REEDITAN HABITACIONES DE EMMA BARRENDEGUY

 

Un carta que se abrió en otro siglo

Reedición. Habitaciones, de Emma Barrandeguy, es una novela híbrida y desprejuciada, escrita en los 50, que se recupera luego de una larga ausencia.
  • Tomado de Revista Ñ - 1 Aug 2020

  • POR MAURO LIBERTELLA

Escribió la novela hace medio siglo, la publicó recién en 2002 y viajó a Buenos Aires para presentarla. Era entonces, y seguiría siendo, una especie de secreto a voces, conocida por un ghetto reducido de lectores, entre los que estaban María Moreno, que fogueó esa edición y la promocionó todo lo que pudo. Esa novela es Habitaciones, la autora es Emma Barrandeguy y hoy se vuelve a reeditar, ahora bajo el aura indeleble del “rescate” y de “culto”, suerte de marcas de agua que son al mismo tiempo su potencia y su tragedia.

En aquel aciago 2002, Emma viajó de Entre Ríos a Buenos Aires para presentar el libro y, según reconstruyó la propia Moreno, “se enamoró de un casete de Chavela Vargas que pidió como regalo, conoció a sus admiradores queer y a Germán García, trasnochó en La Paz como antes lo hacía en la Ópera con sus amigos comunistas y presentó su novela en el Centro Cultural Rojas, en el que habló con una soltura de pastor evangelista, pero con frases de doble sentido y chuceos a Alejandra Pizarnik en nombre de la izquierda y contra Sur”.

Oriunda de Gualeguay, hay que imaginarla ahí, en un pueblo de pueblos en la década del 40 y 50; una mujer de intereses diversos –el existencialismo francés, pero también la poesía de Raúl González Tuñón– escribiendo en un mundo de hombres. Los años 50 es el cielo de sentido de Habitaciones: una década que ya dejaba adivinar la explosión cultural y sexual que se vendría pero aún contenida, salpicada de tabúes. En su ciudad dirigió, durante veinte años, las páginas culturales de El Debate Pregón, el diario local.

Vivió en Buenos Aires, por supuesto, porque esa migración cultural era inevitable, pero volvió a Gualeguay, porque siempre se vuelve a casa (en Gualeguay, sabemos, Juan L. Ortiz nació y trabajó durante 27 años). Hoy en esa ciudad hay un largo mural que homenajea a los 14 gualeyos más renombrados; está Juanele, está Mastronardi, está Juan José Manauta. Emma Barrandéguy es la única mujer.

Estructurado en capítulos cortos que se repiten y se alternan, al modo de una calesita –como en Black Out, de María Moreno– Habitaciones tiene el tono de una carta, una larga epístola a Alfredo Weiss, al que está dedicado el libro. Weiss fue un personaje secundario del grupo Sur y amante de la propia Barrandeguy (que también salía con mujeres y fue muy bien leída por el canon queer); en esa confluencia –vida íntima y vida literaria, vida privada y vida pública– está una clave de lectura de este libro singular. El sonido del libro entonces tiene la intimidad brutal de la confesión, como si Emma le estuviera contando a Alfredo algo que solo se puede decir por escrito, pero en los entresijos de ese testimonio está también la historia de una clase social y de una época de la Argentina.

El golpe de estado del 30, por ejemplo, derrama en el libro así: “Nuestra pequeña clase media vivía en una atmósfera de libertades (…) Los negocios del país marchaban más o menos bien. Algunas represiones sangrientas habían sido cuidadosamente olvidadas. Todo eso había concluido aquella primavera de 1930”. ¿Es la historia de un país o la de una persona? ¿El canon político y cultural de Habitaciones es, justamente, un “canon de alcoba”? La novela nunca resuelve esas tensiones y en esa hibridación se hace fuerte.

Hoy, la lengua de Barrandeguy tiene un sonido algo demodé, una especie de airecillo vintage que le da su toque de gracia. Porque, más allá de sus amores femeninos, más allá de sus citas y referencias, quizás Habitaciones vuelva a confirmar la frase de Osvaldo Lamborghini de que la Argentina no es ninguna raza ni nacionalidad sino puro lengua y estilo.

Agregamos:

Se puede conseguir el libro a través de esta dirección: http://www.edlapartemaldita.com.ar/web/1975-2/