PRESENTACIÓN DE "RESONANCIA DE LAS COSAS"

Texto leído en la presentación de "Resonancia de las cosas" de Marcelo Leites, en el Café Montserrat de Buenos Aires, el 22.10.09

 

Leí por primera vez Resonancia de las cosas en condiciones adversas, si aceptamos la adversidad como un colectivo lleno, la miopía, y el capricho abrupto por leer esa copia del libro que me acababa de dar en un café mi amiga Selva. Fue un viernes, de tarde. A esta altura, muchos de ustedes se habrán dado cuenta de que mis palabras sobre el libro no serán en modo alguno condenatorias -yo no estaría acá mismo, ahora-; incurrirán en cambio, seguro, tanto ustedes como las palabras, en creer que traigo bajo el poncho el avemaría laudatorio que consagre el texto y lo eche a andar sólito. Como se dice ahora, no tengo espaldas ni para una cosa ni para la otra. Vengo a decir algo, casi en el medio. O por lo menos, a decir otra cosa.

Dije que fue un viernes. Luego de esa apabullante lectura vehicular no volví al libro hasta el viernes siguiente. La estampida de compromisos me pasó por encima sin atenuantes durante la semana entera. Algo, sin embargo, durante esos días, volvió, volvía a mí. Resonaba en mí. Saben que la resonancia es ese sonido que viene de muy lejos en forma casi imperceptible y desaparece de la misma manera, como la sonrisa del gato deCheshire. Así vino a mí el libro de Marcelo, mezcla de sapito sobre el agua y chapoteo de castor en el barro.

''Leve viento sopla en la superficie/ámbar de una última paleta de luz". Volvieron textuales los dos primeros versos del libro, pertenecientes al poema "Río", y con él, y con ellos, vino a mí la tradición poética de una provincia determinada y el recuerdo preciso de un grupo de poetas que enaltecen la poesía argentina. Empecé entonces a dejar que el albedrío de la memoria recuperara poemas, tonos, imágenes del libro leído en el traqueteo de la ciudad. Para el viernes siguiente, lo que había vuelto con más fuerza eran luz y el silencio cálido de esa poesía, de esa provincia, de ese libro en particular. Esa resonancia, como un anzuelo, rebuscaba en el fondo de las cosas para sacarlas a la luz y darles su brillo o su miseria.

Y ahora digo "las cosas", y al decir "las cosas" completo el título del libro.

¿Qué eran las cosas? ¿Qué son las cosas?

"¿Antes las cosas/eran mejores/o uno está envejeciendo?", se pregunta el poeta en la segunda parte del libro, llamada "Miniaturas". Y pensé que las cosas, en este libro -y a partir de esta lectura, fuera ya de este libro-, eran, son las correspondencias, los secretos vínculos que se tejen entre la gente, los objetos, y la memoria. Precisamente la primera parte del libro se llama "Objetos". Más allá de la lombriz, de la luz, y del lápiz, que aparecen rotulados más acá del símbolo como meros "objetos", lo que se ve rápidamente es que esos objetos son encastres de un tramado que se articula a partir de la memoria y de las correspondencias y vínculos que recupera esa misma memoria. Las cosas resonando con estruendo. Esa materia, químicamente, es la que me llegó del libro de Marcelo, de un viernes a otro. La cosa, entre lo real y lo abstracto, me tiraba la solapa desde el poema. Aprendí así que las cosas serán para siempre y desde siempre lo que secretamente se corresponde y se busca entre sí más allá de las limitaciones de la lengua.

"Multiplicada rebota en el cemento ", dice el primer verso del poema "Eco", donde se habla de una pelota que pica y repica y que es vehículo y vínculo de otra cosa que está más allá del objeto.

"Todas las cosas del universo/inevitablemente son padres o hijos", se lee en el poema "Salida de la sangre". Y en el mismo poema, más adelante, dice: "Las palabras tergiversan/los nombres de las cosas ",

Ya sabemos qué son las cosas para Marcelo Leites, y cómo resuenan. Ya sabemos que el libro explora en las huellas, en la reconstrucción de los hechos contra la demanda insidiosa del olvido. Como muchos poetas de su generación -a la que pertenezco-, la insistencia en determinados temas se transforma en tópico irrecusable. Otro rasgo generacional -si aceptamos la idea de generación sin caer en propósitos de entomólogo-, es la marcada ausencia a un grupo determinado. Es difícil encontrar en esta poesía señales que indiquen tal o cual revista, estética, o pertenencia. Fueron pocos, durante aquellos años de plomo y silencio, los que trabajaron, escribieron, y pensaron la poesía desde cierto espíritu colectivo, y aún corporativo. El mismo terror obligó a una fragmentación de voces que terminó, en mi opinión, en una pluralidad de inusual riqueza. Cuando se habla muchas veces de la poesía de los '80, se destaca casi siempre su carácter "independiente", su falta de hegemonía estética o ideológica. Buscada o no, esta circunstancia resulta de una reacción al miedo, al terror de aquellos años. La poesía se volvió como pocas veces una actividad casi clandestina, solitaria e individual. Un síntoma de la época que seguramente admite un análisis más completo.

Resonancia de las cosas empieza con el paisaje, sigue con los hijos, los padres, y termina con los abuelos. Hay un claro hacia atrás que trata de fijar ese punto exacto donde las cosas resuenan con más ahínco y claridad para ser reflotadas y estar vivas en el presente.

'''Había una ligustrina en el patio, /de sus ramas colgaban pelotitas/que usábamos como municiones/de improvisadas cerbatanas", dice el último poema. Esas palabras, esos objetos, esas normas de la evocación, son "las cosas" que se nombran para recuperar el eco de la memoria, del vínculo arrasado.

Terminando el mismo poema, Marcelo dice: "Ya está bien de retórica, eh?/Un poco de silencio, ahora".Rotundo acápite para pensar y leer el libro completo.

No existe en la poesía el vaticinio. Lo que existe, por encima de las modas y el complejo de las conjeturas, es el valor intrínseco de los poemas, y la voz más autorizada será siempre la del lector.

No venía ni a condenar ni a laudar al poeta, dije al principio. Sí a dejar mi impresión sobre este libro, a decir por qué lo leí y cómo lo leí, o mejor dicho cómo se leyó él en mí, superando la adversidad y las incómodas interferencias que se entrometen groseramente en la resonancia de las bellas cosas.

 

 

Santiago Espel

sep-oct. de 2009