PRÓLOGO A "ESA MIRADA QUE TIENEN LOS CABALLOS", POR MARCELO LEITES

UNA CIERTA PREDILECCIÓN POR LOS PROCEDIMIENTOS
 
(Dando clic a los libros mencionados se puede acceder a los textos)
 
 
Mi obra es como un rompecabezas.
Solo me interesa hacerla mediante
cualquier medio y lenguaje y género.
 
 
          En la poesía entrerriana o argentina, la obra de Soria representa un equivalente de ciertas músicas contemporáneas: el lenguaje asume una peculiar extraterritorialidad y extrañamiento. Asimismo, constituye una voz personalísima que se ubica, por sus materiales y por su intención, afuera de la tradición literaria y del canon vigente.
 
          En Zapping, que es su segundo libro, las palabras son como implosiones, como átomos que se agrupan en asociaciones libres, en combinaciones inusuales, como si recreara las cosas, como si nombrara el mundo por primera vez:  Estrella estalla astillas. Avara muerte noria. Rancia salta peste virga diva. Sopla. truenos llamas vuelan vientos. Y muta. Muta a grito. Muta a lava. Muta a eco.
 
          La experimentación, el gesto vanguardista de la poesía fonética o del dadaísmo,  perduran en Soria, porque ese es su lugar de emisión como artista: No dar nada por sentado, cuestionar los significados habituales, desarticular los significantes, reinventar la poesía con nuevos procedimientos:  En Warner Bross, que es su quinto libro y permanecía inédito hasta ahora, corta las sílabas de las palabras y las va uniendo con las siguientes,  para que el himno argentino y otras canciones patrias, que son la materia con la que trabaja este libro,  puedan ser leídos (o escuchados), desde otro lugar, un poco a la manera de Seol, la deconstrucción extraordinaria del himno que ha escrito Leónidas Lamborghini; pero a diferencia de él, Soria no altera el sentido, tampoco las palabras: son las mismas; pero, la división de las sílabas distorsiona el sentido, al desarticular las palabras, el sentido “habitual”, también se resquebraja y la sonoridad, le da un nuevo sentido.   “Manifiesto”: oid mort ales elgri tosa gra/doli berta dli berta dli Berta/doi delrui dodero tasca den/asve dentro no alan oble igu al dad/y as utro no di gnísi moa brier/onlas pro vin ciasu nidadd el/sur y losli bresdel mun dores pon/de nal granpu eblo arg en tin os alu/dyl osli bresdel mun dores ponde nal granpu eblo arg en tin os alud…etc.
 
          En su tercer libro: Langostas, los poemas están escritos sólo con artículos, pronombres, preposiciones, adverbios; y el adjetivo “gran”. Es un libro notable, cuya lectura produce una rara sensación de perplejidad; porque los conectores, a nivel sintáctico no significan nada; sirven para unir las palabras; pero aquí son las palabras.  Está dividido en versículos: A De la que le para que a sus lo que en y la a su el que le. / De la de y del de: de. El que y los que las de y lo en el/, y luego sigue en diversas combinaciones.   Su cuarto libro El Uruguay, lleva como epígrafe la canción litoraleña de Anibal Sampayo: “El uruguay no es un río”. La cita es el único texto con sentido habitual, porque la escritura es la resonancia de la letra y música de esta canción. Se trata de un libro totalmente experimental, que erosiona aún más la idea de la palabra como portadora de un significado literal o metafórico.  No hay consonantes en este libro; el poeta trabaja sólo con el sonido de las vocales, para producir el efecto del movimiento del río y del canto de los zorzales; “El Uruguay”, nace -según me ha contado- después de escuchar los zorzales en el fondo de su casa: “quería hacer una traducción de ese canto, pensaba que algo nos están diciendo”.  Es un libro escrito en distintas combinaciones de vocales, quizá en todas las combinaciones posibles; cada verso está dividido por “palabras” que son sólo vocales y versos que son solo vocales. Esta es la primera estrofa:  E uuá/ iuá ué ooíe/i ué eá iuáa e a iéa e uae/ éa iuá éa aíua áo óo o ióe e u ieió/ uáo u oaóe a áe ióe/ e iúio/ a ouí. “El Uruguay” es un libro que prácticamente exige la lectura en voz alta. Tal vez sólo de ese modo podamos “escuchar” algo semejante al silbo del zorzal, o “ver” el movimiento ondulante del río Uruguay, que es el río de su infancia, también. Daniel Soria nació en Los Ceibos, una colonia de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina, en 1954. 
 
          Después, inventó una casi lengua, un idioma que Soria bautizó como idioma Maringa Suren (el libro fue musicalizado por Los Mussimessi) y escribió La Melga, escrita en un curioso cocoliche, una rara mezcla de castellano con portugués; quizá, de los incluidos en esta antología, el libro, donde más se puede encontrar una oscilación hacia el sentido. Porque, en general, en Soria, hay una profunda desconfianza del sentido habitual de las palabras, y, por ende, de la forma en que supuestamente nos “comunicamos”.  En “La Melga”, si bien usa vocales y consonantes, las palabras son inventadas, pero, como en el Girondo de En La masmedula, aparecen algunos ramalazos de sentido. Algo de eso que Soria define como “postales familiares”.  Tomemos como ejemplo el poema Nº3:  esúneas eos mboes/ eos inseitos foguéiros eas cabeixas/ brilo feras/ guas caíbal/guas saebas ea meanoite/ ardem ea sensasound/ ogueira parisau/ enter mae, enter mnem/enter splandois eas galaixas/.  Y aquí podríamos pensar que el lenguaje del poeta es un lenguaje inventado, una jerga personal, una creación de la nada.  Nos acostumbramos tanto al lenguaje que ya no escuchamos lo que se dice y la única manera de actualizarlo es haciendo extraño lo familiar, volviendo extraordinario lo familiar. 
 
          La obra de Soria puede ser leída desde “la tradición de los marginales” (*) argentinos: Ricardo Zelarrayán, Leónidas Lamborhini o Ricardo Carreira (que al igual que Soria, además de poeta, era pintor); ya que en su obra también encontramos un manejo lúdico del lenguaje, juegos fonéticos, quiebres sintácticos, sonoridades nuevas; en suma: la experimentación constante para que las palabras ”digan” otras cosas, más allá del significado.  
 
          La poesía es un arte para minorías; si a eso le agregamos la propuesta de cuestionar lo abiertamente comunicativo o referencial, el escritor está condenado al olvido de los lectores o a tener muy pocos lectores: aquellos que se animen al desafío que propone la lectura de estos libros. Un esfuerzo que, al atravesar determinados obstáculos, más que nada, el reflejo condicionado de buscar siempre un significado, se verá ampliamente recompensado por el paladeo de las palabras, por el disfrute de escuchar el poema leído en voz alta, más que de leerlo en la página.  
 
          Hace muchos lustros que el poeta vive en la gran urbe; sin embargo, nunca ha abandonado del todo el campo:  la mirada absorta de los árboles, a través de los alambrados, la misma mirada que tienen los caballos. Pero, como se puede leer en sus ojos, los caballos tampoco están en el campo; o, al menos, no del todo; y así es su visión: Una mirada perdida, impávida, pero centrada en el objetivo: un diccionario lleno de neologismos para cantar, más allá del contenido. La fricción de los significantes crea un nuevo sentido, pero a diferencia de los neobarrocos, en la poesía de Daniel Soria, el sonido es el sentido.
 
Concordia, octubre de 2018.
(*) La expresión está tomada de un ensayo de Osvaldo Aguirre.
 
Esa mirada que tienen los caballos, de Daniel Soria, Buenos Aires, Editorial Autores de Argentina, 2018 (Reúne cinco libros)