaba con esos términos, pero por ejemplo, en la revista Vosotras de los 80 hay una nota en la que ella pedía la creación de un Ministerio de la Mujer, y lo dice así, con ese nombre. A mí me sorprendió mucho. Decía que no era considerado el pago del trabajo que realizaba el ama de casa, de todo lo que padecía. Ella se preguntaba, también, por qué no hubo una mujer en el boom latinoamericano. También decía: “Que los autores hombres no nos nombren a las mujeres es lo más común. Pero que las mujeres no nos nombremos a nosotras mismas es lo más terrible”. Siempre estaba con el tema de la mujer en la literatura, en la cultura. Lo llevaba adelante siempre defendiendo, nombrando a la mujer.
—¿Cuáles fueron los criterios que usaste en la antología?
—A mí me encantan las antologías, cuando otro lector ya seleccionó pensando los textos que te van a gustar. Me pasó con las antologías de Cortázar, Borges, Delgado. María Esther tiene algunos cuentos que son la nada misma. Los cuentos más lindos están en la antología, los que no se pueden dejar de leer. Lo hice desde el punto de vista de una lectora. Busqué también aquellos que tienen la fórmula perfecta de cierre. Cuando te gusta mucho algo siempre lo querés compartir, sean lugares, lecturas
Fuente: Laurentino