He vuelto del futuro. Debería decir he ido y he vuelto, no me pregunten cómo, estaba con este maldito aparato que ahora estoy usando para escribir, paveando en el facebook, me llamó la atención una de esas publicidades que aparecen a un costado, haga su viaje al futuro, conozca lo que le depara. Provocativa, incitante, intrigante, no pude contener el click, salto a otra página, descargá la aplicación, click de nuevo, descarga en curso, 1%, 11%, 25%, 66%, 75%, 99%, relojito de espera, ya debe estar, cosquillas en la panza parecidas a las que producen los descensos bruscos de la montaña rusa, y sin ningún tipo de anuncio pasé del sillón del patio capturando rayos de sol de agosto a una terraza, alta, por lo menos un piso doce. Imaginen mi cara retorciéndose en forma de gran signo de interrogación. Miré en todas las direcciones, supe que estaba sobre un edificio que ocupaba el lugar en el que está (o estaba) mi casa. El sol estaba en la misma posición que cuando me daba calorcito tirado en mi sillón a las once de la mañana del domingo. En circunstancias como esta la sorpresa le gana al pensamiento. Ridículamente vestido con yoguin gastado de entrecasa, mi camiseta de Unión y crocs negras gastadísimas. Primer punto a resolver, como bajar de ahí. Segundo punto, la coartada para explicar lo que no se puede a quien pudiera aparecer. Por algún lado debe estar el ascensor, por acá no, esa puerta puede ser, si, tiene este botón que debe ser el llamador, me juego, tiene aspecto raro, lo aprieto, se enciende color rojo y hace un sonido agudo que confirma lo que supongo es el llamado al ascensor. Unos segundos y se abre la puerta metálica, veo el indicador y no le había errado por mucho, estaba en la azotea, abajo se encolumnan los número desde el trece hasta el cero. Pongo mi dedo sobre el cero, se colorea y se cierra la puerta, me doy cuenta del descenso rápido, cada piso se anuncia por un bip, clinc al llegar a planta baja y se abre la puerta. Recién me veo en el espejo, reafirmo mi ridiculez. Salgo al hall, miro para un lado y para el otro, nadie a la vista, parece que estoy a salvo. Un diario en el piso, lo levanto. El Heraldo, 24 de agosto de 2063. ¡¿Todavía sale El Heraldo?! No me animo a leerlo, me dio mucho más miedo que leerlo en 2017, por las dudas me lo guardo bajo la ropa.
Al acercarme a la puerta de la calle se anuncia la primera complicación, del otro lado, abriendo la puerta con una especie de tarjeta magnética, estaba esa mujer que me miró, supuse con desconfianza, cuando me hizo su comentario me di cuenta de mi escasa sagacidad; qué remera rara esa que tiene puesta; acostumbrado, dije mientras mostraba el escudo que tiene a la izquierda, Unión, Unión de Santa Fe, señora; sus dos preguntas fueron más inquietantes aún, ¿Unión?, ¿de Santa Fe?. Aproveché la puerta abierta y escapé hacia la calle. Era calle Brown, podía identificar con claridad, entre Saavedra y Güemes.
Alguien debe saber de mí, ¿alguien sabrá de mi? Pude distinguir fácilmente la carnicería de Ramón en la esquina, todo parecido, sin Ramón. Buenos días; buenos días; en esta cuadra vivía un señor Margaritini, Germán Margaritini, lo conoció, oyó hablar de él. El no sé no requiere palabra, basta elevar los hombros para que la cara quede rodeada por esa parte de la anatomía, curvar la boca hacia abajo, agrandar los ojos y provocar algunas arrugas curvas en el rostro. El remate del carnicero que ahora vendía toda carne envasada fue desbastador, esa que tiene puesta es una camiseta de fútbol antigua, de qué club. No tuve ánimo para responder, me di vuelta para volver, a la que todavía no sé si es o era, mi calle.
Al hospital, dije. Ahí alguien debe tener una noticia sobre mi. La cosa que me llevaba no se parecía a los remis, no tenía conductor, una voz de máquina me preguntó dónde quería ir. Cuál hospital señor; al Masvernat; al viejo hospital entonces. Quedé sorprendido, era evidente que había uno nuevo. Lo primero que vi fue el busto en bronce de ese tipo, no es posible que a ese personaje lo recuerden de esta manera, debió haber terminado preso. Encaré para la guardia, la entrada principal estaba cerrada por ser domingo. Me dio pudor entrar vestido así, siempre tan meticuloso para elegir la ropa para ir al hospital, y ahora de esta manera, camiseta de Unión, pantalón viejo y crocs gastadas. Hola; buen día señor; dígame, conoce o recuerda a un Dr. Margaritini; no señor; mire debe haber trabajado en este hospital hace mucho, hace unos cincuenta años; la verdad que no. No puedo describir la cara de extrañeza. Quise pasar, no pude, el de seguridad no me dejó, pensar que hace cincuenta años pasaba cualquiera. La gentil invitación a retirarme del vigilante vino acompañada de su pregunta, esa camiseta, de qué club es; de Unión de Santa Fe señor; mire usted.
No me iba a dar por vencido, alguien debía acordarse de mí. Dónde preguntar en domingo, a quién. El tipo con el que me tocó compartir el viaje al cementerio me miró raro, me debe estar observando con la misma sorpresa que yo veo tantos cambios, pensé, pero no, cuando tomó el valor suficiente señaló mi camiseta de Unión y preguntó, es de algún club de fútbol; es de Unión; gesto de no sé; Unión de Santa Fe; la verdad que no la conocía. Decidí callar. Para mis adentros resongué, deberían fijarse en las crocs que están en categoría mendigo y no en la rojiblanca.
En el cementerio me encontré con un inesperado problema. Pregunté por mi lugar de sepultura, me consultó fecha de muerte; mire, no la sé; aproximadamente; no sabría decirle; ocurre que desde 2025 no se recibieron más cuerpos porque pasó a ser obligatoria la cremación. Así que mi montoncito de cenizas podría haber terminado en el río, en un patio, a los pies de un árbol, en un inodoro o en un tacho de basura.
Alguien sugeriría que averigüe por alguno de mis hijos, también se me ocurrió, pero no. Desistí apenas surgida la idea, sería escandaloso para cualquiera de ellos, fui una pesadilla en vida, aparecerle ahora cuando ya tendrían superado los conflictos que debí haberles generado. No, mejor no los perturbo.
Volví caminando, si volver se puede llamar ir a un lugar que está muchos años en el futuro. El camino no era tan largo, Las Heras hasta Brown y luego unas cinco cuadras. Frente a la puerta del edificio quedé sin saber que hacer. Fue instintivo, cuando ese hombre salía saludé y entré como si llegara a mi casa. Buenas tardes; buenas tardes. Ya estaba del otro lado de la puerta. Perdone la indiscreción, esa camiseta es de algún club de fútbol. Confieso que me rompió la paciencia pero para evitar problemas respondí, si señor, es de Unión de Santa Fe. Gracias, la verdad que no la conocía. Buenas tardes. Tomé el ascensor, puse el dedo sobre el botón que decía azotea. Llegué, el sol daba de pleno en un otoño de muchos años después. Me senté en una de las reposeras. Creo que me dormí, cuando desperté acalorado por tanto sol estaba en el patio de mi casa. Nadie me va a creer, tengo el diario como prueba, urgué bajo la ropa, en ese momento recordé que la puse sobre el asiento del transporte camino al cementerio.