EL GIF

Camina pesadamente, se nota la gran carga, casi se arrastra por tanto andar. La pregunta no es de dónde viene sino desde cuándo lo hace. Lo veo en mi espejo, soy yo mismo, es un gif que se anima circularmente, una y otra vez.

Viene desde el tiempo que aprendió a escribir en lápiz Faber-Castell, grafito por una punta, gastado en hilachas por el otro extremo de tanta mordida. Garabatos en negro y borrones con Dos Banderas.

Viene desde las manchas en los dedos y la ropa de pluma fuente con tinta Pelikan.

Viene desde aquel otro tiempo de los primeros golpes al teclado de una Olivetti Lexikon 80. Tac, tac, tac, tac, clin, raaaaaaaac. Ciento veinte palabras por minuto, sin errores, cronometrado en la Academia de Walter Perín, en el mismo lugar y tiempo que pudo sacar los primeros acordes a una Hohnner negra de 95 bajos.

Viene del tiempo en que vio en blanco y negro el alunizaje de la Apolo XI, con menos cara de asombro que sus padres, escuchando a su abuela argumentar enfáticamente que era todo un truco y fundamentaba su posición en que para ir a la Luna había que atravesar el cielo, en cuyo caso se verían los ángeles, los que no estaban y de los que los astronautas no dieron noticia. (Dura la nonna Stella).

Viene del tiempo de jugar a la pelota en la calle, esa especie de hermano menor del fútbol, con pelota de goma color rojo-ladrillo con rayitas blanquecinas, en siestas escapadas. Del mismo tiempo en el que se esperaba el otoño para hacer y remontar barriletes, sobre todo hacer, alternando la diversión con bolitas, trompos y figus.

Viene del tiempo en el que escribía y recibía cartas, a familiares y amigos. Cada tanto la aventura de escribir en papel vía aérea, finito, casi transparente, muy frágil, para meterlo en un sobre con bordes de listones celestes, en el que ponía la dirección de fábricas de autos alemanas, italianas y francesas, en la incertidumbre del dato conseguido, el que se confirmaba un mes después al recibir un sobre marrón pesado, lleno de folletos a todo color en papeles gruesos plastificados en los que lucían todos sus modelos nuevos y detalles técnicos, soñando en cada vuelta de página subirse a alguno de esos, de verdad.

Viene del tiempo en que se despertó asustado por el tronar de las orugas de los tanques de guerra sobre el empedrado de la calle Córdoba de Rosario, la madrugada de ese lúgubre 24 de marzo.

Viene del tiempo en el que no comunicarse desde lejos era lo normal, porque para hablar por teléfono con la familia había que ir hasta una cabina, hacer cola, esperar la demora en establecer contacto, una hora, dos horas. Y había que tener la plata.

Viene del tiempo que la música venía en long play de vinilo y salía por un tocadiscos.

Viene del tiempo que soñaba con la revolución, se dormía imaginando la sociedad utópica y se terminaba de despertar delante del fusil del milico que hacía guardia a la entrada de la facultad.

Viene de esos y muchos otros tiempos, trayendo tanto que por eso se arrastra, pero su pesada marcha demuestra que vive, aún anda. Todavía tiene capacidad para seguir mutando. Lo veo en mi espejo… circularmente, una y otra vez. Un gif en mi espejo.