CUANDO LAS COSAS MEJOREN...


Esa mañana Josefa había cobrado la pensión y antes de llegar a su casa compró en lo de la “Turca” lo necesario para hacer bolas de fraile. Era uno de los tantos recursos a los que apelaba para escamotearle el cuerpo a la pobreza.

-El Alberto vendía bien en aquella época... – Pensó Josefa y agregó levadura a la harina. Al amasar, recordó los días en que el tren le daba vida a la estación.

Alberto -su marido-, al llegar a la casa después de trabajar más de doce horas en el frigorífico, acercaba la palangana a la bomba del patio y procedía a llenarla con agua para lavarse “las mugres”, según sus propios dichos. Luego, humedecía la brocha y la pasaba parsimoniosamente sobre el jabón hasta arrancarle una espuma blanca, abundante, que distribuía en su cara castigada por las necesidades. La espuma ablandaba la barba reciente mientras él afilaba su navaja frotándola sobre una tira de cuero atada a la parra. Josefa sonrió al mirar el espejo que Juana solía apretar entre sus manos para que él se afeitara.

Y los recuerdos continuaron  agolpándose  en su mente.

Él terminaba de acicalarse y Josefa ya le tenía preparada una camisa: Lavada, planchada, impecable.

-Bueno..., me voy – Decía él cuando estaba listo.

Entonces Josefa entraba a la cocina y volvía con una canasta de mimbre rebosante de tortas fritas y pasteles. Alberto colgaba la canasta en su brazo, ella la cubría con un mantel blanco y lo acompañaba hasta el portón. Y allí quedaba, mirándolo irse para la estación... 

 

Los ojos de Josefa que momentos antes habían sonreído al ver el espejo colgado en la pared, ahora estaban serios, mirando hacia adentro, hacia sus entrañas, donde Juana fue semilla, creció y  fue su hija. Su única hija. Que estaba en Buenos Aires trabajando como doméstica hacía ya cuatro años. La extrañaba y le pesaban los años. Y le pesaba el cuerpo, y la soledad...

-Cuando las cosas mejoren me lo traigo al Fabián - Le había escrito Juana en su última carta. Y las cosas tardaban en mejorar...

-¡Yo atiendo abuela!-  Gritó el nieto cuando golpearon las manos.

-¿Está doña Josefa? – Preguntó una voz infantil  desde el portón de alambre tejido.                          

-¡Abuela te buscan! – Le gritó Fabián, que no tenía más de siete años.

Josefa abrió una de las hojas de la ventana, corrió la cretona y preguntó :

-¿Sí? ¿Qué querés gurisa?

-¡Manda decir la Turca, a que hora van a estar las bolas de fraile!- Le respondió la  gurisa a voz de cuello.

-¡Decíle que a las cuatro!- Le contestó Josefa en el mismo tono. Soltó la cretona y siguió amasando. Al rato, cubrió la masa con un repasador limpio y la dejó  descansar. Con el andar calmado que la caracterizaba, se aproximó a la radio y la encendió.

Era casi el mediodía y ella acostumbraba escuchar el “Correo del Campo”. Le gustaba imaginar a los destinatarios de los mensajes.

-Para Juan Giménez de Lucas Norte: “Papá, llego el domingo con provisiones. Esperáme en el cruce de ruta. Tu hija Etelvina”– El locutor siguió leyendo y Josefa mientras se lavaba las manos, imaginó el encuentro de ese padre con su hija.

-Sí que estará contento el Juan...- Se dijo levantando las cejas y caminó hasta la ventana secando sus manos con el delantal. Asomó la cara entre los paños de cretona y le gritó a su nieto que jugaba a la bolita cerca del naranjo :

-¡Fabián, vení a cambiarte par’ir a la escuela!

Se disponía a buscar ropa limpia para su nieto cuando la radio palideció ante la  vocinglería política de un parlante callejero. Las elecciones estaban próximas y el parlante anunciaba la conveniencia de votar a determinado doctor para la Presidencia de la Nación y proclamaba las bonanzas que sobrevendrían si el pueblo lo apoyaba con el voto.

-Si hicieran la cuarta parte de lo que prometen–. Masculló Josefa y cerró con bronca el cajón de la cómoda. - Concordia era la Capital  Nacional del cítrus..., ahora es la capital de la pobreza – Pensó con desolación  al dejar la ropa limpia del nieto sobre una silla.               

 Otra vez llamaron desde el portón golpeando las palmas de las  manos.

-¡Yo voy abuela! – Gritó otra vez el nieto.

Y otra vez, Josefa asomó su cara por la ventana.

-Doña, aquí le traigo esta bolsa de alimentos en nombre del partido. Y no se olvide de votarnos el domingo... – Le dijo el muchacho enarbolando en su mano una bolsa plástica color celeste y blanco, abultada por un magro contenido.

El nieto corrió hacia el portón y Josefa con voz firme, lo paró en seco:

-¡Un momento m’hijo, usté no me agarra nada! Guarde esa bolsa muchacho. Vaya y dígale al dotor ese, que si gana el domingo se ocupe de gobernar, que de mi casa me ocupo yo.

-Pero doña...- balbuceó el muchacho.

-Y dígale también que quiero trabajo en mi ciudad, y quiero que el tren vuelva a  llenar de gente los andenes vacíos;  quiero que mis vecinos vayan de nuevo a la cosecha y quiero que mi Juana vuelva a trabajar aquí, mientras ve crecer su hijo... Y ya qu’estamos - agregó Josefa con la voz quebrada –, dígale al dotorcito ese,  que aún me sigue asustando el río cuando s’entra en mi patio...

-Perdone doña... – Dijo el muchacho conmovido, sin saber donde guardar la bolsa.

Josefa respiró hondo y apretó los labios queriendo callar sus reclamos, pero necesitaba seguir hablando y  reflexionó en voz alta meneando la cabeza:

-Si cada uno de nosotros hiciéramos lo que nos corresponde, usté no tendría que andar repartiendo comida m’hijo. Es cierto que hay días que no tenemos pan para poner en la mesa, pero en esta casa  lo que sobra es “dignida”. Vaya nomás, que de mi familia me ocupo yo. Fabián- dijo mirando al nieto-, veng’adentro a cambiarse que se le hace tarde par’ir a la escuela.

Josefa se retiró de la ventana y caminó hasta la mesa donde la masa de las bolas de fraile descansaba bajo el repasador limpio.

-A este palo lo han talado, pero aún no lo han quebrao...-Dijo bajito, retirando de un manotazo las lágrimas que rodaron por sus mejillas. Hizo a un lado el repasador y se dispuso a terminar su trabajo; mientras, el nieto se lavaba los pies en la palangana del abuelo Alberto.               

El domingo eleccionario no arrojó resultados definitorios y hubo que programar una segunda vuelta, pero a pocos días de los comicios, uno de los dos candidatos a  presidente, ante la inminente derrota augurada por las encuestas, decidió retirarse de la contienda electoral.

-Le salió el tiro por la culata al dotorcito-. Dijo Josefa al escuchar las noticias.- Vamos a ver que hace éste –Concluyó refiriéndose al flamante Presidente de la República, consagrado ante el abandono de su oponente.

 

Muchas veces ella se encontró pensando en lo diferente que pudo haber sido todo si no hubieran comprado la bicicleta cuando dejó de llegar el tren a la estación.

-Habrá que salir a vender por los barrios- Le había dicho Alberto.  

Y decidieron comprarla a crédito. Y todo anduvo bien hasta que el conductor del camión que transportaba gaseosas perdió el control y lo aplastó a él, a la bicicleta y a la  canasta de mimbre rebosante de pasteles. Alberto se llevó consigo la ilusión de un viaje en tren con su Josefa. Se llevó los sueños de un marido para su Juana y nietos que  jugaran en el pedazo de patio de cemento que le había ganado al barro.

-¡Ay Alberto..., cuánta falta me hacés! –  Ella se lamentaba a veces.

 

Josefa continuó arrancando con dolor las hojas del almanaque del 2003 que le  obsequiara Ibañez el carnicero. Cada día le pesaban más sus sesenta y cuatro años.

Comenzada la primavera, estando en el almacén, la Turca le dijo algo que la esperanzó:

-¡En serio ña Josefa! En unos días llega el primer tren...

Josefa entró a su casa con el paquete de yerba que había comprado y encendió la radio.

-¡Mirá si v’a venir el tren! Seguro es otro bolazo de los que juegan con la inocencia de la gente – Murmuró incrédula entre tanto ponía la pava con agua en el fuego.

Pero la Turca tuvo razón. El 26 de setiembre, Josefa, su nieto, y una multitud de personas se agolparon en los andenes de la Estación Central del Ferrocarril de Concordia para ver llegar al “Gran Capitán”. “Esperanza y nostalgia, al ver el tren de pasajeros” tituló en su primera plana uno de los diarios locales. En cada uno de los lugares por donde pasó el tren se repitió esa situación, inclusive fue recibido en otros pueblos con fuegos artificiales y bailes callejeros.

Una mañana de octubre, desde la radio las trompetas sonaron anunciando el “Correo del Campo” y Josefa se dispuso a escuchar como lo hacia habitualmente.

-Leeremos telegramas para Aparicio López de El Redomón, René Salas de San Jaime de la Frontera, para Josefa y Fabián Ramírez de El Tiro Federal, para... -El locutor continuó leyendo pero ella ya no lo escuchaba. Reaccionó abriendo más los ojos y su boca gritó :

-¡Fabián, veníte enseguida. ¡Rápido!

El nieto llegó corriendo a la cocina.

-Sentáte ahí y escuchá – Le ordenó su abuela y él obedeció, como siempre.          

A los pocos minutos el locutor desde la radio decía:

-Para Josefa y Fabián Ramírez de “El Tiro Federal”. Llego el lunes en tren. Averigüen horario de llegada. Vecinos que escuchen favor avisar. Firma : Juana  Ramírez.

 

El lunes, Josefa y su nieto vistiendo la mejor ropa llegaron temprano al andén de la estación. De a ratos, ella le acomodaba la camisa caprichosa  dentro del pantalón o  le alisaba el pelo. Se les hizo larga la espera, pero cuando escucharon el silbato del tren se les iluminó la cara. Las ventanillas desfilaron ante ellos y las miradas ávidas al fin se reencontraron. Josefa sintió que el alma le volvió al cuerpo cuando su hija, “la Juana”, bajó del tren, dejó el bolso en el suelo y los abrazó.

Caminaron las calles de tierra inmersos en un revoltijo de besos, risas  y  apretujes.

Ya en la casa, después de matear un rato, Juana le dijo:

–Viejita, no vine por mucho tiempo. Me lo llevo al Fabián. La patrona me ofreció trabajar en la casa que tienen en Pilar. La patrona es buena mamá; se cansó de verme con la  cara larga  y me preguntó qué me pasaba. Y yo le conté. Me dijo que podés ayudarme en la cocina. ¿Te animás a venirte con nosotros? A lo mejor te gusta. ¿Qué me decís...?

Josefa dudó unos segundos, luego se acercó a su hija y extendiendo los brazos le dijo:

-¡Claro que me animo!- Y la estrechó contra su pecho. 

Fabián que las escuchaba atento corrió, y con sus brazos enlazó a las mujeres por la cintura recostando su cabeza en ellas. Los unió un abrazo interminable.     

                         

 Hoy, los tres viven en Pilar. Josefa no pierde la ilusión de que las cosas mejoren en su pueblo...