De “Las borrajas azules” (2014)
Junto a la casa,
a lo que queda de lo que fue la casa,
ha crecido un timbó
hasta una altura
que hubiera sido la fiesta más alta de la infancia.
Ahora no hay patio, ni aljibe, ni huerta, ni glicinas.
No hay ropa blanca al sol, ni voces, ni ventanas,
sólo un timbó con el viento a sus anchas
y una sombra hermosísima donde no se sienta nadie.
La calle es diferente.
El fondo ya no da a la fantasía que llegaba al horizonte,
y es posible que ni siquiera pasen mariposas.
Sólo un timbó que no fue nuestro,
que no bajó una rama para alzarnos como un padre,
ha crecido hasta una altura que hubiese merecido nuestra infancia.
¿Cómo hubiera sido mirar desde tan alto?
¿De cuánta luz la luz?
¿Hubiera estado el cielo donde estaba?
¿Y los pájaros qué habrían pensado de nosotros?
La voz de nuestra madre nos hubiese buscado viendo el cielo.
¿Habríamos visto desde arriba envejecer a los hermanos?
Junto a la casa,
a lo que queda de lo que fue la casa,
ha crecido un timbó y es tan hermoso el aire entre sus ramas.
¿Cómo pudimos no tenerlo?
¿Cómo fue que estuvimos de niños tanto tiempo sin sentir ese árbol
que vendría después de nosotros?
¿Por qué ahora que no hay patio, ni aljibe, ni voces, ni huerta, ni ventanas
sube tan alto, tan alto, y sin nosotros?