Aquellos ojos magnéticos atraían los pájaros chúcaros de los banderines. En los silencios del caudillo sus ojos eran negros. Y cuando Ramírez invocaba a Dios, eran azules. Estas palabras mías ponen de acuerdo a sus biógrafos. Tal vez las ha escuchado la paleta de Bernardo Quirós, oreja polícroma donde duerme la figura de los patricios como duerme el iris de una gota de agua.
Pancho Ramírez era muy bello.
Su perfil de medalla pasó de largo por la pasión de las mujeres. Pasó con el desdén de los caminos frente a las tranqueras. No podía detenerse en la aventura galante. Aquel apolo montonero sólo iba a vivir 35 años. El destino tuvo que amontonar gloria en la brevedad de esa existencia. Y trabajar de prisa en su estatua. Por eso el bronce del Supremo Entrerriano estaba tibio cuando llegó la muerte. Pancho Ramírez no podía perder ninguna emoción. Todas iban a hacerse carne de patria. Y Entre Ríos su maestro estoico compadecido de la juventud y la belleza del Supremo le concedió una gracia: la Delfina. Ella fue la flor y la cruz del caudillo. Un mburucuyá bordado con hilos de luna sobre el ala de su poncho punzó.
Se amaron frente a cuatro mil lanceros allá, adelante… en el horizonte casto de lo heroico. En la púrpura y oro de los amantes, amanecía la montonera. Los siguen gauchos viejos, sin amor y con muchas cicatrices. Su general ama por ellos, para darles el gurí que será de todos… Y en las vihuelas se hamaca la vidalita, canción de cuna gaucha… Y los besos de la Delfina vuelan hasta posarse en los ceibales y se cuajan de rocío.
Es la mujer más bella de Entre Ríos. La muerte que es tan fea, le tiene envidia. Se oculta en el polvo de los entreveros… Y sigue a los amantes… Viene con una clepsidra en el arzón de su caballo negro. Sabe que a los 35 años el Supremo será suyo. Y los sigue. En el desastre de «Coronda» se les acerca… Los novios peligran… están más unidos que nunca… Suspiran y alza llama el romance. Pero la muerte citó a Pancho Ramírez en «San Francisco»… es cuestión de días… de leguas. Y ya los tres siguen juntos… cuando pasan al campo del último combate. El Supremo ha cumplido los 35 años. Es la hora. La muerte ordena a unos santafesinos que cautiven a la novia. Pancho no puede rescatarla. Desde un corral de sables y trabucos, grita a su Coronel. ―Anacleto: Salvame a la Delfina. El Supremo a caballo está herido y sin su novia. La muerte envuelve la cabeza de Ramírez en la llama del poncho y se va con su alma enamorada. Pero dicen los viejos de Montiel que el caudillo entrerriano se le escapó a la muerte. Al sentirla, cerró espueñas al redomón, salta el margen de la historia y cae de pie en la leyenda. Para los payadores y los enamorados de mi provincia, el Coronel Don Anacleto Medina cruza todo el Chaco y Corrientes con la Delfina en ancas y llega una sobre noche a la mansión delSupremo.
Ave María, mi General…
Entonces lo eterno de Pancho Ramírez sale a recibir a su novia. Viste aquel poncho punzón de su bravura. Los ojos son negros y brillantes: tierra nuestra pulida por el arado…
La talla media, igual que los otros árboles duros de Montiel, esos algarrobos ñandubayses que cuando los hieren suenan como campanas… Y el corazón inmortal de mi pasión… Desde entonces Pancho y la Delfina entran en los atardeceres y las vidalitas de todas las ausencias y en el alba de todos los amores… Se acercan de puntillas a las cunas… Bendicen con el santiguado de cada cruz. Se aman en las tranqueras florecidas de novias y hablan en ese silencio tembloroso que precede a los romances y sigue a losadioses…
Porque el Supremo y la Delfina son los novios inmortales de mi Entre Ríos.
De Poemas Chúcaros (Inéditos)