SE CUMPLEN 20 AÑOS DE LA MUERTE DE ALFREDO VEIRAVÉ

 

Alfredo Veiravé: cazador de la palabra en vuelo

No he sido nunca un cazador de perdices porque la muerte de un animal pequeño me sacude como el viento del campo a los pastos extraños, pero soy cazador de la palabra en vuelo, lo cual constituye una estética desdeñada por Valéry entre otros. ¿De dónde viene esta cetrería sin halcones? Debe ser, supongo, una fuerza que sale de la propia voz callada que comienza a hablar dentro de uno, en cualquier momento; el lujo de la bandada que cruza el cielo en una tarde espectacular; cuando el papel en blanco nos mueve los dedos, articulados en una mano que golpea las teclas. (Palabra cazada al vuelo, Alfredo Veiravé)
Por Claudio Carraud
para ANALISIS DIGITAL

“Estimado Alfredo: Si dijese que tengo el corazón hecho pedazos seguramente me contestaría con su habitual sentido del humor: Para esa desazón del alma suya le mando un beso del próximo verano. Pero como ya no habrá próximo verano para usted, se lo diré de otro modo porque estamos desolados por su partida -aunque un poeta nunca se marcha del todo- y andamos por la ciudad aún atontados por la noticia, con el corazón hecho pedazos.”

Así describía, la escritora santafesina Ketty Alejandrina Lis, los sentimientos de quienes lo conocieron, en una carta titulada Adiós al poeta Alfredo Veiravé unos días después de su muerte, ocurrida en la Resistencia que lo acogió, el 22 de noviembre de 1991. 

Alfredo Veiravé nació en Gualeguay, el 29 de mayo de 1928, pero en 1957 cuando tenía 29 años, se radicó en la capital chaqueña. Fue poeta, ensayista, crítico literario, egresado como profesor de Letras de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), lugar donde además ejerció la docencia en varias cátedras de la Facultad de Humanidades y donde hoy su hija, María Delfina, es la decana. 

Marcelo Leites sostiene que “no tiene mucho sentido atribuírselo a una o a otra provincia, como si fuera un trofeo, cosa que a él le hubiera hecho mucha gracia estoy seguro (…) Veiravé fue mucho más allá de los límites de las provincias. Fue uno de los primeros poetas argentinos que aportaron a la construcción del imaginario “latinoamericano”, que además de los autores propios del boom, incluía a poetas, aunque estos fueran (como sucede siempre) mucho menos visibles que los narradores.

Veiravé obtuvo importantes premios; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 1955; Premio Leopoldo Lugones de la SADE y el Fondo Nacional de las Artes (1960 y 1963); recibió además el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la poesía en 1982. 

Sus obras poéticas; El alba, el río y tu presencia (1951); Después del alba, el ángel (1955), El ángel y las redes (1960); Destrucciones y un jardín de la memoria (1965); Puntos Luminosos (1970); El imperio milenario (1973); La máquina del tiempo (1976); Historia natural(1980);Radar en la tormenta (1985); Laboratorio central (1990). 

Sus poemas han sido traducidos al inglés y al portugués.
La poética de Veiravé es, como él mismo la denominó, como de collage; un calidoscopio, un montaje de imágenes aparentemente disímiles -como la definió Horacio Salas-, provenientes de la ciencia, la naturaleza, la historia, la política o la cotidianidad provinciana. 

Los que la vieron dicen que la tierra / es una esfera en el espacio, un planeta/ más bien pequeño / del tamaño del dedo pulgar de los astronautas. / Yo no lo dudo porque he visto las fotografías / y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa. / Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar / también mi casa es una parte del universo. / Cómo no serlo si en el patio del fondo / hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo / la tierra / aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo / el olor de los helechos contra la pared / la cara de Delfina o Federico entre los árboles / y aquel canario que se nos voló de noche.
(Mi casa es una parte del universo)

Según afirma Francisco Romero, que fue alumno de Veiravé, el tono de su poesía es “el de una conversación, un coloquio amable consigo mismo y con un lector cómplice, siempre inquietante, nunca solemne”. 
Si Monet pintó varias veces una parva de heno / en el mismo día para demostrar que la luz cambia el color de las parvas, / por qué yo no voy a escribir otro poema al filodendro de mi casa / si siempre los amigos que llegan lo entrevistan / y le toman fotografías y él crece orgulloso contra la / pared igual que una vedette del cine mudo / porque el orgullo es objeto de la vanidad y eso se le nota / en los días de lluvia cuando desdeña las gotas pequeñas / y sólo deja caer sobre sus hojas art nouveau o de medusa verde, / las gotas grandes y las más sonoras…
(Retrato del Filodendro)

Hablar de la poesía de Alfredo Veiravé es remontarse a su amigo y maestro Juan L. Ortiz. Es insoslayable la influencia que tuvo Juanele en Veiravé, sobre todo en sus primeros trabajos -donde su obra está muy emparentada a la de Ortiz- hasta que se fue consolidando su propia voz.
Ahora estás bajo la noche de nuestro pueblo- estrella de la / luz de la noche, y está bien que así sea, Juan, porque / ese fue tu mayor deseo durante tu larga vida. / Ahora estás bajo la tierra de Gualeguay que es liviana para tus / anhelos de danzarín del alba, el parque y el río (…)
A veces sientes, me dices, las tropillas del viento por / las cuchillas / de Victoria, las verdes quintas de Gualeguay, / el murmullo del agua que rompe toda su red melódica / en un sauce; el grito de las ranas en el costado de / los ranchitos.
(Carta inconclusa a Juan L. Ortiz bajo la noche de Gualeguay)

“La poesía de Alfredo Veiravé -escribió Francisco Romero- no envejece, está predestinada a perpetuo movimiento, siempre en guardia. Viaja clandestina entre nosotros, pasajeros de un planeta cuyo suelo ilusoriamente firme es una alfombra de fuego, para recordarnos que tan incesante e irremediable como el cerco del tiempo, es el obstinado fluir de la vida que encierra todo buen poema como memoria y antídoto frente al previsible destino de muerte y olvido”.

Quizás hoy, más que nunca, tengan una lapidaria validez las palabras de la escritora Ketty Alejandrina Lis: “Gracias Alfredo, por su poesía y por su constante trabajo a favor de la poesía. Gracias por su mano siempre tendida a todos aquellos que ponemos el alma para merecer el preciado título de Poeta. Y por último, gracias por tener dentro de usted tantas flores de lapacho que le enriquecieron la vida, como la poesía”.