PRÓLOGO A LA PIEL DE CABALLO

El cuento de una novela, o veinticinco años después
 
Hasta no hace mucho yo sólo escribía para tirar o per der. Se supone que tirar es consciente y perder no lo es.
Pero en 1972, Norberto Soares me hizo publicar La obsesión del espacio, mi primer libro editado, tres o cuatro meses después de terminado...
Desde entonces dejé de tirar... sin dejar de perder.
La piel de caballo, novela escrita en poco más de unes, entre diciembre de 1974 y enero de 1975, fue también el resultado de una crisis sentimental, laboral, económica, ideológica, personal y nacional, que me llevó a refugiarme en la casa de unos amigos en el Gran Buenos Aires. Yo ya era entonces, valga el eufemismo, “un señor mayor”, aunque como siempre un “juventón”.
“Novela que protagonizan el vértigo y la violencia”, como escribió en su momento Telma Luzzani, La piel de caballo, título que alude a esa sísmica piel espantamoscas, narra la incursión fugaz en Buenos Aires de un provinciano pequeño burgués, marginal y resentido.
Publicada en 1986, once años después de escrita, yo nunca podré saber realmente cómo pudo salvarse en medio de la vorágine de las persecuciones, las desapariciones y el genocidio atroz de la siniestra dictadura militar.
Tras su aparición, Eduardo Grüner veía en ella “una consciente vacilación entre el ritmo entrecortado y nervioso y la letanía inquietante, que define un estilo singular en la literatura argentina, singular por su rareza aunque plural por su estrategia, un estilo polifónico hecho con voces múltiples y heterogéneas”. Telma Luzzani mencionaba también “el poder del habla”, y agregaba que en La piel de caballo “el habla identifica, delata, produce complicidades o fobias, desencadena acciones, provoca”.
Y Miguel Briante, por su parte, afirmó que el libro “es uno de los más sólidos y delirantes que haya producido la literatura argentina en los últimos años”.
Y bien, hasta ahora nadie dijo o se animó a decir que la novela es mala. Pero otras críticas, sin dejar de ser elogiosas, confundieron el símbolo con la presencia y asociaron con lamentable facilidad el caballo del título del libro con la gauchesca, el sainete, la parodia y otras tonterías de la posmodernidad. No faltó una conocida periodista que, tras desmentir rotundamente presuntas influencias celinescas y joyceanas, insinuó que el libro era un calco de leyendas populares argentinas compiladas por una ignota profesora y antropóloga de los tiempos del Proceso.
Después de La piel de caballo he publicado poco y nada. Confieso que me he perdido en Lata Peinada, una novela enorme y torrencial de la cual se publicaron fragmentos en varios medios, y que ya ha comenzado a perderse a su vez... Realmente no sé qué hacer con ella.
Como reacción, escribo ahora libros "minimalistas".
Dicen que mi feroz autocrítica es sólo un pretexto para no publicar o para no escribir, y encima me acusan de "hacerme el Rulfo", el gran escritor jujeño... ¡perdón!, mexicano, a quien le alcanza y sobra con sus dos pequeños libros.
 
Ricardo Zelarayán
Verano 1999