"SI DIJERAS GONDWANA", DE DANIEL TIRSO FIOROTTO

 

Nota tomada de www.eldiariodeparana.com.ar, fotografías de http://culturaenparana.com.ar

 "Siento que esta novela me expresa plenamente"

En Si dijeras Gondwana, que acaba de publicar a través del sello editorial Junta Americana por los Pueblos Libres, el periodista y escritor oriundo de Larroque contribuye a sostener y proyectar un legado literario que tiene, entre otros, a José S. Álvarez (Fray Mocho) y Juan José Manauta como referentes.

Reporteado por Carlos Marín

 

“Por momentos sentí un placer intenso y profundo al escribir alguna de las partes de esta novela”, confía Daniel Tirso Fiorotto, al recorrer momentos de un proceso de trabajo que insumió 15 años pero que “en tiempo real y efectivo de escritura puede sintetizarse en un año”. 

 

Es que para el periodista y escritor oriundo de Larroque, escribir Si dijeras Gondwana —primer trabajo del género que da a conocer públicamente—, implicó escribir en los escasísimos momentos que un oficio absorbente deja libre al resto de las obligaciones cotidianas.
Así, el proyecto fue retomado una y otra vez —con constancia admirable— hasta que finalmente su autor pudo hallar el remanso necesario para concluirlo con la calma y serenidad imprescindibles en un esfuerzo de magnitud.
Este vaivén se traduce, sin duda, en la estructura que presenta el relato, con una espiral en la que el fluir avanza en círculos cada vez más amplios.
“He volcado en esta novela muchas de mis cosas, inquietudes”, admite el autor. 
El libro se convierte por momentos en una válvula de escape para un autor que, podría pensarse, expone en el territorio de la novela, cuestiones que no parecerían verosímiles —pese a que son muy reales— expuestas en otro género.

ESLABONES. Hace poco más de un siglo, en 1897, se publicaba en Buenos Aires (paradójicamente), un libro fundamental de la literatura entrerriana: Un viaje al país de los matreros. No por casualidad, su autor, Fray Mocho (José S. Álvarez), educado en el Colegio Histórico de Concepción del Uruguay, había elegido ese título.
En su enjundioso trabajo, Fray Mocho, el estilo matrero, Marta Spagnuolo, que obtuvo el premio homónimo, avanza sobre aspectos claves de ese trabajo en el que Álvarez rescata lo que sucede en la parte sur de la provincia. 
A 112 años de la primera edición de la novela de Fray Mocho, Fiorotto —periodista, escritor, apasionado por su provincia y con una posición política muy clara, como Álvarez— da a conocer Si dijeras Gondwana.
A lo largo de 319 páginas descorre el telón para presentar un mundo habitualmente desconocido, ignorado, pero real y muy próximo. En un extremo del mismo está la gente de las islas, el ámbito del contrabandista de fronteras, el de los marginales borders y revolucionarios; en otro el de los todopoderosos que cortan la torta.
A su modo, Fiorotto retoma la senda de aquella otra gran obra de la literatura entrerriana. El larroquense se sitúa en un eslabón que suma, al nombre de Álvarez, otros como Carlos Guido y Spano, José Hernández, Olegario Víctor Andrade, Juan José Manauta.

SIN CONCESIONES. Por convicción, Fiorotto, está lejos de ser un autor elitista a quien tampoco le interesa escribir “para iniciados”. Sin embargo, pese a una aspiración del autor de llegar a un lector masivo, recorrer las páginas de Si dijeras Gondwana, no resulta un ejercicio concesivo en su lectura. Exige un esfuerzo y, en este punto, aprehender este libro quizá resulte desafiante a un lector medio ya que exige competencias ciertas en distintos campos del conocimiento. 
En todo caso, como sostiene Fiorotto, propone poner en marcha y estimular una vital curiosidad personal como mecanismo colaborativo imprescindible.
En las páginas, describe —con conocimiento profundo del territorio— esa zona de Entre Ríos que fue elegida como residencia y refugio de espíritus inquietos y aventureros de toda laya. Algunos tan conocidos como el revolucionario Giuseppe Garibaldi —arquitecto de la unidad italiana— o, más cerca en el tiempo, Liborio Justo, hijo del general Agustín P. Justo, fundador de Quebracho, que con el seudónimo de Lobodom Garra residió, durante décadas en ese paraíso vasto y poco conocido que se ubica en la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay.
En este territorio fronterizo, donde se habla un pangaélico que bien queda registrado en el texto, conviven los personajes de esta novela en la que el escritor da cuenta —entre otras pasiones— de su interés profundo por la lingüística y su preocupación por captar registros y matices. Tanto como las operaciones políticas que se establecen sobre el lenguaje como instrumento de sometimiento y dominación político e ideológico.
Su trabajo tiene también un costado más denso, aquel que roza al poder y sus entramados, que refiere a la circulación de dinero, los flujos económicos, los mega proyectos. Un mundo que se vincula a los poderosos que tienen en los Antonini Wilson de toda calaña sus mandaderos 
Se trata de mundos reales, existentes, pero absolutamente desconocidos e ignorados para la mayoría, ocupada en sobrevivir. Y es en esos bordes, en los que suceden cosas y se cocina la acción, donde el autor posa su mirada.
Y en este gesto, elige rescatar del olvido, por ejemplo, la herencia negra, india y mestiza que existe en Entre Ríos. Que está a la vuelta de la esquina, pero que una hegemonía basada en una perspectiva blanca y europea invisibilizó a base de ignorar. Esta operación de develamiento es otro de los aspectos elogiables de este trabajo.
Temas como la guerrilla, las desapariciones, las identidades recuperadas, aparecen mezcladas con el poder, los poderosos y sus intereses en una literatura que ubica la acción acá nomás, en el Río de los Caracoles y otros territorios reconocibles del sur de la provincia.
A la par, apasionado por la arqueología y el estudio de los recursos naturales (de lo cual Fiorotto ya ha dado cuenta en un sólido trabajo que realizó para el libro publicado por Proyecto Bicentenario), el autor rescata flora, fauna, y personajes (reconocibles) de la provincia que han dedicado gran parte de su vida al estudio de la historia. 

UNIDAD PRIMORDIAL. Si bien hay un protagonista que enlaza el relato (un joven, Juan Bautista Píriz, que realiza un viaje en busca de su identidad), de ese curso central se desprenden como ramificaciones en un delta, muchos hilos que se tejen en la trama con una estructura espiralada como los dibujos del caparazón del caracol, que terminan ocupando un lugar principal en una de las hipótesis que el autor presenta en esta obra. 
En cierto punto, el relato se emparenta, en su morosidad minuciosa, con el estilo de Juan José Saer.
Y es en el remate de la historia que el autor concluye la presentación de varias hipótesis, abonadas a la novela, pero hipótesis al fin. Una de ellas está ligada a Garibaldi, el factotum de la unidad de Italia, en su paso por Entre Ríos, del cual no es mucho lo que se conoce. Otra de ellas adscribe al territorio de la lingüística.
La tercera conecta a los inicios de la especie: “Tenemos un mismo origen, venimos todos del mismo suelo que ancestralmente nos contuvo”, propone Fiorotto como mensaje entre líneas. Y al comenzar a escarbar —en los recuerdos y también en la tierra— empieza a surgir la evidencia que prueban la conexión entre África y América, con lazos que nutren una misma lucha en común.
 

DE LARGO ALIENTO. Enrolado por vocación y decisión en la senda que sembraron nombres de la talla de José Hernández, Guido y Spano, en Si dijeras Gondwana, Fiorotto da rienda suelta a la ficción nutrida por su propia experiencia vital, que reconoce en el estudio, pero también —y sobre todo— en el ejercicio del periodismo, la fuente de mucho del material que vuelca en las 319 páginas.
En ese viaje hacia el pasado y al futuro transcurre el presente de esta novela, una producción notable, un esfuerzo de largo aliento comparable —si vale— a títulos como El Péndulo de Foucault o La isla del día de antes (de Umberto Eco) en las cuales los autores coquetean con un territorio límite entre realidad y fantasía y donde lo ficcionado corre el riesgo —no por ingenuidad, ciertamente— de abonar aquello de ‘cualquier vinculación con lo real es mera coincidencia’.
Un viaje que por momentos rememora también La montaña mágica, de Thomas Mann, en los devenires del protagonista.
Una desmesura, por el esfuerzo y el compromiso. Valiosa, luminosa, pero desmesura al fin.
O casi. Con todo esto, ¿por qué leer este libro? Por el placer de hacerlo y, a la vez, concretar, en cierto sentido, un acto de resistencia y desafío.
 

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