De “Plena palabra” (2004)
A mi padre
Dicen que cada vez nos parecemos más.
Quizá los años de rocío y de humo,
las cenizas secretas,
las camisas confusas que vuelven del otoño
descarnadas y errantes,
el celaje del ceño
en los días vacíos que nos dejan las fiestas,
el último caballo que miráramos juntos;
quizá los zapatos forzados,
la misma lenta curva que cae de los hombros,
el sentarnos contiguos
cada tanto, a la mesa,
para hablar de lo mismo,
nos hayan dado un aire sensible a los espejos,
el perfil desvelado en los retratos
y ese estar de llanura en la mirada.
Dicen que cada vez nos parecemos más.
Acaso ya mi imagen te buscaba
cuando volvías de las tardes
y la primera estrella salía rozando tu sombrero
y el cielo era reciente en los linares
y por tus brazos llegaba
a las altas naranjas imposibles
y era hermoso ser niño y andar entre corderos.
Quizá en la vaguedad que tienen estos días,
como un vino lentísimo cuando se han ido todos,
mi imagen se confunda con la tuya
irretenible,
procurando fijar, al menos, algo
de esa última claridad que se comparte,
sobre todo aquí, junto al arroyo,
mientras fugaces y pacientes
recogemos las líneas
de la espera profunda.