RESEÑA DE ESE MALDITO CANARIO, POR OSVALDO AGUIRRE

UN FABULOSO ZELARAYÁN REDESCUBIERTO

Inéditos. Sale a la luz una amplia selección de borradores y manuscritos desconocidos del gran poeta entrerriano.

POR OSVALDO AGUIRRE, para Ñ (Clarín), 05-12--2020

Es el escritor que oculta y abandona lo que escribe, el que se desentiende de sus manuscritos, el que pierde los propios textos. La obra que publicó Ricardo Zelarayán sería una expresión lateral, “de costado”, de lo que no terminó de escribir y se perdió en el caos de las versiones preliminares. Esta figura de autor, construida a través de entrevistas y artículos periodísticos cómo una proyección de una concepción subversiva de las convenciones literarias y de un relato de vida donde las mudanzas desestabilizaron cualquier intento de orden, se replantea con la edición de Ese maldito canario, un volumen que reúne prosas y poemas inéditos y fragmentos desconocidos de Lata peinada, su libro insignia.

La leyenda de Zelarayán comenzó a elaborarse antes de que circularan los primeros textos. En junio de 1972, Norberto Soares publicó en Primera Plana una nota en la que hizo un llamado público para que ‘algún editor iluminado” se hiciera cargo de los poemas de La obsesión del espacio. Zelarayán, “una voz en el anonimato” según el artículo, alcanzó la consagración sin publicar una sola línea: era “un poeta excepcional" pero también “un intrusó’ en la literatura, un extrañó para el orden conocido. Y esa alteridad, a la vez, descubría la impostura de un canon en el que los verdaderos escritores estaban condenados a la marginalidad.

La obra de Zelarayán aparece entonces desde un primer momento como una obra ausente. No se trataba solamente de que La obsesión del espacio no tuviera editor -aunque la nota logra un efecto inmediato, ya que meses después el libro es publicado por Corregidor- sino que la mayor parte de sus textos “se ha perdido en ignotos hoteles”. Soares agrega otro dato significativo: algunos amigos, dice, conservan parte de los escritos y “fue necesaria la intervención de Oscar Masotta para voltear esa tozudez admirable” respecto del desinterés por la publicación. Zelarayán es un autor que no quiere ser tal, que lo es por la decisión de otros-sus lectores, que son también los que profesan su culto- y cuya obra es una especie de creación compartida con los amigos que la rescatan del abandono y la aparente indiferencia.

Pero la afirmación reiterada de que publica por la insistencia de otros y que por su parte pierde sus textos se contradice con el cuidado que Zelarayán demostró en la edición de sus libros siguientes, La piel de caballo (1986), Traveseando (1984) y Roña criolla (1991). Cualquier escritor se deshace de los textos que no le gustan y Zelarayán, en todo caso, perdió en la misma medida que conservó. Los papeles que subsistieron inéditos a las ediciones de Lata peinada (2008) y Ahora o nunca (2009), sobre los que se compone Ese maldito canario, tampoco fueron preservados de cualquier manera sino en sobres y carpetas con indicaciones del propio Zelarayán.

La figura de autor puede hacer perder de vista un proyecto literario que -contra lo que parece evidente- no culminó en el desorden, sino que alcanzó su plena realización. Zelarrayán sostuvo su guerra personal contra la institución literaria -la industria editorial, la crítica literaria -la industria editorial, el periodismo cultural -en el cuestionamiento de las nociones convencionales de obra y autor.

“No hay poetas, sino hablados por la poesía”, dijo en el posfacio de La obsesión del espacio, donde reivindicó la obra de Macedonio Fernández en oposición a la figura de Borges.  Si bien reconoce su afinidad con poetas radicados en las provincias, también toma distancia de figuras emblemáticas, como puede verse en el poema “Carta confi­dencial a Juan L. Ortiz”, la expresión de un desacuerdo político en términos desmesu­rados, pero reveladores: para advertir sobre los riesgos de la canonización, Zelarayán le recuerda a Ortiz la suerte que corrieron los caudillos entrerrianos del siglo XIX en ma­nos del centralismo porteño.

La imposibilidad de escribir, alegada con insistencia, produce paradójicamente más escritura. “Los poemas de Roña criolla -di­ce en la nota preliminar a ese libro- se es­cribieron inesperadamente en 1984 para terminar con las vacilaciones que me im­pedían comenzar una larga novela aún in­conclusa”. Daniel Freidemberg, que trabajó a pedido de Zelarayán en un primer intento de compilación de la poesia reunida, advierte la diferencia entre el mito y la experiencia con los textos, entre la práctica concreta del escritor y la figura que proyectaba: “Mientras iba revisando y tratando de ver qué podía decir de lo que leía, empezaron a aparecer inéditos: muchos. Zelarayán no había perdido nada: estaban, ahi, en ho­jas desparramadas, sin orden cronológico ni de cualquier otro tipo, tanto que muchas veces no podía uno saber si tenía ante sí uno o dos o tres poemas, o si el poema esta­ba completo o no” dice.

En el relato que hace Zelarayán de su his­toria como escritor la escritura de Roña criolla enfatiza la centralidad y la ausencia de Lata peinada. Los textos publicados se presentan como aproximación o fragmen­to de una obra inaccesible hasta para su propio autor, que termina por declararse “perdido' en un maremágnum de manus­critos que se traspapelan y retornan de ma­nera inesperada. Pero ese estado de la escritura es la realización de su programa. Al po­ner en crisis y rechazar las nociones convencionales de la literatura, desde la distin­ción entre los géneros a la concepción misma del poema y del poeta, la obra de Zelarayán es en realidad un efecto y a la vez una reparación de la pérdida, es posible también por lo que de ella nunca podrá ser leído: “cuando Zelarayán creia perder un poema, lo volvía a escribir, muy cambiado' recuerda Freidemberg.

Un archivo de Zelarayán es una caja de Pandora donde no está lo que uno podría esperar en base a las referencias conocidas y donde aparece en cambio lo que no fue ob­jeto de búsqueda. Más que papeles, allí se revelan textos traspapelados: Las cosas que caen de la mesa, libro que Zelarayán fechó en 1963 y corrigió en1989; “Crudos", una se­rie de poemas, y “La cosa criolla", registro de frases, sentencias y diálogos orales, todo ello reconstruido por una memoria lo menos desmemoriada posible o, a la inversa, por la otra memoria, la que evoca fielmente lo que nunca se dijo o sucedió pero pudo ver”, se­gún escribió en una nota preliminar; nume­rosos manuscritos dispersos, versiones di­ferentes de poemas de Roña criolla y de La­ta peinada e inéditos de la misma novela y de otra saga ignorada, los “textos paralelos" a la novela.

Zelarayán tenía un orden. Complicado, difícil de desentrañar, pero inscripto con marcas, señalamientos, agregados y tacha­duras de puño y letra Ese maldito canario reabre interrogantes sobre los que el autor no daba ninguna respuesta, porque era la tarea que dejaba a sus lectores.