EL OTRO PARAÍSO

1

Cerca del puente de fierro, derramada, la laguna

Como un espejo líquido

La nutre el Gualeguaychú cuando las lluvias

Algunos caprichos del paisaje el laberinto que la cuida

De muy arriba suele verse entre algodones verdes

Como una ventana cósmica y misteriosa

Se habla de ella como si la conocieran

Cuando la luna pasa por el cielo del fondo

Y dos criaturas misteriosas pescan estrellas en la orilla.

Forasteros, linyeras, cazadores de nutrias

Cada tanto descuelgan el asombro

De una res de cuentos increíbles.

Sin embargo hay una historia,  incierta pero puede

Ayudar a entender ese abismo.

Una apuesta por un lote de vaquillas llevó aquella noche

A uno de los Rolhaiser

A entrarle al trote  al monte y a buscar

Sus orillas prohibidas.

Dicen que desde entonces tiene  sombras en el alma

Que llegó a la punta norte y que sorprendió

A dos negritos chivateando en la orilla

Y cuenta, repite siempre lo mismo,

Que revoleo el lazo y de un pial los enlazó.

Esa era la apuesta, y llevarlos, claro, para cobrarla.

Un remolino de palabras oscuras precede el final.

Los negritos lo arrastraron con caballo y todo a la laguna.

Se salvo, al parecer,

Porque el amanecer empezó a ponerle colores al paisaje.

Desde entonces  en Los Ceibos la llaman,

Como si hablaran de mandinga,  Laguna de Los Negros

Ahora es un área protegida, una reserva natural

De la imaginación y la leyenda.

 

 

2

Una cruz sin nombre lo recuerda al borde de la barranca

Se ahogó son su caballo en lo que para él era un charco.

Después de aquella noche nadie pasa por la picada

No por el alma en pena que vaga cuando el agua sube

O también, sino por otro hecho,

Tan oscuro que hasta su amigo Melgar lo olvidó,

Aunque lo sueña. De ese sueño se levantó

Esta tapera de oraciones.

Antes, una cuchilla más atrás, Elvio López

Habría sentido una presencia en ancas del malacara.

-Se lo habían dicho.

Y hasta le habían mejorado algún detalle:

El árbol de sombra líquida del cruce,

El llanto desgarrador

Cerca de la tranquera de los Pereira

El vestido blanco deshilachado por las tutías

Flameando en el alambrado-

Presencia y perfume, un aroma irresistible, íntimo,

Y la agitada, fría respiración en la nuca.

Pero también habría sentido la necesidad de una compañía.

No era fácil cruzar solo El Sauce encajonado por la crecida.

El malacara titubeó, los cuatro talones lo animaron.

Entonces caminó sobre las aguas como por un macadam.

Ya en la otra orilla

López se dio vuelta y no la encontró en las ancas.

Melgar no alcanza a distinguir bien en la penumbra del sueño

Pero cree que Elvio López, su amigo, no hizo otra cosa

Que dar la vida

por volver con ella.

 

 

3

La sequía del 57 y las inundaciones del 59

Fueron maldiciones de la naturaleza.

Uno o dos años más tarde un huracán

Como salido de las páginas del Apocalipsis arrasó

Con la mitad de la colonia. Por donde pasó

Esa lonja de fuego y viento volcánico solo dejó un hogar en pie,

Construido sobre un costillar de fierros y remaches:

La casa del herrero.

Creo recordar, escondido bajo la mesa,

Ese bramido en aquella madrugada,

Una estampida de animales fabulosos,

Y los rezos de mi madre

Y a mi padre

    Asegurando la cumbrera a maneador y a estaca.

Alba de chapas retorcidas

     Y árboles y  casas arrancadas de cuajo

     Vacas que habían volado como barriletes,

     Máquinas y carros derretidos

     Como atacados por enormes sopletes o dragones

     - los Melcchiori, lo sufrieron-

    Sin embargo no hubo que lamentar víctimas

    Aseguraba el informativo del Sportman

Es él- dijo mi madre- ¡nos entregó al Coludo!

¡Las vidas las salvó la virgencita!

Dicen que el herrero trabajaba en 16 herraduras de plata.

Nadie supo quién se las encargó

Ni a cambio de vaya a saber que.

Y algo de eso había.

No hace mucho escuché en Colonia Elías

Un comentario sobre el herrero aquel:

“parece que el tiempo no hace mella en ese hombre”

 

 

4   

Juanillo amaneció aquel sábado en una cuneta,

Cerca de la capilla, ensangrentado y agónico.

Lo encontró Cairolo, el cura.

Unos vecinos lo llevaron al hospital.

Mordeduras, heridas de púas y una bala

Que flotaba a un dedo del corazón,

De plata, dijo el cirujano, se salvó en una burra rabona.

La noche anterior era viernes, la luna

Una enorme yema de huevo de ñandú.

Mateábamos con mi padre en el patio

Nos contaba las historias de Juan Ramón y María Elena

Cuando a lo lejos los aullidos

Se acerca, métanse adentro, dijo mi padre,

Y se fue a buscar el 38.

Esperó agazapado de este lado del guardapatio.

No alcancé a ver bien

Pero escuché meterle bala.

Martilló 5 hasta que la 6 salió.

La oscura mole tambaleó. La jauría parecía empujarlo.

El cortejo siguió, se perdieron noche adentro.

Luego mi padre nos contó la historia de esa bestia

A la que solo se la puede matar, no siempre,

Con munición de plata.

 

 

5

A poco de las quemazones de los hornos de ladrillo

Un monte de talas y espinillos esconde

La entrada de las cuevas

Disimuladas por una espesa bruma.

Son algo más que guaridas de serpientes y murciélagos.

Cuando la tarde empieza a correr las cortinas

Los parroquianos del boliche de Urache

Navegan por el tiempo dejándose llevar.

Historias de grandes alas negras revolotean

Sobre vasos de  vino con pomelo o de ginebra:

“Garras que arrebatan el fruto de las recién paridas,

Niñas malditas que succionan sangre y sexo,

Espejos que secan la mirada,

Vampiros que beben el flujo de las vírgenes

Hasta dejarles la piel como hojarasca,

Cuervos que le comieron el hígado a un tal Palleira,

Y hasta gusanos que entran por los poros a retorcer las tripas”.

No recuerdo si habíamos o no escuchado algo de esto.

Tal vez no.

Por eso debimos animarnos

A cruzar con gran algarabía el monte

Hasta llegar a esos grandes agujeros.

Imagino que un viento helado nos desflecó en el aire.

Horas después, inconscientes, dicen que nos encontraron

A unos km de allí, llenos de azufre los pulmones

Nunca pudimos recordar esa aventura

Sin embargo aquel hecho paso a engrosar

Anécdotas que aún la gente cuenta en lo de Urache. 

 

 

6

El vendrá por vos si no haces caso de mi madre

Era un bicho taladro en mis oídos.

En cualquier momento – pensaba-

Mete en bolsa a alguno de nosotros.

La idea de hacer algo me peinaba el deseo.

La rebelión fue escaparnos una siesta y enfrentarlo.

Lo esperamos en el camino viejo

Escondidos en una alcantarilla.

Queríamos arrebatarle la bolsa

En la que estábamos seguros había un gurí.

Espera en vano. Y a volver que se hacer tarde.

Te dije que no eshiste – dijo Abel-

¡Bo crés en cada boludé!

Nos separamos rogando que nadie nos descubra.

Cada uno a su casa como rata por tirante.

Ya estábamos atando los terneros

Cuando llegó el padre de Abel echando putas.

¡Se escapó a la siesta y no volvió!

Gritó, envuelto en polvo y angustia.

Sentí escalofríos en el espinazo

Nos separamos – confesé –

En el cruce del Real con el camino viejo

Mi padre me cacheteó con la mirada,

Vamos , dijo .

Entonces,  rezando no encontrarlo en una bolsa,

Salimos con perros y vecinos a buscarlo.

 

 

7

Lo madrugó. Su mirada, como siempre, llegó antes

Y neutralizó al bicho.

Al revés hubiera ocurrido una desgracia.

No hacía mucho a una de las Cardozo la fulminó uno de esos,

Le entró a los ojos y se los dio vuelta.

Esta vez la curandera lo roció de agua bendita

Y lo metió, ya muerto, a un frasco de aceitunas.

Una especie de gusano anaranjado

De ojos lechosos y saltones.

Ahora, compadre, al gallinero,

Agarre la bataraza y tuérzale el cogote

Así no va a poner más sin galladura

Así no va a prestarle más el vientre a la huesuda.

Dicen que Cairolo exorcisó el cadáver

Donde mandinga había metido mano,

Y que la Universidad de Massachusetts

Lo compró para estudiarlo.

Estos gringos, pensó Jacinto, no van a aprender nunca,

Mientras guardaba la venta en sus bolsillos

Y le tiraba puñados de maíz a la vieja bataraza.

 

 

8

De aquellos capullos que cuelgan de las ramas

Nacen los duendes, dijo al pasar el jardinero.

En toda la búsqueda encontré cientos

En sus diminutas bolsas de dormir. Algunos

Ya habían dejado el campamento

Y andarían por ahí

Arriba de una liebre.

Otros palpitaban esperando nacer.

A pesar  del esfuerzo no lograba ver el momento

Exacto en que salían al mundo.

Un día se me dio

Colgaba el capullo de la hoja del jazminero  

Atento ví cómo asomaba la cabecita, luego el torso

Hasta salir  completo.

Pero no era un duende  sino una mariposa

Me quedé asombrado

Más tarde me dijo el jardinero:

Son como las hadas

Nadie puede entrar a su galaxia

Si no se deja la realidad de lado.

 

 

9

La muerte está signada por los metales,

Había dicho el filósofo Moltoni en una conferencia

Que dio en el salón del CASyDTR

Nos mortalizamos cuando empezamos a tocarlos.

Esa era la razón, en casa, de usar utensilios de madera

En la vida cotidiana.

Y si no fijate, dijo Rafael,

El padre de Cristo trabajaba la madera

Con herramientas de madera

Y las unía con clavos de madera.

Nunca en su vida

Un metal rozó su mano.

Por eso el hijo del hombre es inmortal, aseguró.

Quedé impresionado.

No sabía qué hacer

Con las monedas que tenía en el bolsillo

Mientras imaginaba la muerte del abuelo

Por tomar el mate con bombilla de lata.

 

 

10

Como una oveja.

Un poco más humana y oscura.

Azabache como el oscuro de Badano.

De ojos amenazantes como los de una comadreja.

Tal vez con una fuerza descomunal

Capaz de arrastrarme hasta sus cuevas infernales

Entre su doble hilera de colmillos.

Se acercaba con sonidos de animal desconocido

Acompañada por el zureo de las palomas

Con pasos de dedos tamborileando en la mesa.

Muchas veces espié por la persiana a ver si la veía.

Sabía que estaba ahí.

Podía oler su asquerosa catinga.

Sentía pasar su lengua por su hocico,

Sus babas cayendo.

Era inútil. Nunca se daba a la mirada.

Ni al olfato de los perros

Que dormían bajo la glorieta.

Ni a las yararás que a esa hora acechan

Por los cañadones.

Aquellas siestas eran un martirio

Las de ahora son un placer que no me pierdo.

Sin embargo siempre estoy atento.

Alguna vez la voy a descubrir.