LUIS ALBERTO RUIZ

por MARCELO LEITES

Alcohólico, como todo poeta maldito que se preciara de tal, Luis Alberto Ruiz,  nació en Concepción del Uruguay, en 1923 y murió en Buenos Aires,  en 1987.  Fue además narrador, ensayista y periodista, e intervino en la vida literaria de la Capital Federal, que alternó durante algunos años, con la bohemia propia de los 70’.  En Buenos Aires también ofició de asesor literario, corrector, traductor, compilador, prologuista, lector y autor de Claridad, entre otras  Editoriales; asiduo colaborador de los principales diarios del país, entre los que merece citarse el desaparecido Diario “La Opinión”.  Poeta insoslayable de la generación del 40’, atravesada por el neoromanticismo,  en  la obra de Ruiz hay un dibujo perfecto de la vida del sujeto en el poema.  La religión, la metafísica, las ciencias ocultas y la  mitología  conformaban su estética.  Su heredera, Domitila de Papetti, en un estudio paradigmático sobre la vida y obra del autor, sostiene: Luis Alberto Ruiz es terrestre, pero su elemento nativo es el fuego que es la sangre de la tierra…que se transforma en savia, flor, semen, sangre…Tal vez la obsesiva repetición de las palabras “llama”, “hoguera”, “fuego”, “brasa” y sus avocaciones sexuales y religiosas en CANTOS EPILOGALES restablezcan, como quería el poeta nuestra relación orgánica y  viva  con el cosmos, el sol y la tierra con la raza humana.  La idea de Heráclito del fuego, como agente de transformación, pues todas las cosas nacen del fuego y a él vuelven, se halla en los poemas de Ruiz (*).      

  Autorreferencial, confesional y visionaria,  su obra celebra nuestro paisaje, habla de la herida  del amor, de la nostalgia, del exilio, de la soledad existencial.  En  los Cantos Epilogales,  su obra póstuma, la imaginación se desborda y la expansión de las imágenes parece abarcar el mundo entero. Poesía cosmológica, de largo aliento,  metafísica.   Los antecedentes de su poética hay que buscarlos en los españoles Garcilaso de la Vega y San Juan de la Cruz y  en el argentino Enrique Banch. Asimismo sus  versos tienen ecos de los clásicos que influyeron en toda  la poesía neorromántica del 40’ de la Argentina: Rilke, Milosz, Verlaine. Rimbaud.   En los Cantos Epilogales establece un canto paralelo con dos maestros fundamentales: T.S. Eliot y Alfonso Solá González, impregnándose del imaginario del poeta anglonorteamericano  y de la versificación elegíaca del poeta entrerriano.  

  Ruiz fue un marginal, un paria, un Ulises errante en busca de la belleza. Su obra no fue comprendida, no fue aceptada, no fue bien publicada y, sin embargo, el poeta se entregaba todos los días a su única profesión de fe, la palabra y el goce  de  todos los sentidos, cuya síntesis era el erotismo o el placer, al que le dio nombre de mujer.  Nunca se privó de la verdad y la sostuvo aún en contra del mundillo mediocre de los intelectuales provincianos (ob.cit.). Cuando se libra la terrible batalla de la pureza del vivir como escribió el mismo Ruiz y se demanda más  vida donde no la hay, es posible que se caiga en el vino o  en la  poesía y se encuentre la muerte, siempre al acecho.  Ningún poeta entrerriano habrá estado en forma tan oscilante entre la  euforia y la agonía, entre el placer y el sufrimiento, entre la vida y la muerte.

      En uno de sus primeros libros se incluye el Sermón del crecimiento, publicado en  El Linaje de los años  -1944-1961, ahí aparecen estos versos que cierran como un biografema esta apretada síntesis:

                 

                   Si bastara alzar los ojos de la tierra

                   para que nada pudiera dolernos

                   y si bastara comprender

                   que hasta las mismas cosas nos enseñan

                   cómo hemos de amarlas:

                   rozar una piel, oír un pájaro

                   palpar un fruto entre las hojas

                   cuando conserva toda su frescura,

                   hundir las manos en el agua, hasta que su claridad  

                   se nos pase a la sangre;

                   unir a nuestras vidas su destino.

 

 

Y, ahora, sí, los días  y las noches, el cáliz y el delirio, el vino y la poesía de un hombre, para quien la poesía debe haber sido su única justificación sobre la tierra, ese poema al que se  entregó de cuerpo entero, la misma caída en el vino o en el poema que le quitó la vida.

 

(*)  DE PAPETTI, Domitila; L.A., Ruiz; “Fortunas y adversidades de un entrerriano universal  (Editorial de Entre ríos, 1997)        

LIBROS PUBLICADOS

LIBROS PUBLICADOSLa pasión que nos salva (poemas), Ed. Claridad, 1947 ; La mujer lejana (poemas),  Paraná, Nueva Impresora,  1950; Entre Ríos Cantada, Bs.As., Zamora, 1955 (Primera antología publicada de poetas entrerrianos, incluye a Damián P.. Garat, Emilio Berisso, Andrés Chabrillón,  Juan L. Ortiz, Carlos Alberto Alvarez, Alfonso Solá González, Ana Teresa Fabani, Emma de Cartosio y Carlos Mastronardi, entre otros);  El linaje de los años (Antología poética, 1940-1963), Ed. Claridad,  Bs.As., Zamora, 1963, Antología poética, que incorpora tres libros: La canción de las islas, La guitarra y el horizonte y El Pequeño libro de los coloquios; La Argentina en la picota (ensayo), Mundi, Bs. As., 1966; Cantos Epilogales (poemas), Troquel, Bs.As, 1981; Magia y sacralidad de la poesía (ensayo), El Mirador, C.del Uruguay, 1985; El pequeño mundo del poeta (ensayo), El Mirador, C. del Uruguay, 1984, Digresión sobre Valery (ensayo), El Mirador, C. del Uruguay, 1986; El primitivismo en la estética surrealista (ensayo), El Mirador, C. del Uruguay, 1986


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