Daniel, en aquellos años setenta, en Concepción del Uruguay, abría puertas que otros tardábamos en encontrar. Co n sus dieciocho años era un adelantado. Estaba en su naturaleza serlo. Para él, el arte revolucionaba sus formas o no era arte. Tanto sus poesías como sus dibujos apuntaban hacia el mismo lugar: sorprender, maravillar, desobedecer.
Cuando nos encontrábamos por casualidad, en la calle o en un colectivo urbano, nos saludábamos con un verso surrealista a modo de contraseña. Llegamos, incluso, a escribir a esa edad un poema sobre San Martín juntos, un verso cada uno en forma alternada, tan hermético, que nadie jamás imaginaría de qué hablaba.
Daniel era y es por sobre todas las cosas, un formidable humorista en el sentido que le otorga al humor Henri Bergson: “un acto de inteligencia que obliga a suspender momentáneamente las emociones”.Sólo momentáneamente porque por debajo de “Suenia con mai” , después de ese ingenioso disloque donde lo fonético se impone a la escritura, subayace también la nostalgia como sucede siempre con un entrerriano “exilado”.
Daniel, en 2006, en su visita a Formosa, se definió como “un artista contemporáneo” y apeló a la plástica, a la poesía y al teatro, a modo de un originalísimo performance para deleitar y hacer reír y pensar a su auditorio. Mis alumnos y algunos escritores invitados recuerdan aquello que fue muy significativo en sus búsquedas artísticas y docentes.
Sus textos mínimos, burlescos, ejercicios en donde la intertextualidad y la sincronía dialogan con textos anteriores pero a su vez remiten al presente, son inolvidables y peligrosos, porque uno se vuelve adicto a ellos y puede contraer soriasis.
¿Qué más se puede decir de un artista tan talentoso que inventó una “escalera sin escalones para subir al suelo”?
Orlando Van Bredam